A la salud de la serpiente. Tomo II. Gustavo Sainz
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Название: A la salud de la serpiente. Tomo II

Автор: Gustavo Sainz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Biblioteca Gustavo Sainz

isbn: 9786078312054

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СКАЧАТЬ un beso y un abrazo

      nos acoplamos

      y así también fue

      me las ingenié para decir no

      con otro verso y un tropiezo

      besos

      y la tercera copla

      textos enigmáticos que despertaban el amor y la curiosidad del Personaje que No Escupía en las Escupideras, que insistía en ver todo lo que ella hubiera escrito, en rescatar, encontrar, subrayar, pasar en limpio jirones de esa escritura tan extrañamente literaturizada, y así habían sobrevivido una buena época, comunicándose por escrito más que oralmente, pues Viviana casi no hablaba, cumplía rígidos y austeros votos de silencio para pagar una indescriptible culpa, que a veces trataba de explicar pero que explicaba en un estilo tan rebuscado, críptico, y al mismo tiempo tan alejado de las más elementales reglas de sintaxis, que el Personaje que No Escupía en las Escupideras no había logrado entenderla a pesar de los años, a pesar de haber vivido a su lado casi cuatro años, o más bien de haber sobrevivido, sí, sobrevivimos, porque sus amigos, sí, mis amigos, tenía muchos amigos le decía Viviana mientras iba a dejarla hasta su casa muy al principio de su relación (pero no le contó que le dieron la espalda, que dos o tres murieron cuando apenas cursaban la Preparatoria, que los más no sabían jugar ajedrez, ni dibujar, ni tratar con cuidado sus revistas y libros, ni la comprendían del todo, ni la aceptaban, ni querían oírla, fingían oírla más bien, fingían jugar, fingían interés en visitarla y la deseaban pero no se atrevían a decirle nada, luego vinieron los abusos de confianza, las malas interpretaciones, los intereses creados, los infundios, las puñaladas por la espalda, las competencias disimuladas o no, las coartadas, los celos, la falsa solidaridad, las excomuniones, los desprecios)…,

