Lo que nunca fuimos. Mike Lightwood
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Lo que nunca fuimos - Mike Lightwood страница 16

Название: Lo que nunca fuimos

Автор: Mike Lightwood

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: eLit LGTBI

isbn: 9788413753041

isbn:

СКАЧАТЬ acabarás dando las gracias, así que no te quejes tanto —responde, guiñándome un ojo. A continuación, comienza a deslizar su mano por mi pierna—. Y te recuerdo que me debes algo por haber ganado la apuesta…

      Me echo a reír.

      —Pues vamos a tener que esperar un rato, porque como empecemos ahora se me va a quemar el bizcocho.

      —Bueno… —comienza mientras se pone en pie y se sitúa frente a mí—. Podríamos ir empezando y después ya hacemos una pausa para que saques el bizcocho. Cuando acabemos ya se habrá enfriado y vamos a tener hambre, así que es el plan perfecto.

      —Ah, ¿sí? —pregunto, palpando su muslo con la mano—. ¿Y cómo quieres que empecemos?

      —Pues mira, por ahí va bien.

      —¿Sí? —pregunto mientras continúo acariciando su pierna, subiendo cada vez más—. ¿Esto?

      —Justo ahí, sí.

      Comienzo a apretar ligeramente con la mano y él suelta un gruñido de satisfacción. Le bajo el bóxer y ahí está su miembro erecto, cálido y deseoso de mi boca. Acerco los labios a él y lo acaricio suavemente con la lengua, arrancándole un gemido prolongado. A continuación, me lo meto en la boca y comienzo a succionar, sintiendo cómo crece mi propia excitación con cada uno de sus jadeos entrecortados.

      Continúo así hasta que oigo el temporizador del horno, y entonces hago una pausa rápida para sacar el bizcocho y vuelvo con Álvaro. Ya está completamente desnudo, esperándome en mi cama, y al verlo me doy cuenta de las ganas que tenía realmente de cambiar los papeles con él. Así pues, me subo a la cama para sentarme encima de él y lo beso mientras presiono las nalgas contra su cuerpo como sé que le gusta.

      Y a mí me gusta todavía más cuando me hace tumbar boca abajo y hunde la cara entre mis nalgas, preparándome para lo que está por llegar.

      Antes

      Lunes, 17 de enero de 2005

      —¡Cuéntamelo todo! —exigió Natalia, entusiasmada, cuando nos quedamos solos a la hora del recreo. Casi parecía más emocionada que yo de que hubiera quedado con Rubén—. Llevo todo el fin de semana mordiéndome las uñas.

      —Ay, déjame

      —¡No seas tonto! ¿Qué pasa, te da vergüenza?

      —Un poco —admití muy a mi pesar.

      De hecho, estaba tan rojo que me sentía a punto de explotar. Me quedé mirando fijamente al suelo, sin saber muy bien qué decir mientras ella me miraba con expectación. En realidad, no era solo el hecho de que me diera vergüenza: por alguna razón, de momento prefería guardarme la tarde con Rubén para mí.

      —Bueno —dijo al fin, dándose cuenta de que no le iba a decir nada más—. Si algún día te apetece hablar del tema, me tienes a mí. Yo no te voy a presionar, pero quiero que sepas que puedes contar conmigo. ¿Vale?

      Sonreí con los ojos húmedos ante la sinceridad de sus palabras.

      —Gracias, Nati.

      —No hace falta que las des —respondió, también sonriendo—. Para eso están los amigos, ¿no?

      La abracé. No sabía si había sido por impulso, o tal vez simplemente para esconder las lágrimas que amenazaban con derramarse, pero la abracé.

      Era la segunda vez que nos abrazábamos desde que nos conocíamos, y la primera que era yo quien tomaba la iniciativa. Y, mientras las lágrimas traicioneras se escapaban de mis ojos y se deslizaban por mis mejillas, ella me devolvió el abrazo con fuerza, transmitiéndome todo su calor y su serenidad, pero también un cariño que necesitaba mucho más de lo que yo mismo pensaba.

