Название: Legado de mentiras
Автор: Barbara McCauley
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: elit
isbn: 9788413751924
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Varios metros más allá, William Blackhawk de pie como una estatua, vestido de negro, con los brazos cruzados y los ojos ocultos tras las gafas de sol. Llorando, Dillon soltó a su madre y salió corriendo hacia su padre, rodeándole la cintura con los brazos. Pero su padre no reaccionó. Ni siquiera miró hacia abajo y, un instante después, su madre lo apartó de allí para llevárselo al coche.
–Debemos dejar a tu padre solo, Dillon –dijo ella.
Por aquella época, Dillon no entendía todo lo que significaba la muerte.
–¿Por qué se queda de pie ahí? –preguntó Dillon a través de la ventanilla del coche sin comprender nada.
Su madre miró por la ventanilla a su marido y contestó:
–Porque está muy triste.
A Dillon no le parecía que su padre estuviese triste sino, más bien, enfadado.
–Tienes que ser fuerte por él ahora mismo –dijo Mary Blackhawk–. Y por mí.
–Soy fuerte –dijo Dillon levantando la barbilla–. Ayer monté a Attilla yo solo.
Pero, cuando Dillon volvió a mirar a las tumbas, no se sintió fuerte. Estaba asustado. Hacía sólo un año su abuelo había muerto. Ahora sus tíos y sus primos. ¿Y si sus padres también muriesen? ¿Quién cuidaría de él? ¿Dónde viviría?
–Estoy muy orgullosa de ti –dijo Mary dándole un abrazo–. Prométeme que nunca me abandonarás.
–Nunca.
Entre los brazos de su madre, Dillon olvidó su miedo. Incluso vestida de negro y con el pelo recogido, pensaba que su madre era la mujer más guapa del mundo. Sus ojos eran incluso más brillantes que los de él. Su pelo liso y negro como el carbón le llegaba hasta la mitad de la espalda y tenía los mismos pómulos altos que él, pero sus rasgos eran suaves y delicados. Cuando lo arropaba por las noches, siempre le estiraba las sábanas y le daba un beso en la mejilla.
Esa noche le diría que ya era demasiado mayor para que lo arropase. Esa noche, comenzaría a ser fuerte y valiente.
El sonido de un perro ladrando devolvió a Dillon al presente. Silbó a Bowie y, por un segundo, mientras el perro regresaba corriendo por la oscuridad, no fue a Bowie a quien Dillon vio. Era otro perro, un collie blanco y negro que había dormido a los pies de su cama durante doce años.
Con la misma rapidez con que había aparecido, la imagen desapareció y fue Bowie el que se acercó corriendo.
Dillon frunció el ceño. Rebecca Blake no sólo había mentido, sino que había despertado en él recuerdos que creía olvidados. Recuerdos que era mejor dejar enterrados.
Y eso era imperdonable, pensó mientras se apartaba de la furgoneta y se dirigía adentro.
En el último de los treinta y dos pisos de aquel bloque de apartamentos de lujo, el hombre estaba de pie junto a la ventana observando la oscuridad. Tras él, Las Cuatro Estaciones de Vivaldi sonaban en el equipo de música. Delante de él, la luz de la luna jugaba con el océano, iluminando el puerto. Su pequeño estaba amarrado allí abajo. El Island Dream. Ciento veinticuatro pies, todo hecho a medida. Seis cabinas, un salón y un comedor, salsa de televisión por satélite, jacuzzi. Le había llevado tres años construirlo como quería y, en dos semanas, se retiraría allí. A sus cincuenta y seis años, no lo consideraba exactamente un retiro sino, más bien, un cambio de dirección.
Un cambio permanente.
Podría ir a donde quisiera, cuando le diera la gana. No tendría que rendir cuentas a nadie. Le había llevado casi treinta años conseguir su sueño pero, en exactamente una semana, levaría anclas.
Sonriendo ante la perspectiva, dio un sorbo al vaso que tenía en la mano y disfrutó del intenso sabor de aquel whisky escocés de doce años. Una semana y no tendría que volver a mirar por encima del hombro. Nunca tendría que volver a comprobar si había ocultado su paradero lo suficientemente bien. Nunca más tendría que volver a cambiar su nombre, su residencia ni su oficina. Ni su apariencia.
No era que no le gustara su nueva nariz ni su mandíbula. Pensaba que su cara le proporcionaba un aire de elegancia y sofisticación. Incluso un aire noble. Las mujeres nunca se quejaban. ¿Pero por qué iban a hacerlo? Él disfrutaba gastando dinero del mismo modo que disfrutaba ganándolo, y una pulsera de diamantes o un coche nuevo hacían que hasta la más difícil de las mujeres se estuviese callada.
Justo como a él le gustaban.
Cuando sonó el teléfono, lo ignoró. Cuando volvió a sonar, frunció el ceño. ¿Para qué diablos le pagaba al criado si no era para ocuparse de las aburridas tareas del día a día?
El mayordomo apareció en la puerta poco después y se aclaró la garganta antes de hablar.
–El señor Edmunds al teléfono, señor. ¿Le digo que está usted aquí?
«Ya era hora», pensó.
–Contestaré en mi despacho –dijo él.
Se desplazó a la habitación contigua, cerró la puerta tras él y descolgó el auricular, que estaba sobre su escritorio de cristal.
–¿Y bien? –dijo.
–He tenido un contratiempo temporal.
Apretó el auricular con fuerza al escuchar las palabras de su interlocutor.
–¿Qué diablos quieres decir con contratiempo temporal?
La voz del hombre al otro lado de la línea sonaba clara y despreocupada.
–La estuve siguiendo hasta esta mañana. Entonces se me pinchó un neumático y la perdí.
–Trabajas para mí porque se supone que eres el mejor –exclamó sintiendo cómo la sangre le palpitaba en las sienes. Entonces, respiró hondo y trató de controlarse–. Te pago mucho dinero, Edmunds.
–Ya le he dicho que es temporal. Sé lo que ella está haciendo y adónde va. Le voy pisando su precioso trasero.
–No te quiero en su trasero, demonios –siseó él al teléfono–. Te quiero encima de ella. Te quiero delante de ella. Quiero que respires el mismo aire que ella, al mismo tiempo. No vuelvas a llamarme hasta que no la tengas.
Colgó el teléfono de golpe, se apuró el whisky que le quedaba en el vaso y se pasó una mano por la cabeza.
–Maldito idiota.
Puede que estuviese molesto, pero no estaba preocupado. Incluso aunque esa mujer encontrara al hijo de William, y dudaba de que así fuera, las posibilidades de que él la ayudara eran más bien escasas. A excepción de una temporada en el ejército, Dillon Blackhawk había estado deambulando por el oeste de Texas durante los últimos dieciséis años. Ni siquiera el hecho de ganar cuarenta millones de dólares había conseguido sacarlo de su escondite. ¿Qué posibilidades había de que lo hiciera ahora?
Aun así, sabía que tenía que tener cuidado. No había estado СКАЧАТЬ