Название: Las disciplinas de un hombre piadoso
Автор: Kent Hughes
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9781646911127
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¿Será 1 Tesalonicenses 4:3-8 muy cerrada para considerarla como una atadura para los hombres cristianos de hoy? ¿Por qué sí o por qué no? Si no, ¿cómo podemos hacer para que este pasaje nos sirva para obtener la victoria en nuestra lucha por la pureza? ¿Qué tiene la santidad de Dios que ver con nuestra santidad? (ver Levítico19:2)
Acerca de la inmoralidad predominante de nuestra cultura, ¿cómo es posible que esperemos mantener nuestros pensamientos y conducta puros? ¿Es realmente necesaria la amonestación de mantener “límitesen nuestras relaciones con las mujeres en nuestra vida? ¿No es esto poner a las mujeres muy baja estima? ¿Y a nosotros mismos?
La aplicación/respuesta
¿De qué le habló Dios más específicamente, más poderosamente en este capítulo? ¡Háblale a Él acerca de eso en este momento!
¡Piensa en esto!
Haga una lista de por lo menos media docena de aplicaciones específicas y prácticas con respecto a la moral sexual de la experiencia de David en 2 Samuel 11.
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LA DISCIPLINA DEL MATRIMONIO
POR LO GENERAL, tengo la mejor perspectiva en las ceremonias de casamiento cristianas, ya que estoy de pie a aproximadamente un metro de distancia de la feliz pareja. La piel de los novios brilla con la luminosidad ambarina despedida por la luz parpadeante de los cirios que alumbran detrás de mí. Lo veo todo: los ojos humedecidos, las manos temblorosas, los guiños furtivos, el mutuo ardor de sus almas; y escucho las palabras que sus padres repitieron una vez antes que ellos: “.. para bien o para mal, en pobreza o en riqueza; en enfermedad o en salud.” Se están sometiendo a lo de más alcance en la vida, a los intereses, sentimientos y aspiraciones de la comunidad cristiana, a la vida misma.
A veces, en mi disfrute de la ceremonia, mi mente se pone a vagar e imagino la boda final cuando Cristo nos desposará oficialmente con Él, para volver de inmediato a la realidad de la parábola viviente que está frente a mis ojos. ¿Cómo le irá a esta pareja en su matrimonio con el paso de los años? ¿Venerará la esposa a su marido? ¿Amará él a la que ahora es su hermosa novia, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella? ¿La amará con un amor sublime y santificador? ¿La amará como se ama a sí mismo? Mi sincera oración es que así sea.
Así fue y sigue siendo en la vida de Robertson McQuilkin, el dilecto ex rector de la Universidad Bíblica de Columbia, y de su esposa Muriel, quien sufre de los estragos avanzados de la enfermedad de Alzheimer o demencia precoz. En marzo de 1990 el doctor McQuilkin presentó su renuncia mediante una carta, en estos términos:
Mi querida esposa Muriel ha venido sufriendo un debilitamiento progresivo de su salud mental desde hace aproximadamente ocho años.
Hasta ahora había podido ocuparme tanto de sus necesidades cada vez mayores, como de mi responsabilidad de dirigir la Universidad Bíblica de Columbia. Pero recientemente resulta evidente que Muriel se siente alegre la mayor parte del tiempo que paso con ella, y casi nada feliz cuando me ausento. Pero no se trata sólo de que no se siente feliz, sino que se llena con el temor - y aun del terror - de que me ha perdido, y siempre va en busca de mí cuando salgo de la casa. Entonces puede llenarse de ira si no me encuentra. Por tanto, me resulta claro que ella necesita ahora de todo mi tiempo.
