La Princesa del Palacio de Hierro. [Gustavo Sainz
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Название: La Princesa del Palacio de Hierro

Автор: [Gustavo Sainz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Biblioteca Gustavo Sainz

isbn: 9786077640134

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СКАЧАТЬ a veces llegaba y tampoco me dejaban entrar, porque había espectáculos medio fuertes. Entonces me decían no, no entres. Con mi hermano siempre ¿eh? Nunca sola. O con Las Tapatías o con La Vestida de Hombre, pero nunca sola. No, no entres, porque ahorita está medio fuerte. Y es que había señoras haciendo estriptís y cosas así. Pero iba gente de toda, de toda… Iban saliendo de fiestas, del cine, de moteles, claro, si conocían al dueño, digo, a ese muchacho alto, morado y con la panza en forma de pera. Iban prostitutas, iban golfas, iba Gabriel Infante, siempre de zapato blanco y pantalón así entubado de abajo y de aquí muy ancho. Entonces allí bailábamos. Era un lugar para bailar y siempre se concentraba allí la gente de ambiente, los chéveres y los superchéveres. Y una vez íbamos saliendo mi hermano y yo y dijo mi hermano: hijos, escucha eso, yo creo que a algún pendejo le están robando los tapones. Y le digo: puta sí, sí es cierto. Entonces empezamos a ver los coches, todos los coches que estaban estacionados allí, y que vamos viendo que era nuestro coche, que lo estaban desarmando tres tipos. Entonces mi hermano dice ay, carajo, si es mi coche, y que empieza a correr para alcanzarlos. Entonces los rateros vieron que se atravesaba corriendo y se subieron a un viejo ford que estaba estacionado en doble fila. Entonces mi hermano, el idiota, hazme favor, en lugar de dejarlos ir, alcanzó al ford y se agarró de una ventanilla, digo, trató de abrirles la portezuela, pero arrancaron como chiflido y apenas y pudo agarrarse de una ventanilla, como en las caricaturas. Y corría unos pasitos y tenía que alzar los pies, porque el coche iba demasiado aprisa ¿no? Unos pasitos y volaba un cachito. Los tipos le pegaban en la cara, le daban de cachetadas y él aferrado, bien aferrado. Hasta que se soltó ¿no? Entonces regresamos y nos metimos volados en Las Dos Tortugas. ¿Qué les pasó? Porque teníamos una cara que pregúntame si de indigestión con chayotes. Y mi hermano resollando como toro de lidia. Entonces uno de los muchachos que estaban allí trabajaba en alguna cosa de servicios, una oficina de agentes secretos o algo así. Imagínate, era tan secreto que todos lo sabíamos. Para esto, mi hermano venía como loco, repite y repite, nueve veintisiete doscientos cuarenta y tres, y repite y repite y repite así su placa, la placa de los tipos esos ¿no? Y ya fue y dio los datos. Entonces el muchacho dijo que iba a dar parte y que no sé qué, que no nos preocupáramos. Total, nunca hizo nada ¿verdad? Y nos quedamos sin tapones. Pero lo importante es que alrededor de la pista estaban colgados como treinta pares de zapatos míos. O cuarenta. Era yo La Popular ¿te imaginas?

      Por esos días La Vestida de Hombre me hizo un tango por teléfono. Me dijo fíjate nada más que me estoy muriendo, tengo un dolor en la vesícula. Ah, no, en la boca del estómago. Parece que se me acaba de reventar una de mis úlceras y fíjate que estoy desesperada, me estoy muriendo, por favor, encuéntrame una enfermera muy barata, porque no puedo estar sola y mi mamá se fue a Israel. Y la clásica pendeja, aquí, La Madre Abadesa, dijo no, óyeme, no, vente a mi casa y mañana rapidísimo buscamos un hospital, no vaya a ser que caigas en un hospital malo, mira, vente a mi casa y mañana buscamos. Pues mira, todavía no le acababa de decir buscamos… Yo creo que la cabrona me acababa de hablar de la esquina de mi casa, de la caseta, porque ya había llegado. ¿Y sabes cómo llegó? Con sus ceniceros, con sus cuadros de la pared, con sus pomadas y todos sus aditamentos, de plano, para venir a establecerse. Ay, no te quiero contar cuando la vi, casi me desmayé. Es que me privaba. De mi papá olvídate, y de mi mamá, olvídate. Llegó y se posesionó primero de un cuarto, después del teléfono, y a los doce días ya éramos sus sirvientes. ¡Sus sirvientes!

