Lo que nunca fuimos. Mike Lightwood
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Lo que nunca fuimos - Mike Lightwood страница 11

Название: Lo que nunca fuimos

Автор: Mike Lightwood

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: eLit LGTBI

isbn: 9788413753041

isbn:

СКАЧАТЬ claro, y más viendo cómo mirabas a Rubén. —Se encogió de hombros como si fuera evidente, y supongo que en cierto modo lo era—. Mira, Eric, me importas mucho, pero ya sé que solo hace un trimestre desde que nos conocemos. No quería que te sintieras obligado a decirme nada; prefería que me lo contaras cuando te sintieras preparado.

      Tenía lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta que me impedía contestar de inmediato, pero Natalia no insistió.

      —Jo —dije al fin—. Eres la mejor.

      Ella me miró a los ojos durante unos segundos, con una sonrisa en la cara. Y, entonces, cruzó los escasos centímetros que nos separaban para rodearme con sus brazos. Era la primera vez que me abrazaba, y en ese momento fue cuando me di cuenta de lo muchísimo que necesitaba un abrazo así. El abrazo de una amiga, cálido y reconfortante justo cuando más lo necesitaba.

      Mientras me secaba las lágrimas en los ojos, me di cuenta también de que ni siquiera recordaba ya la última vez que me había abrazado un amigo. Pero estaba seguro de que iba a tener muchos abrazos como ese a partir de ese momento, y ese pensamiento me llenaba de felicidad casi tanto como la idea de poder pasar la tarde del sábado en la casa de Rubén.

      Como ella misma había dicho, solo hacía un trimestre que nos conocíamos. Sin embargo, ese trimestre me había bastado para darme cuenta de que había conseguido una amiga para toda la vida.

      Capítulo 4

      Por alguna razón estúpida, estoy casi temblando de los nervios. No recuerdo haber estado tan nervioso desde… En fin, desde la primera vez que fui a la casa de Rubén. Supongo que algunas cosas nunca cambian.

      Pero, en realidad, las cosas sí que han cambiado. Han pasado ya casi quince años desde ese curso, así que ya no soy el crío que era entonces. Y ya no estamos en el instituto, aunque sí que estamos en un colegio. Y, pese a que ya no tenemos que hacer ningún trabajo de clase, los dos trabajamos en una clase. Los paralelismos son demasiados como para olvidarme de ellos.

      Llego al colegio a las tres menos cuarto. No quiero darle más razones a Martina para odiarme, así que no estoy dispuesto a arriesgarme a llegar tarde. Por desgracia, ella es la única que está junto a la puerta del colegio cuando llego. Si al menos estuviera Clara para hacer de apoyo moral… Pero me encuentro solo ante el peligro.

      —Ho…

      —No has subido la lista de asistencia —me interrumpe antes de que pueda terminar de hablar.

      —¿Qué?

      —La lista de asistencia —repite impaciente—. Tienes que subirla a la plataforma online durante o después de cada clase. Sin falta.

      —Eh… No lo sabía.

      —Se dijo en la reunión del martes. ¿No te enteraste?

      «No, Cristina, estaba demasiado ocupado tratando de asimilar mil cosas al mismo tiempo».

      —Se me debió de pasar, lo siento. Pero sí que apunté a todos los niños —me apresuro a mentir—. Vinieron todos.

      —Pues acuérdate de actualizar la lista. Recuerda: durante o después de cada clase. Es muy importante que los papás y las mamás sepan en todo momento dónde han estado sus hijos.

      —Está bien —respondí, tragándome la rabia.

      Por suerte, en ese momento llegan otras dos de las monitoras. Martina comienza a hablar con ellas de inmediato, ignorándome por completo, así que yo saco el móvil y actualizo la asistencia del martes antes de que vuelva a echarme la bronca. Estoy acabando cuando llega Clara al fin, y entonces entramos todos en el colegio.

      —¿Qué le has hecho a Martina? —me pregunta cuando nos separamos de ellas de camino a nuestras aulas—. Te mira como si le hubieras atropellado el gato.

      —¿Tanto se nota?

      —No más de lo habitual, la verdad. —Se encoge de hombros, riendo, y mira hacia atrás como para asegurarse de que la coordinadora no esté cerca—. Esa tía está amargada.

      —¿Y por qué la ha tomado conmigo?

      —Ah, pues porque eres el nuevo. Ya se le pasará dentro de unos meses.

      Me detengo en seco para mirarla con la boca abierta.

      —¡¿Meses?!

      —Bueno, tal vez menos —contesta entre risas.

      —Genial —replico con un resoplido.

      —Tú asegúrate de tenerla contenta y de hacer las cosas bien.

      Aun así, tengo que reconocer una cosa a favor de Martina: lo bueno de tener que aguantar su mala leche es que, en los últimos diez minutos, no me he acordado siquiera de Rubén. Y, de repente, ya estoy frente a su aula sin haber tenido tiempo de ponerme nervioso siquiera. Ahí está de nuevo la chica del otro día, la monitora del chándal, que me saluda con una sonrisa cuando Clara se marcha.

      —¿Cómo fue tu primer día?

      —Bueno, en general bien. —Me encojo de hombros—. Podría haber sido peor, supongo. Soy Eric, por cierto.

      —Yo me llamo Eva. Soy la monitora de fútbol.

      En ese momento se abre la puerta, y ahí está él. Rubén. Mi primer amor, el chico por el que me pasé tantos meses suspirando. Y, al verlo, me siento como si volviera a tener catorce o quince años.

      Al igual que el martes, Eva recoge a sus niños primero, que se van con ella con un entusiasmo que ya querría yo. Y, después, llega mi turno.

      —Hola —acierto a decir.

      —¡Hola! Eric, ¿verdad?

      Escuchar mi nombre pronunciado por él me provoca un cosquilleo en la boca del estómago que me hace sentir ridículo.

      —Sí. Vengo a por los niños.

      —Evidentemente —responde con una sonrisa, y después señala el interior del aula, donde ya están esperándome. Nora y Fayna me saludan con la mano, mirándome con sendas caritas de felicidad—. Que sepas que están deseando irse contigo. Les he preguntado y me han dicho que les encantó la clase del otro día.

      Espera. ¿Que ha hablado de mí con alguien? Vale, puede que haya sido con unos niños de seis años, pero ¿de verdad ha hablado de mí? ¿Y de verdad me emociono tanto por una tontería así? Y, sobre todo. ¿De verdad tengo ya casi treinta tacos?

      —¿En serio? —acierto a preguntar.

      Su sonrisa se ensancha aún más.

      —Sí, y no te creas que es fácil ganárselos. Sobre todo, a esta gamberrilla de aquí —añade mientras señala a Nora, que se ha acercado a mí con una sonrisa traviesa, incapaz de seguir esperando en la fila—. Así que, nada, ¡os dejo!

      Estoy a punto de asentir con la cabeza, de responder cualquier chorrada y marcharme con los niños. Pero, entonces, decido echarle valor y lanzarme de lleno.

СКАЧАТЬ