Название: Del lamento a la revelación
Автор: John Harold Caicedo
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9781953540393
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Es decir, la victimización es la tendencia de alguien que ha sufrido experiencias traumáticas, a asumir siempre la posición de indefensión, debilidad o fragilidad y que termina por convertir esto en una patología constante en su comportamiento, una forma de asumir la vida desde la perspectiva de alguien a quien la vida solo le reservó su parte más difícil de agresión, violencia o intimidación.
Esta forma de vida representa un gran peligro, pues la tendencia natural para quien vive de esa manera es siempre culpar a alguien de cualquier desgracia, dificultad o un simple error.
Alguien ha sido el culpable y él o ella es únicamente la víctima en toda esta situación.
Desde el mismo momento de la caída del ser humano en Génesis 3, se empezó a observar este modelo de comportamiento, que a medida que pasan los tiempos se acentúa, ya sea por simple conveniencia o por evasión de responsabilidades.
Cuando Dios confrontó a Adán acerca del pecado que acababan de cometer, la reacción inmediata de Adán fue culpar a alguien. “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.” (Génesis 3: 12)
En aquel instante, Adán, incapaz de asumir la responsabilidad de sus actos, encontró de manera fácil a alguien en quien descargar sus culpas, mientras él se lavaba las manos. (Y no era Poncio Pilatos.)
Ahora el turno le correspondió a Eva. Dios la confrontó de la misma manera y ella respondió de una forma similar a Adán, pero ahora descargando sus culpas en la serpiente. El relato de Génesis 3: 13 dice lo siguiente: “Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó y comí.”
La misma dinámica se hace evidente con la mujer. Ella no quiso asumir su responsabilidad. Más bien su mecanismo de defensa fue el mismo de Adán, señalar a alguien más para sentirse descargada del problema.
Esto no es únicamente la inmadurez que supone la negación de una responsabilidad, como lo haría cualquier niño pequeño, sino más bien, la ubicación como víctimas de “otro” que los motivó a hacer algo que ellos no querían.
¿Cuál fue el mecanismo de presión que se usó para “obligarlos” a esto?
Sin duda no fue la violencia física ni emocional, pero sí la persuasión con la cual se despertó una ambición demasiado grande en Adán y Eva para ser como Dios. El problema es que esto no quitó la responsabilidad de los hombros de Adán y Eva, pues tuvieron que afrontar las consecuencias de sus actos y de paso llevaron consigo a la humanidad entera en estas mismas consecuencias.
La serpiente no tuvo a alguien más en quien descargar su culpabilidad, por lo tanto ese ciclo no se prolongó más en aquella dinámica experimentada en el paraíso.
La humanidad está constantemente intentando culpar a alguien de sus desgracias, de sus problemas, de sus dificultades, de sus errores. ¿Y quién asume la culpa? ¿Quién afronta debidamente la responsabilidad de los actos que se cometen?
Cuando Jesús ideó a su iglesia en la tierra, no la imaginó como una prolongación del mundo que la rodeaba, sino precisamente supuso la conformación de un organismo glorioso que lo representara adecuadamente en medio de un mundo pagano y hostil.
A pesar de que no es explicita la declaración de responsabilidades de la iglesia en relación a la sociedad en el Nuevo Testamento, su contenido lleva implícito el germen de la ética cristiana que necesariamente produce efectos en las relaciones sociales y en las decisiones frente a temas fundamentales.
De hecho, la Biblia no se conforma de una serie de regulaciones, normas o instrucciones, sino que la enseñanza de Jesús contiene la naturaleza de la fe cristiana que elabora, sobre valores y principios muy definidos, las normas de convivencia entre los seres humanos. La teología se esfuerza por elaborar una doctrina de la fe cristiana que emerja de sus propios pronunciamientos, pero que trascienda y se aplique en la cultura vigente.
Lo que cautivó a los primeros cristianos no fueron las promesas de bendición del evangelio o el pensar que al abrir su corazón a este mensaje transformador todos sus problemas quedarían solucionados completamente. Lo que en realidad los cautivó fue la persona quien expresó el mensaje: fue sin duda Jesucristo de Nazaret.
El Reino de Dios, en contra de lo que piensan muchos cristianos, no significa algo puramente espiritual o no perteneciente a este mundo, sino que es la totalidad de este mundo material, espiritual y humano que ha sido introducido ya en el orden de Dios. Jesucristo es la manifestación perfecta de la creación divina, por quien todo fue hecho. En Él se encuentra colocada la obra redentora universal y es por eso que al fin de cuentas es Él quien representa la esperanza real de la humanidad. Es el Señor de la iglesia, pero también de la sociedad en general. Así mismo es Señor de la historia de principio a fin. Ejerce su soberanía y desarrolla sus propósitos a través de la Iglesia en la proclamación del mensaje salvífico.
Cuando entendemos estos principios nos encontramos entonces frente a una responsabilidad que no puede ser evadida. La iglesia no es la “victima” de la sociedad, todo lo contrario, está destinada a ser sal y luz en este mundo. ¡Está destinada a transformarla!
Los discípulos nunca pidieron lugares para esconderse, sino más denuedo para seguir ejerciendo la difusión del mensaje del evangelio en circunstancias difíciles. Su lenguaje no era de quejas ni lamentos. Por el contrario, experimentaban de continuo el privilegio de haber sido llamados precisamente para tiempos como esos, con un imperio romano que los perseguía y religiosos judíos que intentaban acabar con ellos.
Nunca vemos a Pablo quejándose porque alguien le negaba predicar en una sinagoga. Si le cerraban un templo se dirigía a una casa, a una plaza pública, a un lugar cualquiera y desde allí continuaba predicando.
Y por supuesto, el mejor ejemplo que tenemos es de Nuestro Señor Jesucristo, quien sufrió no por sus pecados sino por los nuestros y pagó no por sus rebeliones sino por las nuestras. “Dios no se ha mantenido alejado del dolor y el sufrimiento humano, sino que Él mismo lo experimentó.”
La iglesia en tiempos de pandemia puede tener templos cerrados, pero eso no implica que las bocas de los fieles estén amordazadas. En lugar de quejarnos porque no nos dejan congregar, deberíamos salir a los parques y lugares abiertos sin necesidad de arriesgar a nadie, y seguir adelante con el llamado que tenemos.
Mientras peleamos con el gobierno porque los templos están cerrados, estamos perdiendo la oportunidad de ser una iglesia relevante en tiempos de crisis, pues la incomodidad de los parques, sin aire acondicionado, sin sillas cómodas, sin calefacción, etc., produce otro tipo de creyentes que no buscan solo la comodidad, sino que tienen una verdadera sed de la palabra de Dios y si es necesario escucharla a la sombra de un árbol o bajo un sol canicular, igualmente lo harán con gozo porque su motivación principal se está cumpliendo.
Si lo pensamos bien, estamos ante una gran oportunidad que Dios mismo nos ha dado para evaluar nuestras congregaciones, observar el comportamiento de aquellos que bajo condiciones ideales parecen ser grandes siervos, pero que cuando llega la incomodidad, la inclemencia del tiempo, las dificultades, simplemente desaparecen y se escabullen culpando al gobierno por el estado de la iglesia.
Es curioso intentar buscar la culpabilidad rio arriba, cuando la corriente está arrastrando la inmadurez, la inconsistencia, la falta de compromiso, la falta de pertenencia, la falta de lealtad, etc., de muchos que quizás por décadas СКАЧАТЬ