Название: Por tierras y mares
Автор: Manuel Pareja Ortiz
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная психология
isbn: 9788432151842
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La afluencia de fieles y penitentes a los santuarios religiosos, y la concurrencia a las celebraciones de Semana Santa en las distintas ciudades del país, corroboraban la predominancia de la religión católica. Ha sido siempre mayoritaria en Colombia, y se ha expresado mediante la liturgia formal y la religiosidad popular. Los colombianos siempre le han profesado devoción a distintos “patronos”, cuya influencia ha variado de una región a otra del país: la Virgen de Chiquinquirá, el Sagrado Corazón de Jesús, el Santo Ecce Homo, la Virgen de Las Lajas, el Señor de los Milagros, el Divino Niño…
No es de extrañar, por eso, que en el Himno Nacional, en uno de sus versos principales, haya una alusión expresa a esa fe del pueblo colombiano:
La humanidad entera,
que entre cadenas gime,
comprende las palabras
del que murió en la cruz.
Por otro lado, Colombia siempre se ha distinguido por su devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Fue una de las primeras naciones que se consagró, el 22 de junio de 1902. Poco después, el país alcanzó la paz y superó la “Guerra de los Mil Días”. El gobierno hizo un Voto Nacional e impulsó la construcción de un templo, hoy conocido precisamente como la Iglesia del Voto Nacional, en el parque de Los Mártires. Durante muchos años el presidente de turno renovó, en una ceremonia solemne, esta consagración, hasta que se introdujo un cambio en la constitución política del país que cesó esta costumbre.
Continúa su descripción don Teodoro en carta que le escribe a Odón Moles, el 16 de diciembre, en la que le dice: «Desde el Presidente de la República para abajo, todo son a pedir ayuda y colaboración para levantar el nivel espiritual, cultural y material del país. Hay posibilidades como digo formidables, pero está todo por hacer. Con gente y un poco de tiempo se podrán hacer aquí cosas estupendas».
Al ver las iglesias llenas y la piedad popular, vibraba el sacerdote al ver esas multitudes, y soñaba con llegar a todos, uno a uno, con ese apostolado de amistad y confidencia, tan característico de la espiritualidad de la Obra. Para eso había venido: para recordarles la llamada universal a la santidad y el valor santificador de todas las actividades cotidianas. Veía —son sus palabras— «un fondo de religiosidad ancestral y del buen natural de las gentes que son de suyo sencillas y piadosas. La juventud tiene ansias de ideales y capacidad de entusiasmo para enamorarse y lanzarse a la lucha».
AIRES QUE CORRÍAN POR COLOMBIA
Se podría pensar que san Josemaría había sido osado al encargar el inicio de la labor de la Obra a un solo hombre, con apenas unos dólares en los bolsillos, y en un país cuya situación política y social era al menos inquietante.
Una aguda polarización social y las elecciones presidenciales de 1946 tuvieron como consecuencia una explosiva polarización política. Colombia se convirtió en un país partido vertical y horizontalmente. Estando así las cosas, el 9 de abril de 1948, a la una de la tarde, un hombre sacó tranquilamente su revólver y disparó tres veces, provocando pánico en la calle. Frente al edificio Agustín Nieto, en pleno centro de Bogotá, cayó un señor de abrigo oscuro y sombrero.
Minutos después se supo que aquel señor era Jorge Eliécer Gaitán. El pueblo había encontrado en él quién expresara sus inquietudes sociales. Era un caudillo que tomó como bandera de su discurso político el responsabilizar a la oligarquía de toda la miseria popular. Gozaba de un carisma arrollador. Por eso, al conocer la noticia de su asesinato, el volcán estalló.
Como lava del subsuelo, surgieron de todas partes hombres enloquecidos, blandiendo machetes y banderas rojas, y todo a su paso ardió, todo fue saqueado y destruido. Los desmanes de ese día fueron conocidos como El Bogotazo, durante los cuales, ardieron muchos edificios; el sistema de tranvías, que fue símbolo de la Bogotá de la primera mitad de siglo, también desapareció; y perdieron la vida no solo el asesino de Gaitán sino numerosas personas.
