Название: Las disciplinas de una mujer piadosa
Автор: Barbara Hughes
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9781646911103
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Muchos cristianos están algo confundidos y piensan que la sumisión tiene algo que ver con el matrimonio y la relación de la mujer con su esposo (lo cual es cierto), o quizás con el rol de una mujer en la iglesia (lo cual también es cierto). Pero el llamado a la sumisión es mucho más extenso que estos usos reducidos.
La sumisión es ceder a la autoridad de otro. El predicador puritano Jeremiah Burroughs escribió: «Mantener debajo, eso es someterse. El Alma se puede someter a Dios en el momento en que puede colocarse bajo el poder y la autoridad y el dominio que Dios tiene sobre ella».8
La sumisión al gobierno amoroso de Dios
Por supuesto que la autoridad a la que debemos ceder es la autoridad de Dios. El Evangelio revela la verdad que Jesús es Señor. Los cristianos lo sabemos. Esta frase nos ha servido incluso como calcomanía para colocar en la defensa de nuestros automóviles. Pero lejos de ser trivial, estas palabras expresan laesencia misma del Evangelio. El arzobispo de Sydney, Peter Jensen, lo dijo así en su At the Heart of the Universe (En el corazón del universo):
Existía una diferencia monumental entre Jesús y los demás profetas de la Biblia. No sólo que Jesús trajo un mensaje de Dios; él mismo era el principal contenido del mensaje que había traído. Él anunció el reino y reveló que él era su Rey. Los profetas apuntaban a Cristo; él aceptó el testimonio de ellos. Él mismo era la luz del mundo, el pan de vida, el que da agua viva, la perfecta revelación de Dios, inigualable e insuperable. «El que me ha visto a mí», dijo Jesús a sus asombrados discípulos, «ha visto al Padre» (Juan 14.9). No hemos de sorprendernos pues que cuando estos discípulos comenzaron a predicar después de la muerte y resurrección de Jesús, su mensaje se redujo a: «Jesucristo es Señor».9
Pedro predicó el señorío de Cristo ante una multitud en Jerusalén después de Pentecostés: «Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo» (Hechos 2.36).
Pablo escribió sobre el señorío de Cristo en sus cartas a las iglesias:
Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2.8-11)
Dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. (Efesios 1.9-10)
El mensaje de la Biblia es claro: ¡Jesucristo es Señor! Es un hecho. La clave para ser una mujer piadosa es colocar nuestra vida en completa sumisión a su voluntad en todo. Es también el sendero que nos conduce al gozo.
Jesús, nuestro Señor, es una clase diferente de rey, y nos sometemos a Él, en parte, conformando nuestras vidas según su ejemplo. Como Señor, Jesús se comportó en una forma que era diferente a todo rey que haya conocido jamás el mundo. En vez de asumir una postura orgullosa de dominio, Jesús se humilló a sí mismo. En el Aposento Alto, poco tiempo antes de su crucifixión, Jesús aplacó una discusión entre sus discípulos sobre quién de ellos era el más importante, llevando a cabo algo asombroso: «Sabía Jesús que el Padre había puesto todas las cosas bajo su dominio, y que había salido de Dios y a él volvía; así que se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura... y comenzó a lavarles los pies a sus discípulos» (Juan 13.3-5).
Según este pasaje, vemos queJesucristo no tenía ninguna crisis de identidad. Él sabía exactamente quién era. Sabía que todo el poder le pertenecía a él. Sabía de dónde venía y a dónde se dirigía, y sabía cuál era su propósito sobre la tierra. Su humildad en ese día y a través de toda su vida provenía de esa confianza.
El Evangelio nos da esa misma confianza. Como hijas de Dios, nosotras también sabemos de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. Como Cristo, sabemos también lo que poseemos. Es el amor de Dios que nos motiva a seguir el ejemplo de Cristo y que nos permite liberar el control de nuestros planes para nuestra vida, colocándonos cada día completamente bajo el gobierno amoroso de Dios. John Wesley conocía esta verdad y oraba:
Toma Tú la total posesión de mi corazón. Levanta allí tu trono, y da allí órdenes como lo haces en el cielo. Habiendo sido creado por ti, permíteme vivir para ti. Habiendo sido creado para ti, permíteme siempre actuar para tu gloria. Habiendo sido redimido por ti, permíteme darte lo que es tuyo, y permite que mi espíritu se aferre solamente a ti.10
Nos podemos encomendar por completo al hermoso plan del Padre para nosotras. Cuando nos sometemos al gobierno de nuestro Rey, no sometemos también al orden de Dios.
La sumisión al orden de Dios
Parte de nuestra rebelión en contra de Dios es el deseo de ignorar el plan de Dios para tener orden en la creación. Pero la vida en sumisión al orden de Dios es esencial para vivir bajo su gobierno. La autora Mary Kassian lo comprueba con estas penetrantes palabras:
La sumisión es un concepto que debemos comprender, dado que todos somos llamados a someternos a Dios (Santiago 4.7-10; Hebreos 12.9), y todos nosotros, una que otra vez, debemos someternos a la autoridad humana. Los creyentes que no se pueden someter a la autoridad humana no saben cómo someterse a Dios, pues es Dios quien exige sumisión dentro de las relaciones humanas. A la inversa, los creyentes serán líderes ineficaces, incapaces de satisfacer los roles de autoridad humana, hasta que aprendan a someterse a los demás. La sumisión es para todos.11
Una vez más, Jesús es nuestro ejemplo supremo. Él vivió su vida en sumisión al orden de Dios. Juan 8.28-29 dice: «Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada».
Las dos frases: «nada hago por mí mismo» y «yo hago siempre lo que le agrada» son reveladoras. Jesús estaba hablando sobre toda su vida, comenzando con su niñez. A medida que pasaron los años, y Jesús maduró de la niñez a la vida adulta, la Biblia dice que Jesús «crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres» (Lucas 2.52). Sabemos que Jesús experimentó la vida como un niño, como soltero, como hombre que trabaja, y como ciudadano. Se enfrentó a las dificultades que presenta la vida dentro de los límites de esas relaciones cuando uno vive de acuerdo al plan de Dios. Y sabemos que en el medio de su vida cotidiana, Él complacía a su Padre celestial en todo.
Nuestro instinto es complacernos a nosotras mismas. Naturalmente deseamos definir nuestros propios límites, rebelándonos contra toda autoridad externa. De modo que la sumisión es algo que tenemos que aprender.
Cuando les enseñamos a nuestros niños a obedecernos, les estamos dando en realidad su primera lección en sumisión al orden de Dios para la familia. Ellos están aprendiendo a alinear su voluntad obstinada con la voluntad de sus padres y, en última instancia, con la voluntad de Dios.
El famoso psiquiatra infantil Dr. Robert Coles СКАЧАТЬ