Название: E-Pack HQN Victoria Dahl 1
Автор: Victoria Dahl
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Pack
isbn: 9788413756462
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—Esta mañana se me ha ocurrido que puede ser Miles quien ha entrado en tu casa para registrarla en busca de una gran historia… Pero no. No lo veo haciendo algo así. ¿Lo has visto más veces de las que esperabas últimamente?
—No —respondió ella en un susurro.
Su ansiedad había ido en aumento durante todo el día, y a medida que se acercaban a casa, a su casa grande y solitaria, no pudo soportarlo más.
—¿Podría dormir hoy en tu casa? —le preguntó a Ben con un hilillo de voz.
Ben la miró.
—Por supuesto que puedes dormir en mi casa —dijo. Le tomó la mano y se la besó—. O eso, o yo me instalo con mi saco de dormir en tu porche.
—Cualquiera de las dos cosas. Como tú quieras.
Él volvió a besarle la mano, acariciándole los nudillos con los labios, en un gesto distraído que a Molly le puso el vello de punta.
—Hemos encontrado dos grupos de huellas en tu casa, que no eran mías ni tuyas. Seguramente serán de tu tía o de alguno de los de la compañía de mudanzas, pero voy a enviarlos al laboratorio forense. ¿Notaste que alguno de los de la mudanza te prestara demasiada atención?
—No, que yo sepa.
—De acuerdo. Mañana por la mañana voy a ir a ver tu coche —dijo Ben. Respiró profundamente y exhaló un suspiro—. Vaya, Molly.
—Sí, ya lo sé.
Él le agarró la mano durante todo el camino de vuelta a casa, y la acompañó mientras ella recogía las cosas que necesitaba para pasar la noche fuera. Después de girar la llave en sus enormes y flamantes cerraduras de acero, se marcharon, y antes de que ella se diera cuenta estaban en el garaje de Ben.
Se sentía excitada por el hecho de pasar la noche protegida por un policía tan grande y tan sexy, y fue olvidando su tensión poco a poco. Ella había estado en su casa cuando era la de su madre, pero ahora era de Ben.
Esperaba la típica decoración masculina; nada reseñable. Y era casi cierto. Cuando su madre vivía allí, las paredes eran de color lila y rosa, con algún toque de verde. Las alfombras eran rosas. Un estilo clásico de los años ochenta. Molly se había quedado impresionada a los once años.
El rosa había desaparecido. Ella se preguntó cuántos minutos habrían pasado entre el momento en que su madre le vendió la casa y el momento en que él quitó las alfombras. Ahora el suelo de madera estaba desnudo y las paredes eran blancas.
Había un sofá gigante de cuero marrón y desgastado y una televisión. Casi todo era típico de un hombre soltero, salvo por dos detalles.
Había una estantería a cada lado del sofá, y dos más flanqueando la televisión. A ella se le había olvidado aquello de Ben. Él adoraba la lectura. Aquellas estanterías estaban llenas de libros. Ella conocía algunos de ellos, y de otros no había oído hablar nunca.
Al ver todos aquellos libros, se sintió esperanzada. Tal vez, solo tal vez, él se sintiera impresionado por su trabajo. Tal vez no se quedara horrorizado ni se disgustara. Tal vez se pusiera contento.
Tendría que pensar bien si se lo contaba, o si no.
Lo segundo que Molly notó en su salón fueron las fotografías. Había muchísimas fotografías en blanco y negro, enmarcadas y colgadas por las paredes. La mayoría eran fotografías de naturaleza. Un azafrán de primavera entre la nieve. Rocas pulidas en el agua de un arroyo. El reflejo de una nube iluminada por el sol en el cielo azul.
Y más. Un ciervo corriendo por un campo blanco y puro. Un álamo que había perdido sus hojas.
—¡Ben, son preciosas!
Él gruñó alguna respuesta mientras entraba con su bolsa de viaje y la dejaba en el pasillo. Molly no se molestó en seguirlo. Estaba demasiado ocupada moviéndose de fotografía en fotografía, mirándolas todas.
Cuando oyó que él volvía a entrar en el salón, se lo quedó mirando boquiabierta.
—¿Las has hecho tú?
—Sí.
—¡Oh, Dios mío, Ben! ¿Cuándo empezaste a hacer fotografías? Estas son magníficas.
—Hace unos años. Hoy en día no es difícil aficionarse, con todas las cámaras digitales que hay, y las impresoras en color —dijo él, y se encogió de hombros—. No es nada del otro mundo. Hace que mis paseos por el monte sean más interesantes.
—¿Nada del otro mundo? Me estás tomando el pelo. ¿Las vendes?
—He vendido algunas en páginas web de fotografía, para cubrir los gastos de las cámaras, el papel fotográfico y la tinta.
Ella se dio cuenta de que Ben se había ruborizado un poco, y tuvo ganas de abrazarlo.
—Deberías exponerlas en la Feria de Arte de Aspen.
—¡Ja! —exclamó él, y se ruborizó aún más—. ¿Te apetece tomar algo? Tengo vino de botella, espero que no te importe.
—¡Vaya! Arte y vino del bueno. Eres un metrosexual, o algo así.
—Sí, me han crecido bastante las cutículas desde que se cerró el paso, pero intento arreglármelas.
Ella no pudo aguantar que fuera tan adorable ni un minuto más, y se arrojó a sus brazos. Él la agarró con un resoplido exagerado, pero ella se lo perdonó.
—¿Sabes lo sexy que eres? —le preguntó.
—Eh… Hace siglos que no me depilo las cejas.
Ella lo besó para que se callara, y funcionó. Ben comenzó a mover la lengua rápidamente, la agarró por las nalgas y la estrechó contra su cuerpo. Se besaron hasta que Molly se inclinó hacia atrás y le sonrió.
—Te eché de menos anoche.
—Yo también.
—¿Me vas a hacer fotos desnuda?
Él la soltó tan rápidamente que ella estuvo a punto de caerse.
—Por supuesto que no.
—Oh, vamos.
—Estás loca.
—Será divertido.
—Lo último que necesito son pruebas de mi vida sexual flotando por Internet.
—No tienes por qué enviármelas por correo electrónico, ni nada parecido. Y tú eres el único hombre del mundo a quien le confiaría mis desnudos.
—Ni lo sueñes.
—¿No quieres tener un recuerdo de nuestra aventura cuando termine?
Ben СКАЧАТЬ