Por tierras y mares. Manuel Pareja Ortiz
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Название: Por tierras y mares

Автор: Manuel Pareja Ortiz

Издательство: Bookwire

Жанр: Зарубежная психология

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isbn: 9788432151842

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СКАЧАТЬ un determinado momento en que la cosa se puso un poco tierna, nuestro Padre se acercó a la cabecera de la cama de tía Carmen y, descolgando un cuadrito en cobre de la Virgen, me lo entregó diciendo:

      —Toma. Esto te lo regala Carmen para Colombia, ¿verdad Carmen?

      —Ya no quiero conocer a nadie más —le respondió ella con un mohín de disgusto—, porque se les conoce, se les toma cariño y luego te los llevas por ahí lejos.

      Por último, después de “la protesta” de Tía Carmen, el Padre mandó llamar a Andrés Rueda, que era entonces el Administrador General de la Obra para que le entregara todo el dinero que pudiera. Y después de rebañar convenientemente la caja reunió 50 dólares (dos billetes de 20 y uno de 10): ese fue todo el capital que se llevó don Teodoro para comenzar la labor en Colombia. A cambio, entregó todas las pesetas que tenía, puesto que esa moneda ya no le iba a servir en el nuevo país.

      El Padre les decía: «No vamos a enquistarnos en un país. Vamos a fundirnos. Si no, no va: porque lo nuestro no es hacer nacionalismo, es servir a Jesucristo y a su Iglesia santa».

      Habría que adaptarse a las costumbres del país en la comida, la bebida y el vestido y el no hacer propaganda del propio país.

      No se trataba de expediciones apostólicas numerosas, sino de una, dos o tres personas que se trasladaban a un lugar, a veces a continuar sus estudios, otros a trabajar en su profesión, y siempre a conocer personas y abrir camino. Todo se hacía con absoluta llaneza y naturalidad. Ni la más mínima sombra de solemnidad. Por eso, explicaba el Padre a sus hijos, «no existe la dispersión ni el alejamiento; se sigue formando una apretada familia: Nosotros no nos separamos nunca, aunque físicamente estemos lejos unos de otros. Los que os marchéis ahora dejaréis aquí un pedazo de vuestro corazón, pero dondequiera que se halle uno de vosotros, allí estaremos los demás, con toda nuestra ilusión por acompañarle. No nos decimos adiós, ni siquiera hasta luego; continuamos siempre consummati in unum». Era una realidad que todos los pioneros experimentarían. La mañana del viernes 12 de octubre, después de ultimar los preparativos de maletas, etc., y antes de salir para el aeropuerto de Barajas, don Teodoro fue a Diego de León para despedirse del Padre y recibir sus últimas recomendaciones. Años después, evocando ese emotivo momento, contaba:

      Me entregó varios libros que cogió de su biblioteca (además de las múltiples cosas que me había dado el día anterior) para que los llevara a Colombia. Estuve un rato de tertulia con él. Me venía, de modo recurrente, un pensamiento: ¿hasta cuándo tendré que esperar para un rato así? Cerca de las dos de la tarde vino la despedida, obviamente en medio de un montón de sentimientos encontrados.

      Me acompañaron al aeropuerto Odón Moles y Benito Badrinas. Almorzamos allí mismo y, después de los abrazos de despedida —de esos en que se vuelca todo el corazón—, a las 3:45 de la tarde subí al avión: un Constellation de 48 plazas, de la compañía colombiana Avianca.

      Y en el diario de su viaje, dejaría consignado:

      Madrid se pierde en la lejanía y empezamos a volar sobre las nubes. Pero no me interesa el paisaje. Tengo muchas cosas en las que pensar y sobre todo mucho que encomendar. El diálogo con el Señor y la Señora, con los Patronos y Custodios va a durar todo el viaje. Es una necesidad ineludible. En la tierra me separan ya muchos kilómetros del resto de la Obra y toda comunicación tiene que hacerse a través del Cielo.

      Por fin a las 2 de la tarde se divisa tierra. ¡Estamos en Colombia! Por dentro un poco de emoción. Y brota enseguida la acción de gracias y nuevas peticiones fervientes por esta tierra que va a ser el campo de labor. Aterrizamos en Barranquilla. Lo primero un saludo al Ángel Custodio de Colombia: ya somos muy amigos y vamos a estar en contacto íntimo probablemente mucho tiempo. ¿Cuál será la Patrona de Colombia? Es igual. Ella me escucha perfectamente.

      La Bogotá de finales de los años 40 era una ciudad con tranvías y con una mezcla variopinta de habitantes: desde hombres correctamente vestidos de oscuro, que tenían sus encuentros en el parque Santander, o en los alrededores de la Plaza de Bolívar, hasta personas muy sencillas y campesinos procedentes de todo el país.

      Los bogotanos de pura cepa no se parecían a nadie en el país, salvo a ellos mismos. La tez rosada, saludable, parecía encendida por el sol y el aire vivo de la Sabana

      El centro de Bogotá tenía un cierto empaque, a escala, y una dignidad de ciudad de provincia europea. Respondía al modelo de ciudad hispanoamericana que se había erigido como sede del poder, desde la época colonial. Al mismo tiempo, en los barrios de las periferias se acomodaban como podían, en casas muy pobres, montones de familias desplazadas por la violencia, que habían venido a la capital en busca de un futuro menos tenso y prometedor.

      La ciudad se extendía, por el norte hasta la calle 87; por el sur, hasta la calle 24, y por el Occidente hasta la carrera 30.

      En lo social, el país, pero especialmente su capital, se había ido convirtiendo por esos años en una especie de volcán humeante. Los temas candentes eran: el impuesto de valorización para la construcción de la avenida Caracas; el acaparamiento de víveres básicos en la canasta familiar; el alza desproporcionada de los precios, ocasionada por las sequías; los racionamientos de agua y de luz; la pobreza de mucha gente, que obligaba a los niños a hacer unos pocos años de primaria y luego, a trabajar.

      Don Teodoro consignó algunos datos de la ciudad, tal como él los había palpado en poco más de un mes de su arribo a la capital. Lo hizo en algunas de sus primeras cartas a su familia de sangre —a su padre y a su hermana—, fechadas el 20 de noviembre, y el 1 y 19 de diciembre de 1951: «Bogotá es una ciudad alargada situada en el pie de una cordillera. Tiene de largo unos 20 kms., por 4 o 5 de ancho. La mayor parte de los edificios en el casco central son casas de 3 a 6 pisos. Se conservan bastantes casas del tiempo colonial y son de estilo español. Las calles en el centro estrechas. Pero la parte nueva es una zona de chalets de uno o dos pisos con jardín y calles anchas que se extiende unos 15 kilómetros. El tiempo es de primavera pero con muchas lluvias torrenciales. La ciudad, completamente motorizada: hay más coches que personas».

      También da cuenta del ambiente religioso del país: «…las iglesias abarrotadas los domingos, muchas procesiones y muy nutridas, imágenes y estampas por todos lados, todo el mundo se descubre al pasar por delante de las iglesias, etc., etc. La gente es de un fondo naturalmente religioso y bueno».

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