Название: Del lamento a la revelación
Автор: John Harold Caicedo
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9781953540393
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¿Y la transformación de los seres humanos a través de la palabra?
¿Y el poder del Espíritu Santo desplegado para cambiar comunidades enteras?
¿Y el compromiso y el testimonio del verdadero cristiano que es luz donde quiera que vaya?
¿Y el crecimiento en la palabra de Dios de niños, jóvenes y adultos?
Nada de eso es relevante, el mundo nos sigue viendo como buenos para hacer bodas y funerales.
El problema es que Cristo no derramó su sangre preciosa simplemente para que su pueblo solo haga bodas y funerales. No, nada de eso. La sangre de Cristo se derramó en una cruz para que el pueblo que invoca su nombre sea libre de iniquidad; para que se levanten hombres y mujeres limpios con esa sangre y hagan una diferencia en este mundo; para que resplandezca la luz de Cristo a través de aquellos que le siguen y proclaman su nombre.
Sí, es demasiado preciosa la sangre de Jesucristo para que solo nos sirva para hacer bodas y funerales.
El Evangelio que prevalece hoy en día raramente es en realidad un Evangelio.
Es una versión distorsionada que da gusto y divierte al que la escucha, pero no produce un llamado al arrepentimiento, a un cambio genuino, y tampoco prepara a nadie para afrontar momentos de crisis prolongados. Un evangelio que seduce por lo que ofrece, pero que no desafía por lo que exige. Un evangelio de derechos sin deberes, de premios sin exigencias, de traspaso de unciones pero sin consagración.
¿Cómo vamos a ser transformados por un evangelio así?
¿Qué podemos esperar entonces de las nuevas generaciones de cristianos que aun tendrán que enfrentar desafíos mayores?
Ciertamente se levanta ahora el gran reto de compartir un evangelio puro, un evangelio bíblico, un evangelio que ciertamente transforme, un evangelio que se transmita desde los cielos mismos y llegue, no solo a los oídos sino al corazón mismo de los creyentes.
Debemos tener el mismo convencimiento que tenía Pablo: El evangelio tiene poder para transformar al ser humano.
Desafortunadamente el evangelio hoy en día desplaza a Dios del centro y coloca al hombre en el trono de sus propios gustos mientras se satisface semana a semana en un reino terrenal despreciando las exigencias del reino celestial.
La predicación de un evangelio puro y sin contaminación debe producir en el ser humano un anhelo por un cambio profundo de vida, pues supone la transición real de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz.
Si esto es así, la perspectiva con la cual miramos el mundo debe ser completamente diferente, porque ahora asumimos las características del reino de los cielos.
¿Será eso cierto para el cristianismo nominal de nuestros días?
¿Estamos preparados para enfrentar cualquier reto que se nos ponga por delante con los argumentos que tenemos?
¿Cómo nos estamos comportando ante un desafío tan grande como el que estamos viviendo con esta pandemia?
Aquí está el gravísimo problema.
En muchas reuniones de pastores o a través de las redes sociales y los medios de comunicación he estado escuchando repetidamente a líderes cristianos que han asumido lo que yo considero como una posición incorrecta. No es mi propósito criticar al gremio pastoral, del cual soy parte, sino más bien de elaborar una posición que disienta sin necesidad de ofender a quien tiene un criterio diferente.
Sus quejas constantes son contra el gobierno, contra las instituciones, contra las normas de protección, contra el uso de mascarillas, contra las órdenes de no congregarse.
La posición que se esgrime es que lo que estamos viviendo es en realidad un ataque premeditado y calculado contra la institución religiosa y eso no es posible soportarlo. Es un ataque contra la predicación de la palabra y por ende es un ataque directo a Cristo Jesús y la difusión del evangelio.
¿Será verdad que lo que está sucediendo es algo concertado para destruir o atacar al cristianismo?
¿Será que nuestra posición como pastores, miembros de comunidades de fe, fieles asistentes a las congregaciones, etc., debería ser la de colocarnos en el papel de víctima que es tan conveniente?
¿Será que hay mentes perversas dedicadas a crear virus para que el pueblo de Dios no pueda congregarse y escuchar el mensaje de la palabra de Dios?
Como siempre habrá quienes así piensen y otros que dirán exactamente lo contrario. Las teorías de conspiración abundan por todas partes.
Pero me parece conveniente examinar un poco más en profundidad este asunto para llegar a mejores conclusiones.
Como primera medida la pandemia actual tuvo su origen, hasta donde se sabe, en la localidad de Wuhan en China. Luego empezó a expandirse por el mundo entero de manera imposible de detener y ha afectado al comercio internacional, la industria, los gobiernos, las aerolíneas, los espectáculos públicos, la industria del cine, la televisión, los deportes, etc.
Si esto es así entonces ¿Por qué deberíamos quejarnos de que el virus tiene una intención antirreligiosa dedicada a impedir la libertad para adorar a Dios?
¿Por qué deberíamos asumir una posición en la cual creemos que las decisiones de los gobiernos, destinadas a intentar controlar la pandemia y a reducir los índices de contagio y de mortalidad, son específicamente dirigidas al libre acceso a la práctica religiosa?
Si bien es cierto que algunos gobiernos han permitido la apertura de otro tipo de actividades, como los bares nocturnos, las cantinas, los restaurantes, etc., eso no significa necesariamente que toda esta actividad es en contra de la iglesia, pues de igual manera están cerrados los cinemas, los estadios, los centros comunales para la realización de actividades sociales de toda índole, los gimnasios y en general cualquier lugar donde se reúnan personas en espacios cerrados por un periodo prolongado, que aumente considerablemente las posibilidades de contagio. De hecho, se ha instado repetidamente a la población en general a evitar las reuniones y comidas familiares durante el tiempo de las celebraciones navideñas, precisamente por las mismas razones de protección que se están implementando.
Como segunda medida deberíamos examinar lo que significa el amor al prójimo. Como pastor entiendo perfectamente la necesidad que tenemos los creyentes de reunirnos para la adoración. Es el tiempo de enriquecimiento personal y comunitario en cuanto a nuestra vida espiritual.
Pero considero también que amar al prójimo es cuidarlo, es impedir de todas las maneras posibles la exposición al riesgo, es preservar la integridad personal de las personas más vulnerables, en fin, es hacer todo lo que esté al alcance para que nuestros hermanos y los que no lo son, sean debidamente cuidados y protegidos contra los peligros que implican situaciones como la de la pandemia que estamos sufriendo. “El distanciamiento social no es una expresión de egoísmo, sino de un amor al prójimo que busca proteger a los demás.”
Pero la parte en la cual quiero hacer un mayor énfasis tiene que ver con la victimización que estamos asumiendo y los peligros que esto conlleva.
En mi trabajo como consejero, he tenido la oportunidad de tratar con muchas personas que presentan una gran cantidad de problemas emocionales que se les hace difícil superar, mientras intentan desesperadamente a través de la fortaleza espiritual СКАЧАТЬ