Название: Legado de mentiras
Автор: Barbara McCauley
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: elit
isbn: 9788413751924
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–Ya le he dicho quién soy –contestó ella, aunque sabía que su nombre no le diría nada–. La razón por la que estoy aquí es un poco más compleja.
–Le diré una cosa –dijo Dillon con tono de aburrimiento–, diga palabras de menos de tres sílabas y hable muy despacio. Quizá así sea capaz de seguirla.
Por raro que pareciera, Rebecca nunca había imaginado que su encuentro con Dillon fuese a ser tan difícil. Aunque no imaginaba que fuese a recibirla con los brazos abiertos, tampoco había esperado que fuese a ser tan brusco y desagradable.
El sonido del cristal rompiéndose y luego una retahíla de insultos hicieron que Rebecca se estremeciera. Miró por encima del hombro y observó el alboroto que se había formado en torno a la mesa de billar, donde dos hombres discutían hasta que un tercero intervino y los separó. Volvió a mirar a Dillon, que parecía totalmente ajeno al altercado.
–¿Hay algún lugar tranquilo al que podamos ir a hablar?
–Cariño, si vamos a un lugar tranquilo, no podremos hablar –dijo él con los ojos negros brillantes–. Simplemente iremos directos a la parte buena.
Rebecca se dio cuenta de que estaba tratando de provocarla y, la verdad, lo estaba consiguiendo. Seis meses atrás, probablemente, habría salido corriendo. No, no probablemente. Seis meses atrás habría estado en casa corrigiendo exámenes y escuchando a Mozart en vez de estar sentada en ese bar escuchando a una mujer contar cómo su novio la había engañado con otra.
Rebecca miró fijamente a Dillon a los ojos y dijo:
–No hay necesidad de ser grosero.
–¿Estoy siendo grosero? –preguntó el arqueando las cejas–. Yo considero groseras las mentiras y el soborno, señorita Blake. Vaya corriendo a Peter y dígale que, la próxima vez que envíe a una mujer a molestarme mientras estoy bebiendo, será mejor que sea una fulana.
Una cosa era ser grosero y otra ser vulgar. Rebecca levantó la barbilla y frunció el ceño.
–Si el soborno es el dinero que le he dado al camarero, simplemente estaba comprando información. No he mentido en nada y no tengo ni idea de quién es Peter.
–Ahora está mintiendo sobre lo de mentir –dijo Dillon poniéndose en pie–. La conversión ha acabado.
–Espere.
Sin pensarlo, Rebecca estiró la mano y lo agarró del antebrazo. Su piel estaba caliente bajo su mano y sus músculos eran como de acero forjado. Era muy alto y Rebecca supo que, con un movimiento de su mano, podría quitársela de encima. Cuando Dillon le dirigió una mirada de odio, también supo que debería soltarlo; desde luego una persona más sabia lo habría hecho. Pero no lo haría, y no le importaban las consecuencias. Notó cómo Dillon se tensaba por momentos y observó cómo entornaba los ojos.
No sabía qué más hacer, así que, simplemente, comenzó a hablar en un susurro.
–Nació en el condado de Wolf River, en Texas, hace treinta y tres años, hijo único. Su padre era William Blackhawk, su madre Mary. Cuando tenía ocho años tuvo un perro llamado Arroz que dormía en su habitación por las noches. Cuando tenía nueve años, se rompió el pie derecho en un concurso de equitación. Abandonó Wolf River el día después de su graduación en el instituto. Su madre murió dos meses después, su padre murió hace dos años en un accidente de avión. Posee cuarenta millones de dólares pero vive como un pobre, yendo de pueblo en pueblo, de explotación petrolera en explotación petrolera, sin dejar dirección alguna.
En un microsegundo, los ojos de Dillon se convirtieron en auténticas llamas que la atravesaban con la mirada. Rebecca sintió la furia controlada como una corriente eléctrica que le subía por el brazo, manteniéndole la mano pegada a él. Aunque hubiera querido, no habría podido soltarlo.
Dillon miró a Rebecca fijamente y ésta se sorprendió al no derretirse bajo el calor de su mirada. No pretendía decir tantas cosas pero, entre la exasperación y la desesperación, había perdido el control.
–Ojalá pudiera decir que ha sido un placer, señorita Blake –dijo Dillon apartando el brazo–. Pero no lo ha sido. Y acaba de perder sesenta pavos.
Se dio la vuelta y se alejó sin mirar atrás. La multitud de gente parecía apartarse mientras Dillon caminaba por el bar. Un par de hombres le dijeron algo sobre una cerveza y una partida de billar, pero él no contestó y siguió su camino hacia la entrada.
Obviamente, la había rechazado.
Rebecca observó cómo Dillon desaparecía por la puerta, luego apretó los dientes y entornó los ojos. No podía dejar que se le escapara. Al menos no hasta que hubiera escuchado todo lo que tenía que decir. Si no le gustaba, entonces sí que sería un problema. Se colgó el bolso al hombro y salió corriendo tras él.
Una vez fuera, observó el oscuro aparcamiento y lo divisó abriendo la puerta de una furgoneta negra. Era la del perro. Genial. Era la manera ideal de terminar una velada perfecta. Otro encuentro con Cujo.
Claro que, con Dillon, tampoco le había ido mucho mejor.
–¡Dillon! –gritó ella mientras cruzaba el aparcamiento, pero él no respondió y ni siquiera se detuvo un instante. Simplemente subió a la furgoneta y cerró la puerta. Rebecca echó a correr y consiguió llegar hasta la puerta del copiloto y abrirla mientras él ponía en marcha el motor. El perro atado en la parte trasera se abalanzó sobre ella, agarrando la manga de la blusa entre sus colmillos. Rebecca oyó el sonido de la tela rasgándose mientras se subía a la furgoneta.
Dillon se quedó mirándola con aire de incredulidad, luego observó su camisa rasgada y preguntó:
–¿Qué diablos cree que hace?
–Necesito hablar contigo –dijo ella casi sin poder respirar, aún con miedo de que el perro pudiera atravesar la ventana trasera de la cabina–, sobre tu familia.
–No tengo familia. ¡Bowie, siéntate! –dijo Dillon mirando al perro. El animal se sentó pero mantuvo los ojos puestos en la intrusa–. Usted misma lo ha dicho. Mi madre y mi padre murieron y no tengo hermanos ni hermanas. Ahora, dígame qué diablos quiere o salga de mi furgoneta.
–Sí que tienes familia –insistió Rebecca. Tenía que empezar por alguna parte, y Lucas era una tan buena como cualquier otra–. Un primo, Lucas. Es tres años mayor que tú.
–Muy bien. Lucas. Ése es el plan, ¿no? –dijo Dillon mientras apagaba el motor–. Mi primo largamente desaparecido necesita unos cuantos pavos, sólo hasta que pueda recuperarse, ¿verdad?
–No –dijo ella confusa–. No hay ningún plan. Yo puedo…
–¿Por qué no me había dicho que era dinero lo que quería, señorita Blake? –preguntó él agarrándola de la barbilla y acariciándole la mandíbula–. Dado que, aparentemente, usted es el cerebro financiero, estoy seguro de que podemos llegar a algún acuerdo.
Ella le apartó la mano de un golpe, lo cual hizo que el perro empezase a ladrar de nuevo.
–Eres el hombre más desagradable que jamás he conocido –dijo СКАЧАТЬ