      ni Tanzania ni el adn ni los megatones ni los lavaplatos eléctricos ni el valium ni la televisión descartaron nuestra infancia decía Viviana, o preguntaba, podía estar haciendo una pregunta ¿cómo saberlo?, porque nunca preguntaba nada directamente, no hablaba con ninguna sencillez, ni claridad, hasta para decir las cosas más sencillas, frases elementales de sujeto, verbo y predicado, se complicaba, hablaba en una especie de tono de poesía simbolista, o postmoderna, y además con pedantería, gozando las complicaciones, la estupefacción del escucha, al pie del arco donde el año reincide, por ejemplo, mi cuerpo litigoso, suave y tierno, cada vez más sombracanes, gárgolas sangrías, él retoma más y más eso yo desconozco, yo la mallarmeana o tirrene servil, sí, apenas empezaba, interponía el Personaje que No Escupía en las Escupideras, por dotar de algún sentido a la conversación, para simular que se trataba de una conversación, por cierto que en aquella época decían Tirón Pedogüer y nada más había un canal en los aparatos de televisión en blanco y negro y sólo unas horas cada día, de cuatro a diez de la noche, detenía el volkswagen frente a su casa (aunque esto era un decir, era un departamento al frente de una fila interminable de otros todavía más pequeños y que semejaban una vecindad, y además no era suya, sino de sus padres, y tampoco de ellos, porque la alquilaban y siempre andaban atrasados con el pago de la renta), y pese a los obstáculos, freno de mano, volante y palanca de velocidades (luces de otros autos, ruidos de toda clase, voces, palabras de niños que rodeaban el coche y se burlaban de ellos), conseguía besarla, más o menos intensa, apasionada, frenéti­camente, y luego un poco para dejar pasar su enfebrecida ansiedad, para dejar de estremecerse y tranquilizarse, intentaban hablar de sus problemas, de sus proyectos, de las dificultades de Viviana para bailar de­terminada música, del reloj estrambótico de su menstruación, de sus deseos siempre insatisfechos, de sus absurdos votos de silencio y las extrañas manías alimenticias que la llevaban a comer por colores según los días, los lunes sólo cosas amarillas, los martes verdes, los miércoles rojas, y así, él improvisando un recuerdo concéntrico (¿o sería mejor decir antropocéntrico por no decir obnubilado?), adonde destacaba su gran capacidad para la ternura y la comprensión, la armonía de su cuerpo, así como cierta proclividad al erotismo desprejuiciado, esto es, que le dijo lo mismo repetidas veces, que por qué no se iba a vivir con él de una vez por todas, y se dejaban de subterfugios y ambivalencias, y ella arrugaba el entrecejo como si hubiera mucho sol y estuviera tratando de enfocar su vista, curioso dijo, o extraño, o dijo otra de esas frases incomprensibles que eran como si desarrollara 15 o más ideas simultáneamente, sin separar las frases sino al contrario, mezclándolas, y uno podía distinguir ocasionalmente cierto sentido, algo que tenía que ver por ejemplo con lavar el coche, o con la escuela de baile, o con el ballet de Martha Graham, o con verse al día siguiente, actividad que ella aludía con frases como y el primer rayo ya no está sobre el evangelio de san Juan o abierto sobre la vertiente, y bostezaba, y él lavaba el coche personalmente cada mañana, al amanecer para transportarla, lo estacionaba en alguna zona sombreada de la calle y le pedía ayuda a algún vecino, o al teporocho que se encargaba de la portería del edificio de enfrente, terminaban aprisa, su sirvienta preparaba entonces la comida y él se sentaba frente a la máquina de escribir (una olivetti paquidérmica que había comprado con dinero prestado por Vicente Leñero, 3 500 pesos que tardó como una década en poder pagar), y pensaba en Viviana (y algunos peligros y la mayoría de sus terrores nocturnos se esfumaban como por pase mágico) o en los anteojos de Lourdes, porque salía con ella cuando Viviana apareció, la propia Lourdes se la había presentado, y en su sueño habían aparecido los anteojos de Lourdes (no sobre su nariz sino abandonados sobre un buró, como si los miraran cuando hacían el amor, un brillo en forma de estrellita, rutilante, deslumbrador), o en todas esas inquietudes que surgían hirviendo de él y se alzaban como sueños ajenos, a lo mejor lo que pretendía hacer en aquella época era una obra autónoma mediante la cual lograría comunicar un Yo que se bastaba por sí mismo, un como equilibrio fuera del tiempo, una salud artificial, pero se distraía (y vaya si se distraía, era pura dispersión tanto si escribía como si no), pensaba en Viviana, en sus mallas de baile, y veía a Viviana todavía adolescente y atractivamente esquizofrénica reclinada en su gran, hermoso escarabajo rojo deslumbrante, y subía a su departamento en un tercer piso, siempre con la imagen del coche en la memoria, 330-PI, piojos iracundos murmuraba, 300 pianos indecentes cuando entraba en su departamento, Viviana ya viviendo a su lado, un convenio sencillo, la invitó a una reunión de cumpleaños y al principio no iban a invitar a nadie más pero se corrió la voz y cayeron más de cuarenta amigos y conocidos, la cena fue casi medieval, seguida de una desvelada, desentonando canciones y controlando borrachos, y después de tres días y haciendo cuerpos a un lado para poder encontrarse, se preguntaron ¿por qué no vivir juntos a partir de entonces?, curándose la cruda, y cuando él la invitó a salir en busca de un libro, y le explicó que como todos los de ese autor era una mezcla de lenguajes académicos, jergas especializadas, neologismos, dialectos, cultismos, barbarismos, y ella aceptó acompañarlo en el volkswagen, como si nada más él buscara pretextos para manejar, porque en segundo lugar, curiosamente, también estaba ese recuerdo de estar al lado de Viviana tantas veces en un volkswagen, el mismo siempre rojo, casi siempre limpio, brillante bajo la luz solar, él manejando y mirándola de soslayo, en coche quizá para no estar en casa, en coche para no enfrentarse a sus caóticos discursos, en coche para separarla de los demás y no compartirla, en coche para tener el pretexto de detenerse y abrirle la puerta, bajar, mezclarse con la gente, tomarla del brazo, y visitar con ella una librería cerca del Zócalo y la siguiente hasta lo más intrincado de San José Insurgentes, y Viviana al principio lo esperaba fuera, de espaldas al aparador de las librerías, tantos títulos y tantas carátulas la mareaban y luego le dolía la cabeza, aunque ella nunca se quejaba, el Personaje que No Escupía en las Escupideras se lo imaginaba, Viviana sentada en la banqueta a esperarlo, respirando espléndidas bocanadas de smog, mientras él compraba libros como El hombre que quería a su mujer, Los comediantes, Aquellos adorables tipos raros, La Madonna dei Filosofi y El cortesano del sol, y a la salida ocasionalmente el problema mexicano por excelencia, tres mil ochocientos treinta movimientos para escapar de la pequeña trampa en que los habían colocado un buik modelo 39 y un ford 62, digamos, y una vez en el penúltimo movimiento, chíngale, que le pega al volkswagen rojo rutilante, que fue como pegarle a su ego, pero no descendieron allí sino hasta llegar a su edificio absolutamente malhumorados, un sí СКАЧАТЬ