Название: Legado de mentiras
Автор: Barbara McCauley
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: elit
isbn: 9788413751924
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Tras soltar el aliento, Rebecca entró en el baño y se sintió aliviada al ver que estaba vacío. Había tres cabinas de madera, aunque en una había un cartel de «no funciona». El olor a colonia fuerte inundaba el aire, la encimera del lavabo estaba llena de quemaduras de cigarrillos y las paredes vibraban con el sonido de la gramola.
Rebecca observó su reflejo en el espejo. Pensaba que los últimos seis meses la habían cambiado. Quizá no por fuera. Puede que nadie advirtiese diferencia alguna en su apariencia externa, pero en su interior, lo que realmente importaba, ya no sabía quién era.
Había recorrido un largo camino para averiguarlo. No importaba lo que pudiese ocurrir, no iba a detenerse.
Dillon había notado el instante en el que la mujer había entrado en el Backwater Saloon. No sólo porque las botellas de cerveza se hubieran quedado suspendidas en el aire y la partida de billar se hubiese detenido. No sólo porque todas las cabezas del local se hubieran girado en su dirección.
Sino porque la había sentido.
Había sentido su presencia, había sabido, incluso antes de girar la cabeza, que había ido allí buscándolo. Había sentido su sombra junto a él durante todo el día, había tratado de achacarlo a la falta de sueño de la noche anterior. Pero, en el fondo, lo había tenido claro. Los sueños le habían advertido, pero no había prestado suficiente atención. Si así hubiera sido, habría hecho las maletas y se habría marchado aquella misma mañana.
«Debo de estar haciéndome viejo», pensó.
Dillon se dijo que no importaba y dio un trago a la cerveza que tenía en la mano. No era la primera vez que su pasado resurgía de entre las cenizas. Probablemente no sería la última. No lo sorprendía que, en esa ocasión, hubiesen mandado a una mujer a buscarlo, sobre todo una que parecía salida de uno de los internados más refinados. Podía imaginársela caminando por una habitación con un libro sobre la cabeza, probablemente de Dickinson o de Brontë. Tenía la cara de una heroína de una de esas escritoras victorianas: pómulos altos, piel blanca, mechones castaños que rodeaban su cara angelical y ojos grandes.
También era delgada y alta, al menos un metro y setenta centímetros. A Dillon le daba la sensación de que, bajo esos pantalones negros y esa blusa de manga larga, tenía que tener curvas. Había advertido el miedo en su mirada al entrar en el bar, pero lo había superado, había mirado a su alrededor y se había acercado a la barra con seguridad para sentarse en un taburete. Incluso había sentido cierta admiración hacia ella al ver que no se estremecía ante el intenso escrutinio de todos los asistentes al local.
Encajaba allí como un cactus en un jacuzzi pero, fuera quien fuera, y quisiera lo que quisiera, iba a mandarla a paseo tan pronto como pudiera.
Dillon observó la servilleta que Lester le había entregado. Estaba seguro de no haber visto a esa mujer con anterioridad, a no ser que hubiera estado borracho. Era una posibilidad, aunque bastante escasa. Aun así, la recordaría.
Lo que significaba que Peter la habría enviado. Aunque nunca antes había enviado a una mujer. Maldición. Debería haberse marchado mientras ella estuviera en el baño.
Pero estaba muy cómodo sentado donde estaba y, además, le quedaba media cerveza. No se lo perdonaría si se marchara antes de terminársela.
Y, para ser sincero, sentía cierta curiosidad. Observó la servilleta en la que ella había escrito su nombre, le dio la vuelta y colocó la cerveza encima. O no era muy inteligente o, desde luego, la chica tenía agallas. Más que el resto de hombres que la habían precedido. Ellos habrían ido a esperarlo al trabajo, o lo habrían esperado fuera de casa, pero no habrían puesto un pie en un lugar como aquél.
Fuera lo que fuera, dado que, aparentemente, había llegado hasta tales extremos para encontrarlo, decidió que, al menos, la escucharía.
Supo que estaba de pie a su lado. Incluso antes de que hablara, Dillon pudo captar su fragancia. Era el tipo de olor dulce y floral que un hombre no sólo quería oler, sino también saborear.
–¿Dillon Blackhawk?
Él ignoró la pregunta y su voz aterciopelada y agarró la cerveza con fuerza. Dillon sabía que todo el mundo en el bar estaba observándolo, esperando. Inclinó la botella de cerveza levemente en su mano y luego comenzó a subir la mirada observando su cuerpo y deteniéndose a la altura de sus pechos. Redondos, contundentes, el tamaño perfecto para la mano de un hombre.
–¿Es usted Dillon Blackhawk? –repitió ella levantando la barbilla.
Finalmente el levantó la vista y la miró a los ojos. Eran unos ojos verdes que lo pillaron desprevenido.
–¿Quién quiere saberlo?
–Me llamo Rebecca Blake –contestó ella mientras se sentaba frente a él.
El nombre no le dijo nada, pero Dillon notó que tenía una boca sensual. Al no responder Dillon, Rebecca buscó en su bolso y extrajo de él una fotografía, que luego deslizó sobre la mesa. A Dillon le llevó un momento darse cuenta de que era la foto de su graduación en el instituto. ¿Realmente había habido un tiempo en que había sido tan joven? Aparte de la foto del carné de conducir y del ejército, era la última vez que recordaba que alguien le hubiese sacado una foto. ¿Qué diablos hacía esa mujer con ella?
Aun así, no mostró reacción alguna.
–Necesito saber si he encontrado al hombre apropiado –dijo ella finalmente.
–Eso depende de lo que estés buscando, cariño –dijo Dillon levantando una ceja.
Ella apretó aquellos increíbles labios y enderezó su, ya de por sí, rígida espalda.
–¿Es usted Dillon Takota Blackhawk?
Su pregunta fue un golpe verbal que lo alcanzó de lleno. Takota. Su segundo nombre ni siquiera figuraba en su partida de nacimiento. Lo había adquirido más tarde gracias a su abuelo. Nadie lo conocía. Al menos, nadie que estuviese vivo.
–Señorita –dijo Dillon entornando los ojos–, tiene exactamente cinco segundos para decirme quién es y lo que quiere.
Capítulo Dos
Una cosa era buscar a un hombre, pensaba Rebecca sin sacar las manos de debajo de la mesa para que él no pudiera ver lo mucho que temblaban. Otra muy distinta era encontrarlo.
Rebecca miró fijamente a Dillon Blackhawk, tratando de encontrar algún parecido con el chico de diecisiete años de la fotografía al que le habían ofrecido becas en todas las universidades en las que había solicitado admisión, y algunas en las que no la había solicitado, y que había desaparecido tras su graduación en el instituto. Trató de descubrir alguna semejanza remota con el capitán del equipo de fútbol y el chico encargado de dar el discurso de despedida de su clase.
Pero no había ninguna reminiscencia de aquel chico en el hombre que estaba sentado frente a ella. No había rastro de aquella sonrisa encantadora, ni del brillo de desconfianza en la mirada, ni de la inclinación rebelde de su cabeza.
Aquel Dillon Blackhawk podía haber sido esculpido a base de granito. No sólo СКАЧАТЬ