Lo que nunca fuimos. Mike Lightwood
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Lo que nunca fuimos - Mike Lightwood страница 12

Название: Lo que nunca fuimos

Автор: Mike Lightwood

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: eLit LGTBI

isbn: 9788413753041

isbn:

СКАЧАТЬ

      —Sí, claro. —Se gira para dirigirse a los niños—. Sentaos todos y esperad un momento, ¿vale? Tengo que hablar con Eric.

      ¿Es cosa mía o mi nombre suena más bonito cuando él lo pronuncia? Y ¿acaso eso pasaba ya cuando íbamos al instituto? Si es así, ¿por qué no lo recuerdo? Hay tantos detalles que debo de haber olvidado, tantos momentos que estarán perdidos en algún rincón de mi memoria

      —Será solo un momento —le aseguro mientras salimos al pasillo—. Te lo prometo.

      Estoy de espaldas a él, así que aprovecho que no puede verme la cara para cerrar los ojos y respirar hondo durante unos segundos, tratando de serenarme un poco.

      —Bueno… Pues tú dirás. ¿Es que ha pasado algo con alguno de los niños? —pregunta con cara de preocupación—. ¿Se han portado mal?

      —No, no. —Me giro por fin hacia él—. No es eso.

      —¿Entonces?

      Suelto un suspiro de resignación.

      —¿De verdad no te acuerdas de mí, Rubén? —pregunto con un hilo de voz.

      Por un instante, vuelvo a ser un chaval de quince años, triste porque el chico del que se había pillado no le correspondía.

      Pero, entonces, Rubén me mira a los ojos por primera vez desde que nos hemos reencontrado y me doy cuenta de que hasta ahora ha estado esquivando mi mirada en todo momento. La máscara desaparece y vuelvo a ver la misma expresión extraña del otro día.

      —Claro que sí, Eric —susurra con una voz apenas audible—. Pues claro que me acuerdo de ti.

      Se acerca a mí con rapidez, sin darme tiempo siquiera a asimilar del todo sus palabras. Por un instante, un frenético y demencial instante, creo que está a punto de besarme, como tantas veces soñé hace tantos años. Y, durante una fracción de segundo, me doy cuenta de que por alguna razón eso es precisamente lo que deseo.

      En lugar de eso, me abraza. Y, por alguna razón, eso es casi mejor de lo que podría haber sido cualquier beso.

      —No sabes cuánto me alegra volver a verte después de tanto tiempo —me susurra al oído, como si no quisiera que nadie nos oyera a pesar de que está el pasillo vacío.

      Su voz suena extrañamente estrangulada, pero su aliento contra mi piel me provoca un estremecimiento que recorre todo mi cuerpo. ¿Cuántas veces soñé con este momento? ¿Cuántas veces deseé que me abrazara así, sentir su cuerpo contra el mío, quedar envuelto en su olor y en su calidez? No tengo forma de saberlo, pero lo que sí sé es que fueron tantas que jamás sería capaz de contarlas.

      —Y a mí, Rubén —respondo al fin, susurrando también—. Te he echado mucho de menos.

      Pero el momento termina tan rápido como ha empezado. Después de todo, estamos en el pasillo del colegio. Un lugar tan parecido al lugar donde suspiraba por él y, sin embargo, tan diferente al mismo tiempo. Y, al igual que entonces no podía abrazarlo, aquí tampoco puedo hacerlo, no más de lo que ya lo hemos hecho. Aunque esto ya es un paso, supongo.

      —Podríamos… —comienza tras un par de minutos de silencio, pero entonces se queda en silencio. Traga saliva antes de continuar—: Podríamos tomar un café algún día de estos, si quieres. Y así nos ponemos al día.

      Sus palabras me hacen sonreír de oreja a oreja.

      —Me parece bien.

      —¿Hoy qué día es?

      —Es tres de octubre.

      Hace una mueca.

      —Vaya, pensaba que era día dos. Es que el cuatro vienen mis padres, que se van a quedar unos días conmigo. Pero podemos dejarlo para la semana que viene si quieres.

      —Bueno, no te preocupes —contesto, tratando de no sonar decepcionado—. La semana que viene me parece bien.

      —Estupendo —responde él, sonriendo también. A continuación, echa un vistazo a la puerta del aula y frunce el ceño antes de mirar el reloj y volver a mirarme—. Pero me temo que ahora tenemos trabajo. Tengo que sacar a los niños al patio en menos de dos minutos, y tú tienes que irte a clase con los tuyos.

      —Cierto. ¿Lo hablamos la semana que viene, entonces?

      —Claro —responde con una sonrisa que me derrite un poco por dentro—. Nos vemos el martes.

      Y no decimos nada más. Me hubiera gustado haber concretado ya la hora, o haberle pedido su número de teléfono al menos, pero supongo que ya habrá tiempo para ello la semana que viene. Sin embargo, mientras me llevo a mis niños hasta el aula me siento más emocionado de lo que me he sentido en mucho más tiempo del que querría admitir.

      Antes

      Sábado, 15 de enero de 2005

      Había sido incapaz de dormir la noche antes de quedar con Rubén.

      Ya había hecho muchos trabajos con compañeros antes de cambiar de centro, y también había estado en casa de otros chicos. Cuando tenía mi grupo de amigos en el anterior colegio, dormíamos juntos como mínimo una vez al mes. Sin embargo, aquella era la primera vez que me sentía nervioso de verdad antes de ir a casa de alguien. La primera vez que apenas fui capaz de comer a causa del intenso cosquilleo que sentía en el estómago. La primera vez que me pasé más de media hora en el baño para tratar de ponerme guapo antes de salir.

      Bueno, y también para hacer otras cosas que evitaran problemas inesperados a causa de mis hormonas en efervescencia.

      También era la primera vez que hacía galletas de chocolate. No las hice completamente solo, claro; en esa época, no tenía la menor idea de repostería. Pero busqué yo mismo la receta, compré todos los ingredientes con mi propia paga y le pedí ayuda a mi madre, para asegurarme de que no la liaba en ningún momento. El resultado fue mucho mejor de lo que esperaba para ser mis primeras galletas, así que me sentía muy orgulloso de poder llevárselas a Rubén y decir que las había hecho yo. Tan solo esperaba que le gustaran.

      —Hola —me saludó una mujer que debía de ser su madre al abrirme la puerta, diez minutos antes de la hora a la que habíamos quedado en realidad. Me di cuenta de que tenía los mismos ojos castaños que su hijo, y también se le formaba el mismo hoyuelo en la mejilla al sonreír—. ¿Eres Eric, cariño?

      Su tono de voz era dulce y tenía el cuerpo un tanto rechoncho, también como Rubén. Su pelo, sin embargo, era rubio y liso.

      —Sí, soy yo —respondí algo azorado. Esperaba que me abriera la puerta él—. ¿Está Rubén?

      —Pues se acaba de meter en la ducha… Me parece que se le ha hecho un poco tarde. —Le agradecí que no señalara el hecho de que, en realidad, era yo quien llegaba demasiado temprano—. Pasa y le esperas en su habitación, ¿vale? Yo le aviso para que se dé prisa.

      Estaba temblando un poco de los nervios, pero por suerte hacía frío, así que era difícil que la madre de Rubén fuera a sospechar nada. Lo cierto era que la perspectiva de entrar en su habitación me aterraba y me СКАЧАТЬ