Название: La historia de una buena mujer
Автор: Silvia Somaré
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
Серия: Los del camino
isbn: 9789877620634
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Parafraseando a Axel, podría decirse que “eran locos inquietos pidiendo paz”. Catalina al querer expresar sus proyectos habla de Sueños, a tal punto que el deseo de fundar una congregación femenina como los Jesuitas, le da el nombre de “Sueño Dorado”. Deseo profundo e importante como el oro.
Lo que se hereda no se hurta, salvo en el caso de los bienes materiales. Aquí Catalina heredó el ser de su familia, heredó el fervor por los sueños que tienen como norte la dignidad de los demás. Fue esclava y a la vez “libre y dichosa por elección”. Frase solo comprensible desde su pasión por el corazón de Jesús y su pasión por la humanidad que no la improvisó; sin saberlo, sus parientes, su ciudad, su época se la fueron regalando.
1- Apuntes, 32.
2- Cf. DE DENARO, Liliana: Saturnina Rodríguez, 20 y ss.
3- Cf. Op. cit., 33.
4- Cf. MOYANO, Hna. Ana: Apuntes biográficos, 1ª parte, 5.
5- Memorias, 20.
LA ESPOSA
“Tu corazón siempre te guía.
Tu corazón tiene alegría
para seguir adelante
viviendo la vida.
Tu corazón es la salida.
Tu corazón siempre te guía
para encontrar esa magia
que tiene la vida.”
(Luciano Pereira)
Resulta extraño hablar de una religiosa como esposa de un hombre que fue contemporáneo de ella. Catalina de María Rodríguez estuvo casada trece años con el coronel Manuel Zavalía y esta parte de la historia ha tenido diferentes interpretaciones y relatos. Cuidadosamente me he acercado a ella para ser, lo más fiel que se pueda, a la verdad. Parto contextualizando dos elementos básicos: el primero, se trata del modo como se acordaban los casamientos. Este era entre familias, el novio pedía la mano de la novia y esta no tenía demasiado para opinar. La sintonía se lograba con el sometimiento de la mujer, la convivencia y el cariño, aunque en numerosos casos el amor mutuo constituía la base de la pareja. El segundo elemento a considerar y contextualizar, es el rol de los militares en la naciente patria argentina. Tenían un gran protagonismo heredado de las guerras de la independencia, y las contiendas en la época de los caudillos y de la Confederación Nacional era el modo corriente como se hacían valer las ideas de uno y de otro bando. Unitarios contra federales, Buenos Aires frente al interior, Rosistas versus antirrosistas. Cada uno tenía su ejército y quien vencía se llevaba el gobierno tras la idea central de formar una patria organizada y en paz. Objetivo que recién se logró después de 1860. Cincuenta años después del primer gobierno patrio.
Los alcances descriptos sitúan el matrimonio de Madre Catalina. Ella descubrió su vocación a la vida consagrada a los 17 años, pero no tenía espíritu para los conventos de clausura que había en esa época en Argentina (1). Deseaba ser como los jesuitas. Sin renunciar a esta inquietud y con escaso interés en formar un matrimonio, se dedicó a promover los Ejercicios Espirituales, rechazando como candidato a Manuel Derqui, familiar de su primo Santiago.
El coronel Manuel Zavalía había nacido en 1814 en el seno de una de las tradicionales familias cordobesas y comulgaba, como la gran mayoría de los hombres del interior del país y los de la familia de Catalina, con las ideas federales antirrosistas. De destacada acción militar, era asimismo un gran bienhechor de pobres y desvalidos y muy apreciado por los jesuitas. Enviudó en 1850 quedando solo con cuatro hijos: Benito, Deidamia, Micaela y Manuel. Los dos más pequeños fallecieron al poco tiempo. Él frecuentaba la casa de las tías de Catalina y era dirigido espiritualmente por el presbítero Tiburcio López. Al año de enviudar, le propuso insistentemente matrimonio a Catalina encontrando un recurrente rechazo. Ella, para tomar distancia y evitar el asedio de su pretendiente, se refugió a fines de 1851 al Colegio de Huérfanas expresando la pretensión de “querer probar mi vocación y permanecer en él hasta realizar mis deseos” (2); días después, el coronel Zavalía se las ingeniaba para no perder contacto con ella y anotaba en el mismo colegio a su hija Deidamia.
Simultáneamente, el escenario político se enrareció una vez más. El Gobernador Manuel López, partidario de Rosas, descubrió una conspiración en su contra. Hubo fusilamientos y amenazas. La Familia de Catalina vivía momentos difíciles por las ideas antirrosistas y su primo Santiago Derqui luchaba por esta causa a la par de Justo José de Urquiza quien finalmente venció a Rosas en la batalla de Caseros, en 1852, concluyendo así el poder rosista. El 27 de abril de 1852 fue derrocado el gobernador López —seguidor de Rosas— por fuerzas militares en donde tuvo una destacada actuación el coronel Zavalía. A nivel nacional, asumía la presidencia de la Confederación Argentina, con sede en Paraná, el general Justo José de Urquiza. Lejos estaban el país y la provincia de pacificarse definitivamente.
Catalina, al descubrir la persecución de Zavalía utilizando a su hija, en mayo de 1852, dejó el colegio de las huérfanas. Al día siguiente, el militar retiraba a Deidamia y, al no encontrar respuesta afirmativa, recurrió al presbítero Tiburcio López, su amigo y confesor de ambos. Es importante aclarar, para contextualizar la decisión de Catalina que describiré, que a raíz del Concilio de Trento cualquier autoridad eclesiástica y el mismo director espiritual ejercían una autoridad vertical e indiscutible sobre los fieles.
Zavalía, hablando con el presbítero López, expresó sus ideas de contraer matrimonio con la sobrina de las señoras Orduña y añadió que de no concretarse tomaría una drástica decisión. El sacerdote, temiendo que se quitara la vida, hizo pesar en la conciencia de ella la salvación de esta alma y la suerte de sus pequeños hijos, Benito de 9 años y Deidamia de 7. Ella, entonces contra su voluntad, siguiendo el consejo del sacerdote, decidió casarse no sin “sufrir antes en su alma un rudo y terrible combate... se entregó con confianza a la voluntad de Dios desmayándose ante su confesor” (3). El 14 de agosto de 1852, con 29 años, Catalina se convertía en la señora de Zavalía quien tenía 37. Fue un momento difícil en el cual “sintió un pesar muy grande y hubiese deseado huir como despavorida de no estar sostenida por la divina gracia” (4). Pero más allá de que no era su vocación, fue feliz y comprendió que era voluntad de Dios. Esta actitud que mostró no es fruto de un voluntarismo, sino de una entrega confiada, lucha mediante, en el camino que el Señor le presentaba a través del consejo de su confesor. Aquí no se puso a escribir en el librito de los rencores y sintió “el corazón que la guiaba para seguir adelante viviendo la vida”.
Dentro del matrimonio tuvieron que sintonizar el carácter fuerte, tenaz de Zavalía con el temperamento decidido y no menos enérgico de su esposa. Los testimonios de la época cuentan que él “era un hábil político y militar y que ella aportó a la convivencia su atención, delicadeza, amabilidad y cariño llegando de ese modo a un amor mutuo y correspondido” (5). La misma Catalina comentaba que a pesar de haber abrazado el estado matrimonial sin saber cómo y tan en contra de sus deseos, se creyó en él feliz, comprendiendo que había sido disposición de СКАЧАТЬ