La casa de Okoth. Daniel Chamero Martínez
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Название: La casa de Okoth

Автор: Daniel Chamero Martínez

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Novelas con valores

isbn: 9788418263828

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СКАЧАТЬ debemos celebrarlos en lugares especiales con las personas que nos importan. Por eso estamos aquí junto a este árbol. Okoth, hoy cumples cinco años. ¿Ves este baobab?

      –Sí –contestó la pequeña.

      –Tu madre, de la que tantas veces te he hablado, nació aquí mismo hace poco más de cuarenta y un años. ¿Y ves esas piedras amontonadas justo a tu espalda?

      –Sí, abuela; es donde está enterrada mamá.

      –Así es, Okoth; por eso estamos aquí. Por eso es un lugar especial –concluyó Nazima.

      –Entonces… ¿mi madre podría estar en este árbol? –preguntó Okoth.

      Nazima dejó entrever una conmovedora sonrisa y respondió a su nieta:

      –Podría, claro que podría. Tu madre está en todo aquello que desees. Me dijo que siempre estaría contigo, cada vez que veas una estrella, cuando mires la luna o el sol te caliente. Pero sobre todo me dijo que estaría en la lluvia. Y si tú quieres que esté en ese árbol, ella estará en él.

      La pequeña Okoth atendía pasmosa a las palabras de su abuela. Sus redondos ojos recogían aquellas palabras con la misma ternura que en su día sintió su madre al pronunciarlas.

      –¿Sabéis cuál es la leyenda del baobab? –le dijo Nazima al grupo.

      –¡No! –gritaron los niños al unísono.

      –¿Queréis que os la cuente? –replicó la abuela.

      –¡Sí! –contestaron todos entre risas.

      –Bien, acercaos un poco más –dijo Nazima y prosiguió–. Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, mucho más del que podáis imaginar, este árbol, el baobab, era admirado por todos los seres de la naturaleza. Incluso los dioses estaban cautivados por su belleza. Sus ramas eran fuertes, plagadas de cientos de coloridas flores.

      »Cuentan que los dioses estaban tan fascinados con este árbol que decidieron hacerle un regalo. Decidieron que sería uno de los seres más longevos de la Creación.

      –¿Qué significa longevo? –interrumpió Ekón.

      –Longevo quiere decir que ha alcanzado o puede alcanzar una edad muy avanzada –contestó Aalim.

      –Así es; gracias, profesor –agradeció Nazima mientras continuaba–. El baobab aceptó el regalo de los dioses y, orgulloso, comenzó a crecer. Durante años fue haciéndose más alto, fuerte y grande. El baobab no paraba de crecer. Al cabo de los años su altura y su ramaje eran tales que su sombra comenzó a expandirse por toda la Tierra privando de la luz del sol a todos los seres vivos y sumiéndolos bajo una extensa sombra. Orgulloso de su altura, belleza y longevidad, el baobab siguió creciendo y rivalizó con los mismos dioses que años antes le obsequiaron. Les dijo que pronto los superaría en altura y rebasaría el mismísimo cielo. Los dioses enfurecieron y decidieron retirarle su bendición. Pero no solo eso decidieron acerca del baobab. También lo condenaron a crecer al revés, con las flores bajo tierra y las raíces al aire. Y de ahí la extrañeza de sus formas.

      –¿Entonces, el baobab llegaba hasta el cielo? –preguntó Ekón, sorprendido.

      –Es solo una leyenda –respondió Nazima.

      –¿Y qué significa eso? –volvió a preguntar el chiquillo.

      –Las leyendas son historias que las personas cuentan de generación en generación; no tienen por qué ser ciertas –intervino finalmente Aalim.

      Horas más tarde, ya sin el profesor y con la noche cubriendo el cielo, Nazima interrumpió a los niños mientras contaban estrellas y jugaban a regalárselas los unos a los otros.

      –Adwim, no puedes regalarle la luna a nadie. La luna es de todos. No puede pertenecerle solo a una persona.

      –Pero yo quiero que sea solo suya –dijo el pequeño Adwim.

      –Ella ya tiene la suya. Okoth, ven –dijo al tiempo que de una de sus manos descubría un precioso pañuelo azul con bordados blancos que simulaban la lluvia cayendo desde un cielo estrellado y con una poderosa luna llena presidiéndolo–; este pañuelo es el regalo de tu madre por tu cumpleaños. Así lo quiso ella.

      La añoranza por aquella madre a la que nunca había visto pero a la que conocía tan bien hizo mella en Okoth, y de sus grandes ojos brotaron sendas lágrimas en forma de surcos. Nazima, del mismo modo afectada, cogió a la pequeña entre los brazos mientras Ekón y Adwim seguían contando estrellas en el cielo. Ninguno de ellos lo sabía, pero aquella sería la última noche de felicidad durante mucho tiempo en sus vidas. A la mañana siguiente todo cambiaría.

      4. Jábilo

      El sol estaba saliendo cuando Aba llegó a la cabaña de Jábilo. El curandero estaba postrado de rodillas ultimando su oración matinal. Era uno de los momentos más trascendentales del día para él. Aba esperó de pie junto a él hasta que terminó con las obligadas plegarias. Jábilo se incorporó y le saludó.

      –Buenos días, amigo; ¿cómo te encuentras?

      –No he descansado en toda la noche, no puedo hacerlo. Esa mujer no me lo permite –respondió Aba con angustia.

      –Tranquilo Aba, no has de desesperar. Tú eres el hombre de la familia. Nazima tendrá que aceptar tus decisiones. ¿No crees? –inquirió el curandero.

      –No sé, Jábilo, pero no es tan fácil. Tú no la conoces.

      En ese momento el curandero se percató de un ruido que provenía de unas cajas que había apiladas a escasos metros de su cabaña. Aparentó no haberlo advertido y de una manera disimulada siguió hablando con Aba mientras escudriñaba de reojo las cajas amontonadas. Se trataba de los pequeños Ekón, Adwim y Okoth. La mirada de Jábilo se tornó maliciosa y sin más invitó a Aba a entrar en la casa; los temas que iban a tratar requerían de total discreción y no convenía que ninguno de aquellos niños escuchase nada.

      «Ya ajustaré cuentas con ellos», pensó mientras accedía a la casa.

      –Siéntate y cuéntame, amigo. ¿Qué es lo que te preocupa? –dijo ya en el interior de la choza.

      –Nazima, es Nazima. Es como si lo supiera todo. Su forma de mirarme. Si no lo sabe lo intuye.

      –Cálmate, Aba. Nazima no puede saber nada; es algo que solo hemos hablado tú, yo… y Akanni.

      –¡¿Akanni?! ¡¿Se lo has dicho?! ¡Te dije que esperases! ¡Maldita sea! –dijo Aba gritando.

      –Sssh. Cálmate, amigo. Podrían escucharnos –intentó tranquilizarle Jábilo y prosiguió–. Akanni es un hombre bastante rico. Su ganado es numeroso, como bien sabes. Y su hija, Inaya, es bastante bella. No le faltan pretendientes. No se nos puede adelantar nadie, Aba. ¿Lo entiendes?

      –¿Y por qué iba a querer casar a su hija conmigo? No quiero hacer el ridículo –preguntó Aba.

      –Y no lo harás. Akanni está de acuerdo con el trato.

      –¡¿Ha СКАЧАТЬ