El palacio arzobispal no fue ajeno a este desastre. También fue destruido durante los incendios.
Una Bogotá desapareció aquel día. Nació otra, que no era ya la tranquila, soñolienta y provinciana ciudad que por cinco centavos se recorría en un tranvía. Esa había sido durante siglos una ciudad virreinal de tertulias, de poetas, de oradores, que tomaban chocolate, vestidos elegantemente a la moda de Londres, con su sombrero en la mano.
Las elecciones presidenciales de noviembre de 1949 supusieron una intensificación del enfrentamiento entre conservadores y liberales, que se mantuvo durante toda la administración de Laureano Gómez, del partido conservador. Él presidía el país cuando el 13 de octubre de 1951 don Teodoro llegó a Colombia. Sin embargo, dos semanas después, el presidente tuvo que abandonar el cargo por un problema cardio-vascular, y fue sustituido el 5 de noviembre de 1951 por Roberto Urdaneta Arbeláez como presidente encargado. Urdaneta era un próspero abogado, vinculado a las grandes familias de Bogotá; se había educado con los jesuitas en España y había ejercido en Colombia su profesión en grandes compañías. Era reconocido como un hombre ecuánime y de diálogo.
El recién llegado sacerdote español ya sabía que se trataba de una nación de profunda fe católica. Pero, en lo social y político, el país se encontraba inmerso en un periodo de su historia conocido como “La Violencia”, que abarcó prácticamente toda la década: desenfreno de origen político, que enfrentaba a los dos partidos dominantes, pero que venía de muy atrás, y que, desgraciadamente, continuaría luego bajo otros parámetros.
La población del país se acercaba a los quince millones de habitantes, de los cuales Bogotá albergaba algo más de 700 000.
A pesar del enorme trauma histórico, la década de los cincuenta fue de grandes ilusiones y profundas esperanzas. Este ímpetu se palpa en las aspiraciones por la educación, en la proliferación de universidades, al menos en Bogotá, en el afán por acceder a los ámbitos de la cultura y la creación, en el éxito de los cinematógrafos, en el despliegue de la radiodifusión, en el auge de las revistas literarias, en la construcción de nuevas áreas residenciales y novedosos equipamientos urbanos, y en la pasión por la vida urbana.
La urbanidad que se enseñaba poseía un fuerte componente de principios cristianos. De hecho, “el Carreño”, quizás el manual más conocido y utilizado, recordaba: «En los deberes para con Dios se encuentran refundidos todos los deberes sociales y todas las prescripciones de la moral; así es que el hombre verdaderamente religioso es siempre el modelo de todas las virtudes, el padre más amoroso, el hijo más obediente, el esposo más fiel, el ciudadano más útil a su patria».
Hasta bien entrado el siglo XX, casi toda la educación en Colombia estaba en manos de instituciones de la Iglesia: los Hermanos de La Salle, los Salesianos, las Hermanas de la Presentación, las Esclavas del Sagrado Corazón, etc. Casi todos los colegios, de hecho, tenían nombres confesionales.
En lo económico, Colombia cubría, según los informes de esa época, un veinte por ciento del mercado mundial del café; la balanza de pagos se fue recomponiendo y los ingresos de la “nación cafetera” se incrementaron.
Don Teodoro nos da algunos datos de lo que percibía, al poco de llegar: «La moneda es el peso colombiano. Equivale a 15 pesetas. La vida aquí está mucho más cara que en España. Por ejemplo: cortarse el pelo cuesta un peso, o sea 15 pesetas. El franqueo de una carta son 76 centavos o sea unas 11,50 pesetas. Y así todo. La vida en España es una verdadera ganga; no sabéis lo que tenéis ahí. Con lo que gasta aquí una persona en una semana, tienen ahí para vivir un mes. Los estudios les cuestan СКАЧАТЬ