Lo que nunca fuimos. Mike Lightwood
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Lo que nunca fuimos - Mike Lightwood страница 14

Название: Lo que nunca fuimos

Автор: Mike Lightwood

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: eLit LGTBI

isbn: 9788413753041

isbn:

СКАЧАТЬ —me atreví a decir—. ¿Estabas viendo Embrujadas?

      Me di cuenta de que se ponía un poco rojo.

      —Eh. Sí. —Tragó saliva de forma audible y enrojeció un poco más—. No es que me guste. Es solo que…

      —Es mi serie favorita —le corté antes de que tuviera que inventarse alguna mentira.

      —¿En serio? —respondió, y su expresión dio paso de repente a una enorme sonrisa—. ¡La mía también! ¿Cuál de ellas es tu preferida?

      —Phoebe —contesté sin dudar—. ¿Y la tuya?

      —Piper. Aunque Phoebe también me gusta. —Me miró con un entusiasmo evidente—. ¿Estás viendo los capítulos nuevos?

      —No sabía que había nuevos —admití—. ¿Desde cuándo los echan?

      —Ah, es que en España todavía no está la nueva temporada. Yo me los descargo por Internet y los veo subtitulados.

      Todo un mundo de posibilidades se abrió ante mí después de oír sus palabras. Siempre tenía que esperar muchos meses desde que acababan de emitir una temporada hasta que empezaba la siguiente, así que la idea de poder descargar los episodios y verlos al mismo tiempo que se emitían en Estados Unidos me parecía algo surrealista.

      —¿Y te faltaba mucho para terminarte el capítulo? —pregunté con timidez.

      —Cinco minutos o así; lo paré antes de que acabara porque se me había echado la hora encima. —Hizo una pausa y sonrió—. Justo me estaba viendo de nuevo los capítulos que llevan de esta temporada, porque han hecho un parón por Navidad y mañana salen los nuevos, así que quería refrescarme un poco la memoria. Si quieres pongo la temporada desde el principio y la vemos juntos.

      Abrí mucho los ojos ante la propuesta.

      —¿En serio?

      —¡Claro! Si total, siempre me veo los capítulos cuatro o cinco veces hasta que sale el siguiente.

      —Bueno, por mí, guay. Tenía muchas ganas de ver los nuevos.

      —¡Genial! —contesta sonriente y cierra el archivo—. Cuando sigan con la temporada podríamos ir viendo los capítulos cada semana. Total, como vamos a tener que quedar bastante para terminar el proyecto…

      No me podía creer siquiera la suerte que estaba teniendo.

      —Pues me mola la idea. —Me di cuenta de que me había puesto rojo, así que traté de pensar en alguna excusa para disimular—. ¡Por cierto! He traído galletas. —Me levanté para coger mi mochila y saqué el táper que había llevado, repleto de las galletas que mejor habían salido. La forma fallaba un poco, pero suponía que sería cuestión de práctica. Abrí el táper y se lo tendí, un tanto nervioso—. Prueba una, a ver qué te parecen.

      Él escogió una de ellas y le dio un mordisquito, dudoso. Después, se metió la galleta entera en la boca y comenzó a masticar, disfrutando claramente.

      —¡Está buenísima! —dijo, todavía con la boca llena—. ¿De dónde son?

      —Las he hecho yo —admití, sintiéndome algo avergonzado sin saber muy bien por qué.

      Rubén abrió mucho los ojos con cierta incredulidad.

      —¡Qué dices! ¿En serio? —Asentí con la cabeza mientras las mejillas me ardían cada vez más—. Buah, ¡te han quedado buenísimas! ¿Puedo coger otra?

      Asentí con la cabeza, feliz por su entusiasmo.

      —Claro. Las he traído para los dos.

      Y también las había hecho expresamente para él, aunque eso no se lo dije.

      Volví a ocupar mi asiento y dejé las galletas entre ambos. Rubén cogió una sin mirar, con la otra mano sobre el ratón mientras miraba fijamente a la pantalla. Y, sin decir más, puso el capítulo desde el principio y comenzamos a verlo, engullendo una galleta tras otra hasta que solo quedaron las migas.

      Ese día no avanzamos nada en el trabajo, pero el cosquilleo que sentía en la boca del estómago al estar tan cerca de él era todavía mejor que todas las galletas del mundo.

      Capítulo 5

      Solo tengo que dar clases en el colegio dos días por semana: los martes y los jueves. Y eso significa que voy a tardar cinco días en volver a ver a Rubén. Cinco días que, después del abrazo y la conversación de la última vez, se me están haciendo interminables. Tendría que haberle pedido el teléfono, pero ahora ya es demasiado tarde para arrepentirme. Si lo hubiera hecho, tal vez podríamos hablar un poco este mismo fin de semana. Pero, en lugar de eso, lo único que voy a poder hacer es obsesionarme.

      —¿No lo tienes en Facebook? —me pregunta Álvaro.

      Está pasando el fin de semana en mi casa, tal como suele hacer casi todas las semanas. Ninguno de los dos tenemos demasiados amigos aquí, así que pasamos mucho tiempo juntos. Siempre hacemos como mínimo un plan fuera de casa para obligarnos a salir, ya sea ir al Retiro, a algún museo, al cine o al teatro. Este fin de semana iremos a comprar ropa, aunque eso no será hasta mañana. Hoy tengo trabajo pendiente; necesito terminar dos artículos que tengo que entregar antes del lunes y no quiero dejarlos para el último momento. Por lo demás, nuestros fines de semana suelen consistir en series, películas y videojuegos mientras comemos pizza, burritos y comida china, con algún kebab de vez en cuando. También hay sexo, claro; es algo que no ha cambiado desde el día que nos conocimos. En realidad, la situación con Álvaro es casi como ser pareja, pero sin todos los dolores de cabeza que eso conlleva.

      —Qué va —contesto—. Llevaba más de diez años sin saber nada de él; entonces yo ni siquiera tenía cuenta en Facebook.

      —¿Y tampoco en otras redes sociales?

      —Ninguna. —Sonrío al acordarme de algo—. Lo tenía en el Tuenti, claro, que era lo que lo petaba en esa época… Pero lo cerraron hace ya años.

      Álvaro se echa a reír.

      —Bueno, pero eso no significa que no podamos encontrarlo, y yo soy como Conan, Sherlock Holmes y el detective Pikachu en una sola persona —me asegura, dándose unos golpecitos en la sien con un dedo—. Venga, vamos a empezar por lo obvio. ¿Te acuerdas de sus apellidos?

      Mierda. ¿Cuáles eran sus apellidos? Me esforcé tanto en olvidarme de él que no era capaz de recordarlo. ¿Martínez? ¿Rodríguez? Estaba seguro de que tenía que ser algo parecido, pero no conseguía acordarme.

      —Joder, no me acuerdo. Era algún apellido común, eso fijo.

      —¿García? —sugiere, pero yo niego con la cabeza. Estoy seguro de que ese no era—. ¿Fernández? ¿López?

      —Uf, es que no lo sé. Pero creo que es de los que terminan por Z.

      Álvaro se levanta del sofá y se acerca a la mesa donde estoy trabajando con el ordenador, arrastrando una silla para poder sentarse junto a mí.

      —Vale, СКАЧАТЬ