      ¿No te importa que todos los sábados se iba con diferente galán de fin de semana? Y los galanes entraban a mi casa y esperaban a que acomodara su ropa y todo. Mi papá y mi mamá privados de privados. Luego, por ejemplo, salía entre semana, y yo le decía ay, por favor, llega temprano porque nos dormimos como a las doce, no llegues después de esa hora porque los criados, las sirvientas, los mozos, todos se acuestan y ya no queda nadie que te pueda abrir y tenemos que salir nosotros, por favor, ven temprano. ¡Ranas sifilíticas! Llegaba a las cuatro o a las cinco de la mañana. Y allí nos tienes a mi mamá y a mí, que teníamos que levantarnos y abrirle la puerta. Mi papá en esa época viajaba mucho. Yo la odiaba, pero nunca has visto un odio más terrible. Entonces fíjate que fraguábamos raptarla, ofenderla, hacerle mala cara. Y llegaba La Tapatía Chica y oye, gorda, fíjate que qué crees, que este, que te dieron permiso para que te vengas con nosotras un par de semanas a Acapulco, porque tu mamá se va a ir siempre a San Antonio a comprar ropa y dice que para que no te quedes sola prefiere mandarte con nosotras. Qué padre ¿no? Entonces oye, pues qué bueno, que no sé qué, pues yo también estaba desesperada. Y La Vestida de Hombre oyendo, muy triste porque no podía acompañarnos. Y las sirvientas iban a tener vacaciones, así que nadie podría atenderla en la casa. Total, me fui a Acapulco y mi mamá se fue a los Estados Unidos. Se trataba de ver si se salía ¿no? Pero dijo que iba a cuidar la casa y le lavó el cerebro a mi papá. ¿Y sabes por cuánto tiempo se quedó? ¡Como cinco meses! Yo ya estaba en las locuras, no te imaginas. Mi mamá no la podía ver. Decía bueno, si te hubiera dicho esta niña oye, ¿puedo vivir en tu casa? Pero te dijo oye, mañana me voy…

      Bueno, pero total, La Vestida de Hombre, en una de las veces que habíamos salido, de las infinitas veces que salíamos juntas, me presentó a un muchacho que hablaba mucho. También era de Guadalajara Pues y parecía monje. Tenía como tres narices, una abajo de otra, así que se le veía una nariz grandísima, y parecía que siempre estaba diciendo mentiras con cara de fraile, a mí me parecía. ¿Sabes quién? Te he platicado otras veces de él. De veras parecía monje, o un viajero sin valija, de esos que ves en el aeropuerto esperando que llegue el carrito con los equipajes para pasar la aduana, así, como que algo les falta siempre y medio quieres que llegue y no, y mientras tanto revisan la cara de los presentes. Bueno, creo que lo has visto. Trabajaba en los tribunales y después fue secretario del ministro de, sí, ese que viste en, pálido, muy pálido, como cadáver de monaguillo.

      Entonces me invitó a salir, empezó a invitarme a salir. En fin, un día me habló y estábamos las cuatro amigas juntas ¿no? Y Las Tapatías tenían hambre y no teníamos dinero, así que decidimos que nos invitara a cenar. Bueno, para que tengas una idea más clara, él era como un obispo y como un camello al mismo tiempo, como El Obispo de los Camellos…

      Los lunes cerraban Las Dos Tortugas, así que fuimos a otro lugar que estaba donde quedaba el Astoria. Los dueños creían que habían hecho un restorán para gente más o menos bien, pero la mera verdad es que estaba repleto de gente muy baja. Era más bien frecuentado por gente corriente ¿no? Pero era un lugar muy chistoso y nos quedaba cerca, y siempre había muchachos muy vivitos y muy coleando y eso me gustaba. Imagínate: nosotras salíamos con puros cadáveres ¿no? Entonces estábamos allí muy tranquilas, sin sospechar para nada que una de nosotras iba a cometer un crimen, y otra a abortar cuatro veces, y otra a volverse loca; fascinadas con la música de los mariachis. El Monje siempre me invitaba a salir y total, esa noche no había podido resistirlo más y decidimos gorrearle la cena, así que le expliqué que iría con mis amigas. Y ya cuando llegó le dijimos que a ese restorán porque nos desbielaban el paté, el pan francés que daban, la plebe y el decorado, tú, porque los manteles eran rojos y las sillas muy blandas y muy acogedoras ¿verdad? Tibias también… como amantes.

      Entonces que se acerca el capitán de meseros. Que viene el capitán de meseros y nos dice ¿una copita? Preguntó si queríamos una copa o no. Y una de Las Tapatías, con las manos sobre el pecho trinó queremos cenar. Y no, gracias, nada, nada, nada, soy abstemio dijo El Monje. Y la carta, tú, que gruñe la otra de Guadalajara. Y el capitán ofreciendo un vermut, un oporto. Se lo acaban rapidito. Una ginebra. Y no, no gracias, nada, en dúo, en trío, un cuarteto. Y su voz decía oporto, vermut, ginebra, y como que en realidad quería decir otra cosa. Su voz se resbalaba por nuestros cuerpos como una cosa absurda y tierna que despertaba escalofríos sensuales… Al mismo tiempo su mirada era tan fuerte que podía hacer saltar todos tus botones… Y ¿qué crees? Fíjate que fue por la carta, la trajo y que se queda parado allí, junto a nosotras ¿no? Al Monje le sonaban las tripas, algo como el ruido de la calefacción. Junto a él, La Vestida de Hombre, idéntica a Mercedes, pasaba los dedos por la carta como si estuviera escribiendo en máquina. Y Las Tapatías asentían y movían las manos y proponían cosas ¿no? El capitán allí, accesible e insensato… СКАЧАТЬ