Название: Por tierras y mares
Автор: Manuel Pareja Ortiz
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная психология
isbn: 9788432151842
isbn:
Aparte de las ocupaciones que le suponían los encargos en la Obra, Teodoro continúo su labor intelectual. Consta que entre 1944 y 1948, publicó dos artículos en revistas científicas[9].
Viajó a Roma en julio de 1947, y permaneció varias semanas en el Pensionato, a donde habían comenzado a trasladarse a vivir los de la Obra desde Città Leonina. Durante esas semanas dictó clases de latín a los que vivían allí.
Y llegó el día, en 1951, en el que el fundador le planteó el desafío de una nueva aventura: le preguntó si estaría dispuesto a marchar a Colombia para iniciar allí, él sólo y sin dinero, la labor del Opus Dei. Si ya se había entregado a Dios y si ya se había comprometido también con el Padre a hacer lo que hiciera falta por sacar adelante la Obra, no se iba a echar atrás a la hora de enfrentar lo desconocido.
Cuando emprendió su viaje a Colombia, este joven sacerdote contaba con 33 años, pero dentro de la Obra podía considerarse como uno de los mayores, dada la gran juventud de la casi totalidad de sus miembros.
Desde el primer momento de su llegada a Bogotá, don Teodoro se hizo muy colombiano. Dejó constancia de ello Joaquín Madoz, quien de paso para Quito, en octubre de 1954, pasó quince días en Bogotá. Fruto de esos días de convivencia con don Teodoro, concluyó: «Conoce más cosas del temperamento y de la geografía, de las costumbres y de la sociedad colombiana, que todos los nacionales nacidos y por nacer». Habían pasado solo tres años desde su llegada a Colombia, pero se había metido tan a fondo en su misión, se había tomado tan en serio el encargo recibido, que ya nada del nuevo país le resultaba extraño, postizo o forzado: este había llegado a ser su nuevo país.
Pasados los años, José Orlandis apuntaría, en la semblanza que escribió sobre don Teodoro: «Fue un hombre de Dios que supo vivir con admirable naturalidad la epopeya de una dilatada y apasionante existencia.
PREPARANDO EL VIAJE
Conviene señalar un hecho que vendría a influir, de alguna manera, en los inicios de la labor de la Obra en Colombia. Una señora, doña Eugenia Ángel de Vélez, devota de la Virgen de Fátima, había viajado de Colombia a Portugal para visitar Cova de Iría y, con motivo de ese viaje, había tenido la oportunidad de encontrarse con sor Lucia, una de las videntes de Fátima. Según contó después, en un folleto que publicó sobre el viaje, sor Lucia le habló mucho de la Obra, insistiéndole en que ojalá el Opus Dei se estableciera en Colombia. Desde entonces, doña Eugenia se convirtió en una gran entusiasta de la Obra.
No era la primera vez que sor Lucia había impulsado los apostolados del Opus Dei. En febrero de 1945, san Josemaría estuvo en Portugal, y visitó a sor Lucia, quien le expresó al fundador del Opus Dei su deseo de que comenzara la labor de la Obra en Portugal. Él, que ya había pensado en empezar, pero no de un modo inmediato, le pidió que contribuyera, con sus oraciones, a preparar el camino para que esa empresa sobrenatural tuviera éxito. Con el tiempo se demostró que lo hizo. El propio fundador reconoció, años después: «Sor Lucia fue instrumento del que se valió el Señor para que el Opus Dei comenzara su labor en Portugal». Y, como se ve, también lo fue para que comenzara en Colombia.
Esta y otras intervenciones de diversas personas, motivaron que, en ese mismo año 1951, el fundador planteara a don Teodoro, que residía en España, su traslado a Colombia para iniciar allí la labor apostólica. Él mismo recogería más tarde en sus recuerdos: «La noticia de preparar los papeles para marchar a Colombia me debió de llegar a principios del año 1951. Lógicamente lo primero que hice fue buscar información sobre el país en la Enciclopedia Espasa, y así me enteré de que era el país de las esmeraldas, producía el mejor café del mundo, y su capital, Bogotá, era llamada “la Atenas de Suramérica”».
