Название: Las disciplinas de una mujer piadosa
Автор: Barbara Hughes
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9781646911103
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No estoy diciendo que simplemente le fallemos a Dios, sino más bien que nuestro pecado afecta profundamente cada parte de nuestro ser. Reflexionar de esta manera sobre nuestros pecados puede ayudarnos a confesar pecados específicos en cada una de estas áreas, pecados ya sea de comisión como de omisión por medio de nuestra propia falta.
No podemos exagerar la importancia de la confesión. «Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado» (Salmo 66.18; véase también el Proverbio 28.13). El pecado que no ha sido confesado nos lleva a evitar la oración porque Dios parece distante, pero la confesión restaura nuestra relación con Él y nos restituye a su favor.
LA ADORACIÓN
Los aspectos de devoción de nuestro tiempo de oración dan como resultado la adoración, o sea, le decimos a Dios qué es lo que atesoramos sobre Él. La reverencia, que a menudo está ausente, debe caracterizar siempre a nuestros momentos con Dios. Y junto con la reverencia necesitamos concentración. Eso significa que nuestras mentes deben estar comprometidas por completo. Ésta es la razón por la cual le debemos brindar a nuestras devociones aquel momento de nuestro día en el cual estemos más frescas y más atentas.
La reverencia por Dios nos hace concientes de nuestro humilde estado. La humildad conduce a la alabanza. Cuando alabo a un amigo o a un nieto, reconozco algo que aprecio acerca de esa persona: «¡Bien hecho!» les digo si él o ella han alcanzado algún objetivo o realizado un buen trabajo en algún área. O «Tú eres siempre tan amable», o «¡Realmente eso fue muy generoso de tu parte!» Así es como ocurre con Dios: yo le digo lo que aprecio acerca de Él. La alabanza es lo que haremos durante la eternidad, diciendo cosas tales como: «Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas» (Apocalipsis 4.11).
La contemplación se encuentra en el corazón de la adoración, especialmente cuando lo consideramos a Dios según se manifiesta en su creación. Los Salmos no sugieren nunca que Dios esté en su creación, pero nos dicen que sus excelencias pueden ser vistas en sus obras creadas. El Salmo 29 le tributa gloria a Dios a través del medio visual de una gran tormenta. El Salmo 19 comienza: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría» (19.1-2). Escuchemos a Dios que habla por medio de la creación, dice el salmista. Como contraste, el Salmo 139 celebra la omnisciencia de Dios (versículos 1-6), la omnipresencia (versículos 7-12), y la omnipotencia (versículos 13-16) en la creación de la mente y el cuerpo humano.
¿Se han quedado ustedes alguna vez «sin aliento» ante la naturaleza?14 En esos momentos, la naturaleza irradia la gloria de Dios. Si ustedes han sido testigos del poder de una tormenta en la región central de los Estados Unidos, saben a lo que me refiero. Un verano, mientras que estaba quitando los yuyos en mi jardín en Wisconsin, vi unas nubes negras siniestras que aparecían del oeste como una gran ola que se devoraba todo lo que encontraba a su paso. La tormenta cayó con tanta furia de repente que mi madre de ochenta y un años, y mis pequeñas nietitas y yo corrimos hacia la casa. Nos quedamos paradas en el porche mirando la tormenta que envolvía el cielo azul sobre el este, con relámpagos que iban de un horizonte al otro. Mi madre estaba tan maravillada que tomó su cámara y tiene fotografías para corroborar el acontecimiento que nos hizo gritar en alabanza al extraordinario poder de Dios en la creación.
A través de las Escrituras, los teólogos han discernido alrededor de veinte atributos de Dios. La contemplación de esos atributos ha sido un camino de larga tradición que nos conduce a la adoración. Si nos pasamos veinte días consecutivos en la compañía de un libro como el de J. I. Packer, Conociendo a Dios, que es un libro sobre los atributos de Dios, podremos obtener ideas que elevarán tanto nuestra mente como nuestra alma.15
Ustedes pueden expresar su ferviente adoración con la palabra hablada. A veces me doy cuenta de que estoy cantando—aun mis melodías desafinadas expresan alabanza a Dios. Oremos o leamos o cantemos la Palabra de Dios a Él. Los Salmos son perfectos para esto porque son un manual de adoración, pero existen también magníficos himnos del Nuevo Testamento, tal como el Magnificat de María (Lucas 1.46-55). Su canción está entre mis favoritas.
Los himnos tradicionales de la iglesia y las hermosas canciones de la Biblia, las cuales son más recientes, son una fuente de alabanza poética a las que les han agregado la melodía. No cometan el error de descuidar esa rica fuente de teología y adoración. ¡Ellas son vuestra herencia!
LA SUMISIÓN
La adoración muy naturalmente lleva a la presentación de nuestro cuerpo, de toda nuestra vida, como el máximo acto de adoración. Ésta es la manera en que habló Isaías de su gran experiencia con Dios: «Heme aquí, envíame a mí» (Isaías 6.8). De igual manera, después que el apóstol Pablo dijo: «Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén» (Romanos 11.36), él de inmediato nos llamó a la sumisión: «Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios» (Romanos 12.1, NVI).
Nuestra devoción trae como resultado una entrega conciente de cada parte de nuestra personalidad, cada ambición, cada relación, y cada esperanza a Él. La sumisión a la voluntad de Dios es el verdadero núcleo de la adoración.
LA PETICIÓN
La meditación, la confesión, la adoración, y la sumisión nos preparan para la petición: el ofrecimiento de nuestras peticiones a Dios. Se necesitan cinco elementos para experimentar por completo el poder de la oración de petición.
En el Espíritu
El primero es «orar en el espíritu». En Romanos, Pablo explica: «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos» (Romanos 8.26-27).
El Espíritu Santo que habita en nosotros ora por nosotros y se une a nosotros en nuestra oración, comunicando sus oraciones a las nuestras de modo que podamos «orar en el Espíritu». Judas 20 ofrece un desafío aún mayor para experimentar este fenómeno: «Ustedes, en cambio, queridos hermanos, manténganse en el amor de Dios, edificándose sobre la base de su santísima fe y orando en el Espíritu Santo» (NVI). La voluntad de Dios es que oremos en el Espíritu y a lo que Dios desea, en la medida que lo permitamos, Él le da poder.
Cuando oramos en el Espíritu ocurren dos cosas sobrenaturales. Primero, el Espíritu Santo nos dice por qué cosas deberíamos orar, y esto lo hace a través de las Escrituras. A medida que nos muestra qué es lo que necesita oración, Él nos da la absoluta convicción de que ciertas cosas están en la voluntad de Dios.
Yo experimenté esto mientras que oraba por mi hija adolescente. Estaba preocupada porque ella no estaba espiritualmente en la senda correcta, y yo tenía miedo de que ella pudiera tomar alguna decisión que la afectaría para toda la vida. De rodillas, con mi Biblia abierta delante de mí, yo estaba leyendo y orando. En 1 Juan, leí estas palabras: «Porque todo el que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe» (1 Juan 5.4). Supe de inmediato que ésta no era mi experiencia presente, ya que tenía miedo y estaba preocupada—no muy «victoriosa» que digamos. Confesando mi pecado, continué leyendo: «Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna СКАЧАТЬ