      Ese fue el día que descubrí que los abrazos de Natalia eran magia. Y, como los buenos trucos de magia, lo único importante es que funcionan, aunque no sepas muy bien cuál es el secreto.

      Lo cierto es que durante los meses posteriores necesité su magia demasiadas veces.

      Capítulo 6

      No me ha aceptado en Facebook.

      En realidad, tampoco es que suela entrar mucho; siempre he sido más de Twitter o Instagram. Sin embargo, durante el fin de semana entro cada media hora para ver si me ha aceptado. No tengo suerte: o bien no entra en Facebook, o bien no se ha fijado en mi solicitud… o bien simplemente no quiere aceptarme. Aunque quería creer en las dos primeras opciones, una vocecita en mi cabeza no dejaba de insistir en la tercera. Y tal vez tuviera razón; después de todo, yo no era más que un antiguo amigo al que había perdido la pista hacía más de catorce años. Era comprensible que su interés hacia mí no fuera más allá de la pura cortesía.

      Sin embargo, ese abrazo…

      Ese abrazo era otra cosa. No había sido uno de esos abrazos que das solo por compromiso, ni tampoco un abrazo rápido para después apresurarse a separarse. Al contrario: había sido un abrazo cálido, de esos que solo puedes dar si lo sientes de verdad, si realmente tienes necesidad de sentir a esa persona entre tus brazos. No es el abrazo obligado que le darías a un familiar que no te cae demasiado bien, ni tampoco el abrazo rápido con mínimo contacto que le das a alguien a quien no conoces demasiado, solo por educación y porque no quieres quedar mal. En ese abrazo sentí el fantasma de todos los abrazos que nunca nos dimos, todos esos abrazos que existían tan solo en mi cabeza antes de quedarme dormido pensando en él.

      O tal vez tan solo estaba analizando las cosas más de la cuenta, algo que siempre ha sido una de mis especialidades y no siempre para bien. Por suerte, tengo a Álvaro para acompañarme y evitar que piense demasiado en el tema. Sé que, si hubiera estado solo durante el fin de semana, no habría sido capaz de dejar de comerme la cabeza. Incluso me secuestró el móvil durante toda la tarde del domingo al ver que no dejaba de mirarlo para ver si tenía noticias de Rubén, cosa que le agradecí cuando llegó la noche y me di cuenta de que llevaba varias horas seguidas casi sin pensar en él.

      Y, también gracias a la compañía de Álvaro, el martes llega más pronto de lo que pensaba. Sonrío mientras me pongo mi camiseta nueva, que he escogido especialmente para Rubén. Los dos primeros días había llevado ropa más formal, pero, dado que había visto a mis compañeras de Inglés y otros monitores con camisetas normales y corrientes, algunas de ellas con dibujos de Disney, supuse que podría abandonar el paripé de la formalidad después de la primera semana. La estoy estrenando hoy, y mi yo adolescente que lleva una semana más vivo que nunca quiere creer que por alguna razón sobrenatural eso va a darme suerte, como si la Fuerza fuera a acompañarme en el colegio.

      Sin embargo, mi teoría de la suerte hace aguas cuando Martina se queda mirando fijamente mi camiseta en la entrada del colegio. Por suerte, una de las monitoras ha llegado a la vez que yo y viene con una camiseta de Frozen, así que tampoco es que me pueda decir nada sobre la mía sin cometer una injusticia y quedar fatal ante ella. Por lo tanto, tan solo se limita a quedarse mirándome con el ceño fruncido mientras yo hago todo lo posible por evitar el contacto visual.

      —Tía, Martina me tiene una tirria que te mueres —le digo a Clara una vez nos separamos de las demás—. Hoy fijo que quería quemarme la camiseta, menos mal que Marta llevaba una de Elsa.

СКАЧАТЬ