Quizá les ayude a comprender mi decisión el que repita lo que dije cuando anuncié mi renuncia en el culto de la capilla.Ya la decisión se había tomado, en cierta manera, hace cuarenta y dos años, cuando prometí cuidar de Muriel “en salud o en enfermedad .. .hasta que la muerte nos separe”. Así, pues, como lo anuncié a los estudiantes y a los profesores, como hombre de palabra, la integridad tiene que ver en mi decisión. Pero también un sentimiento de justicia. Ella ha cuidado de mí devota y abnegadamente todos estos años, de modo que si yo tuviera que cuidar de ella durante los próximos cuarenta años, ni aun así pagaría toda mi deuda. El cumplimiento del deber, sin embargo, puede requerir determinación y estoicismo. Pero hay más: amo a Muriel. Ella es para mí un motivo de felicidad por su inocente dependencia y confianza en mí; por el amor ferviente que me tiene; por sus destellos ocasionales de esa gracia de que tanto disfruté; por su espíritu feliz y por su fuerte resistencia ante su continua y angustiosa frustración. ¡Por tanto, no me siento obligado a cuidar de ella, sino que lo deseo! Es un gran honor poder ocuparme de una persona tan maravillosa.
El mes siguiente, mi esposa Bárbara y yo hicimos una breve visita a los McQuilkin, y pudimos observar la manera gentil y amorosa como el doctor McQuilkin se ocupaba de su esposa, quien entendía muy poco lo que estaba ocurriendo a su alrededor. El recuerdo de esa visita es de una belleza imperecedera.
¡Ese amor tan precioso, como el de Cristo, no es producto de la casualidad! Surgió de la determinación profunda hecha por un joven esposo que se propuso cuarenta y dos años atrás vivir bajo la autoridad de lo que la Palabra de Dios enseña en cuanto a cómo debe un hombre espiritual amar a su esposa, tal como aparece en Efesios 5. Son preceptos con los cuales debe estar familiarizado todo hombre cristiano; los cuales debe entender y, creo, hasta aprender de memoria, como yo mismo lo he hecho. Estas directrices constituyen la disciplina sobre la cual está asentado el matrimonio; son las columnas de un matrimonio que lucha por ser lo que realmente debe ser.
Para profundizar en cuanto a lo que es la responsabilidad del hombre piadoso, debemos fijar en nuestra mente la gran verdad que aparece al final del capítulo 5 de Efesios, en el versículo 31, en el que Pablo cita Génesis 2:24: Cuando un hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, “los dos serán una sola carne”. Luego añade en el versículo 32: “Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto a Cristo y de la iglesia.” ¡Hay una unidad asombrosa en el matrimonio! La afirmación de que el hombre y la mujer son “una sola carne” indica algo de la profundidad psicológica y espiritual del matrimonio: un intercambio de almas.
El matrimonio idealmente da como resultado dos personas que son al mismo tiempo la misma persona ¡hasta donde es posible que dos personas lo sean! En el matrimonio, la pareja tiene el mismo Señor, la misma familia, los mismos hijos, el mismo futuro y el mismo destino final, una unidad sorprendente. Un vínculo asombroso se produjo en el momento que vi por primera vez a mis hijos recién nacidos y los sostuve en mis brazos. Ellos son parte de mi carne. Estoy íntimamente unido a mis hijos, entretejido con ellos. Sin embargo, no soy una sola carne con ellos. Soy una sola carne sólo con mi esposa. Esta, en mi opinión, es la razón por la cual las parejas de ancianos, a pesar de tener un aspecto físico muy diferente, terminan pareciéndose tanto entre sí, porque son “una sola carne”. Ha habido un intercambio de almas, una apropiación recíproca de sus vidas.
Esto es, en realidad, un misterio que ilustra en parte la unión conyugal que hay entre Cristo y la Iglesia. Y esta es la razón por la cual el texto bíblico utiliza con frecuencia un lenguaje descriptivo cuando habla de Cristo y los esposos, y de la Iglesia y las esposas. Debemos, entonces, tener siempre frente a nosotros la misteriosa naturaleza de nuestra unión si queremos comprender las tres disciplinas del amor conyugal: la disciplina del amor abnegado, del amor santificador y del amor a uno mismo.
EL AMOR ABNEGADO
Las primeras palabras de Efesios en cuanto a la relación conyugal son un rotundo llamado a un amor radical y abnegado: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (v. 25). Este llamado al amor marital era un brusco y directo viraje en cuanto al compromiso conyugal (o a la falta de él) de los hombres de esa época, tal como ocurre hoy día. Tomada en serio, ¡la forma franca de estas palabras, “amad a vuestras mujeres, СКАЧАТЬ