En efecto, desde el siglo XIX varios historiadores y escritores le habían puesto a la ciudad ese título o apelativo. Aun así, el mérito de la frase parece haber sido del filólogo español Marcelino Menéndez Pelayo.
La extensión del país era de un millón y pico de kilómetros cuadrados —continuaba don Teodoro su relación de datos sobre su nuevo destino—, y quince millones de habitantes aproximadamente. Religión católica y, como régimen político, una república democrática bipartidista. Estas fueron mis primeras noticias sobre Colombia.
Pocos días antes de salir para Colombia, pude conocer, en la Residencia de La Moncloa, al padre Rafael García Herreros, sacerdote eudista; en 1950 había creado un programa radial —“El Minuto de Dios”—, que años más tarde se haría famoso en televisión. El sacerdote pasaba, entonces, por Madrid. No desperdicié la oportunidad de hablar largo y tendido con él.
Otro día, Juan Larrea[10] me hizo llegar la ficha de un compañero de estudios suyo, colombiano, Francisco Pérez, hijo del embajador de Colombia ante la Santa Sede, Y, finalmente, a través de un amigo mío de Granada, supe de un amigo suyo que se encontraba en Colombia: Miguel Alexiades. Estos fueron los datos y referencias que logré reunir antes de marchar a mi nuevo destino.
Por otra parte, por aquellos días, cuando leía los periódicos buscaba con mucho interés noticias de América y, de ser posible, de Colombia. Un día, apareció en el ABC una nota necrológica, dando cuenta del fallecimiento en Bogotá de un gran hispanista, don José Joaquín Casas Castañeda, político, escritor y educador colombiano, que había sido durante muchos años ministro plenipotenciario de Colombia en Madrid en los años treinta. El periódico daba el pésame a los hijos del difunto, y en especial a don Efraín Casas Manrique, que entonces era el Encargado de Negocios de Colombia en Madrid. Recorté la noticia, con el ánimo de expresarle mi condolencia cuando me lo encontrara en alguna de mis frecuentes visitas a la embajada colombiana por aquellos días. Y así surgió el contacto con la familia Casas Manrique, que habría de tener decisiva importancia para los comienzos de la labor en Colombia. Don Efraín me agradeció mucho el pésame y me pidió el favor de llevar algunas cartas y objetos para sus hermanos en Bogotá.
Mientras tanto, don Josemaría venía consagrando todas sus energías a la formación de sus hijos e hijas y a sus tareas como padre de esa familia en crecimiento que era la Obra. Pensaba en los que pronto irían a otros países —Colombia entre ellos—, en la instalación de una amplia residencia de estudiantes en Londres, y en otros proyectos, como la posible creación de una Universidad en España... Continuamente echaba a volar su imaginación, soñando con iniciativas apostólicas.
EL MOMENTO DE PARTIR
El 11 de octubre, durante su estancia en España, después de haber renovado la consagración del Opus Dei al Corazón Inmaculado de María, en los santuarios de Lourdes y de El Pilar, el Padre bendijo a don Teodoro, a punto de partir hacia Colombia. Se encontraron en Diego de León.
Fue una despedida muy emocionante —contaba don Teodoro—: el Padre me dio un gran abrazo, de aquellos tan entrañables que él sabía dar, y a continuación la bendición para el viaje. Estábamos en su habitación e inmediatamente después de bendecirme se acercó a la cama; sobre la cabecera había un Crucifijo de marfil, lo descolgó y dijo:
—Toma. Es para Colombia.
Luego, se dirigió a la estantería, cogió unas obras de san Agustín, en dos tomos encuadernados en cuero rojo, y me los entregó diciendo:
—Esto para empezar la biblioteca de Colombia.
Después, abriendo СКАЧАТЬ