La casa de Okoth. Daniel Chamero Martínez
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Название: La casa de Okoth

Автор: Daniel Chamero Martínez

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Novelas con valores

isbn: 9788418263828

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СКАЧАТЬ de amuleto en sus manos. El curandero se puso de rodillas mientras agachaba el torso hacia el suelo al tiempo que susurraba un tipo de oración. Los pequeños contuvieron la risa y Adwim dijo en voz baja:

      –Sssh…, creo que está rezando a Obassi Osaw, el dios del cielo.

      –¿Y cómo sabes eso? –replicó Ekón.

      –Porque cuando sale el sol el cielo despierta y entonces es cuando hay que rezarle a Obassi Osaw, que está en el cielo –contestó Adwim.

      –¿Y cuándo se le reza a Obassi Nsi? –preguntó Okoth.

      –No sé; supongo que cuando se hace de noche –repuso finalmente Adwim para estallar en una gran carcajada.

      –¡Silencio, viene alguien! –lo interrumpió Ekón.

      A escasos metros se podía divisar la figura de un hombre que se acercaba a la cabaña del curandero hasta situarse junto a él.

      –¡Es Aba, vuestro padre! –dijo Adwim con asombro.

      –¿Qué hace padre aquí? –se preguntó en voz alta Ekón.

      –Le va a hechizar –sentenció Adwim.

      –¡No digas eso! –replicó Ekón.

      Jábilo terminó sus oraciones y se incorporó saludando y abrazando a Aba. Ambos mantuvieron una conversación, pero a los niños les era imposible escuchar con nitidez lo que decían. Finalmente, Jábilo invitó a Aba a entrar en la cabaña y la puerta se cerró.

      –Parece que son amigos –no tardó en decir Adwim.

      –Sí, lo son. Los veo juntos muchas veces, pero no sabía que venía cuando el curandero prepara sus hechizos y medicinas –dijo Ekón.

      –Ese maldito Jábilo tiene la culpa de que vuestro padre no le haga caso a Okoth. Seguro que le está robando el espíritu. Deberíamos decírselo a Nazima –declaró Adwim.

      Ekón permaneció callado y pensativo, y tras unos segundos se giró hacia Okoth y le dijo:

      –Okoth, yo sí te quiero y siempre te querré. Nadie podrá robarme el espíritu y hacer que deje de quererte.

      La pequeña Okoth sonrió y contestó a su hermano:

      –Y yo a ti, Ekón. Y a ti también, Adwim –añadió.

      –Vámonos. Vamos al río –dijo Ekón.

      –¿Al río? –preguntó Adwim.

      –Sí, al río, vamos a bañarnos –sentenció Ekón.

      ***

      Habían transcurrido casi tres años desde la primera clase en la ribera del río Cross. Durante esos años y desde que Aalim, el profesor, les obligase a sentarse juntos, Ekón, Adwim y Okoth se habían hecho inseparables. Pasaban los días enteros jugando, bañándose en el río, trepando a los árboles o escuchando los cientos de leyendas que Nazima les contaba junto al pozo al atardecer. En cuanto a las clases, Aalim las seguía impartiendo fielmente todos los sábados. Los avances de los niños empezaban a dar sus frutos. La pequeña Okoth destacaba poderosamente por sus constantes avances y su interés desmesurado. Así es que, con casi cinco años, Okoth ya había superado a otros niños de mayor edad y era capaz de leer y escribir. Aquella mañana en que los niños corrían a bañarse a las aguas del río Cross era sábado y Aalim acudiría como era habitual a darles clases junto al río, pero ese sábado era especial. Era 1 de septiembre de 1984; Okoth cumplía cinco años.

      Tan pronto como los tres niños llegaron al río, Ekón trepó por uno de los árboles que descansaban junto a la orilla. Fue subiendo entre sus ramas hasta llegar a una de ellas, que se elevaba sobre las aguas. Allí pudo alcanzar una larga cuerda hecha a base de tallos de ortiga y hojas de palmera que caía desde una robusta rama por encima de donde se encontraba. Sostuvo la filamentosa soga por el extremo que colgaba a la altura de su pecho, y sincronizando un movimiento de balanceo se precipitó sobre las aguas del río. La pequeña Okoth, que lo observaba desde la orilla, no pudo reprimir gritar a su hermano:

      –¡Cuidado, Ekón!

      Adwim no tardó en correr hacia el árbol para trepar y repetir la maniobra que acababa de hacer su amigo.

      –¡No debemos bañarnos solos en el río! –gritaba Okoth mientras Adwim emulaba a Ekón.

      Ekón y Adwim se tiraron una y otra vez de aquella cuerda que colgaba del árbol mientras Okoth los contemplaba desde la ribera del río. Se podía decir que, aunque temerosa, la pequeña disfrutaba viéndolos tanto como ellos al tirarse desde el improvisado trampolín. Finalmente, y tras un placentero baño, los dos críos salieron del agua y se reunieron con Okoth.

      –¿Por qué no te has bañado? –le preguntó Ekón a su hermana.

      –La abuela dice que no debemos bañarnos solos en el río –contestó la pequeña.

      Ekón y Adwim rieron a la par.

      Adwim desenvolvió de entre unas telas una pequeña figura de madera.

      –Toma; la he hecho para ti. Feliz cumpleaños, Okoth –le dijo su amiga ofreciéndole la figura.

      Okoth se quedó mirando fijamente aquella diminuta y trabajada figura de madera tallada. Una mujer descansaba sentada con las rodillas flexionadas a la altura de su pecho. El pelo estaba bien cuidado y eran numerosos los adornos que Adwim añadió a esa parte a la figura. El rostro de aquella estatuilla era sin duda el de Okoth, pues la redondez de sus pómulos y la forma ovalada de sus ojos no eran muy usuales por la zona. Sorprendida, dijo:

      –¿Es para mí? Qué bonita, ¿qué es?

      –Es una terracota de Nok; la he hecho yo mismo. La he llamado como tú, Okoth –contestó Adwim.

      –¿Qué es una terracota de Nok? –preguntó Okoth.

      Adwim sonrió levemente y comenzó a explicar a la pequeña el origen de aquella figura:

      –Son figuras de una antigua civilización. Hace muchos años habitaron cerca de aquí. Se llamaban Nok y hacían cientos de estatuas como esta pero de arcilla. Cada una representa algo: hombres, mujeres, dioses, guerreros. Son como amuletos; esta te representa a ti. Espero que te traiga suerte.

      –Gracias, Adwim.

      –Vaya, ¿y cómo has hecho tú solo eso? –preguntó Ekón.

      –El maestro Daren me ha enseñado. Dice que se me da muy bien. Que pronto seré un gran escultor.

      –Adwim, el escultor; me gusta. ¿Me harás otra a mí? –volvió a preguntar Ekón.

      –Claro; haré una de un gran guerrero. Ekón el guerrero.

      Los tres niños rieron. Ekón miró a su hermana y, poniendo la palma de su mano sobre su propio pecho, dijo:

      –Felicidades, hermana. Te quiero –terminó de decir mientras posaba la palma de su mano ahora sobre el pecho de la pequeña Okoth.

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