Cartas a Thyrsá. La isla. Ricardo Reina Martel
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Название: Cartas a Thyrsá. La isla

Автор: Ricardo Reina Martel

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Libro

isbn: 9788417334307

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СКАЧАТЬ dulce inocencia…!

      [12] Primera luna de la primavera y cuarta del año.

      [13] Segunda luna de la primavera y quinta del año.

      V - Ixhian

      La casita del cruce de caminos

      Como era de esperar, todo diera un vuelco el día en que se instalaron en el cruce de caminos, pues la vida comenzó a forjarse para el joven Ixhian, bajo el encantamiento y la erudición que le proporcionaban sus dos nuevos tutores. La cabaña era algo destartalada, aunque con espacio suficiente para vivir holgadamente los tres. Arón se llamaba, el elegante y distinguido señor que le condujera a caballo hasta su nuevo hogar. Acomodándose en una pequeña habitación junto a la puerta de entrada, mientras Latia y él, lo hicieron en la parte trasera de la casa. Quedando nuestro joven gratamente sorprendido y satisfecho, al comprobar que disponía de un habitáculo propio, al igual que en los tiempos de las cavernas; siendo bastante espacioso y disponiendo incluso de una mesa, varias estanterías y una luminosa ventana por la que entraba abundantemente la luz.

      Pasó su primer año alejado de la Sidonia, y en apenas un abrir y cerrar de ojos se hizo hombre. Durante las mañanas de verano y cuando el buen tiempo lo permitía, se dedicaba al pastoreo, ya que el abuelo, como pasó a llamar familiarmente al elegante señor, le proporcionó un pequeño rebaño de cabras. En las largas tardes, pasaba la mayor parte del tiempo dedicado a la limpieza del establo, adecentando los caballos. Todo sucedía muy lánguidamente, pero intenso a su vez.

      Todo se mantenía en un aletargado sosiego, hasta cierto día que tuvieron una visita inesperada, pues una gran dama de la lejana Casalún, se detuvo a pernoctar en la casa. Era una mujer voluminosa, ancha de caderas, no muy alta aunque con cierto aspecto de distinguida cortesana. Llamaba la atención el estampado de su vestido, haciendo juego con su enrevesado cabello pelirrojo. Sus mejillas sonrosadas y una amplia sonrisa le dividían su rostro de luna, en dos particiones perfectas. Llegaba acompañada de una agraciada damisela con el cabello rapado y una larga trenza oscura que le caía dividiéndole la espalda, pareciendo una princesa.

      Hablaron mucho esa noche de cosas que él no entendía, y se enfadó cuando Latia le mandó retirarse temprano a su improvisado aposento, que no era otro más que el cobertizo. Madre Latia le acondicionó un lecho de paja y heno para esa noche, y ni que decir tiene, el tremendo disgusto que supuso dicha exclusión para el joven. Aunque debido a la cantidad de emociones recibidas no le duró mucho el enfado, ya que cayó rápidamente vencido por el sueño. Al levantarse a la mañana siguiente, comprobó con cierto desánimo que habían partido la dama y el abuelo, junto a la atractiva asistenta con cara de niña. ¡Le hubiese gustado tanto acompañarles! Latia le contó que marcharon muy temprano, con objeto de asistir y sanar a una dama enferma en Jissiel.

      Latia era una mujer más bien reservada, y cuando le hablaba solía hacerlo preferentemente sobre las costumbres de Casalún y el Valle.

      Cierto día y sin saber por qué, comenzó a llamarla madre, surgiendo de la forma más espontánea y natural. La primera vez que lo hizo, ella le dirigió una piadosa y reveladora mirada que aún se guarda para sí. A pesar de sus años y las consecuentes rugosidades que expresaba su rostro, Latia se mantenía reluciente y despejada como una mañana de primavera, conservando parte del extraordinario primor que debiera haber disfrutado en su juventud. De sus ojos, sobre todo cuando se perdían en ella misma, afloraba cierta añoranza y un fondo de amargura. Entonces se solía sentar frente al ventanal de su habitación, mientras se alisaba el cabello o daba forma a una trenza que luego deshacía. Entonando para sí un débil susurro del que dejaba entrever alguna olvidada melodía. En los silencios que habitaban en ella, se revelaba una intensidad que era capaz de mover los objetos a distancia, y hacer circular un viento impetuoso que recorría las estancias. Su atención para con el niño se desbordaba, pues con su extremado y excesivo celo, expresaba una pasión y un amor desmedido que él apenas entendía. Y aunque su cuerpo daba la sensación de fortaleza, algunas veces y sin manifestar la más mínima queja ni dolor, caía agotada sobre su lecho ante el más mínimo de los esfuerzos.

      El nacimiento de Dulzura

      A partir de la visita de la dama, el abuelo comenzó a ausentarse la mayor parte del día y de la noche, sin mencionar hacia donde se dirigía. Lo cierto es que comía temprano, en silencio y apresuradamente, luego solía retirarse a descansar en su aposento, hasta las primeras horas de la tarde, cuando se marchaba. Ixhian lo despedía desde el cobertizo, donde le ayudaba a montar, aprovechando para quedarse limpiando y cepillando a Dalia, la yegua de Latia que se encontraba preñada. Era esta tan blanca como la leche y de crin plateada, como un furtivo rayo de luna.

      Sumo, el airoso caballo del abuelo, pertenecía a la raza de los antiguos Duihets y significaba; “Montura de Dioses”. Era negro como el azabache y jamás permitía que nadie lo montase, salvo el abuelo. Ya que su naturaleza bárbara le impedía someterse a más de una persona. Los Duihets se someten a un solo amo —le dijo una vez el abuelo.

      El mundo entre Latia e Ixhian se fue cerrando conforme pasaban los meses, sobre todo tras las prolongadas ausencias del abuelo, haciéndose a ella y a su entorno, como si no existiese nada más allá del cruce de caminos.

      En los breves momentos en los que la lluvia otorgaba una tregua, aprovechaba nuestro joven para salir corriendo y echarle un vistazo a Dalia que se encontraba a punto de parir. Latia se percató entonces del tremendo aburrimiento que padecía el muchacho, tras las prolongadas ausencias del abuelo. Por lo que decidió aumentarle las horas dedicadas a su formación. Así que con mucha insistencia y perseverancia por su parte, intentó suplir al abuelo, reforzando la lectura y la historia de la isla en que habitaban. A principios de otoño se presentó un señor con una mula cargada de libros y manuscritos. Llegaban de parte del abuelo, con el objeto de ayudar a Latia en los estudios СКАЧАТЬ