Название: El continente vacío
Автор: Eduardo Subirats
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
Серия: Historia
isbn: 9786075475691
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El fenómeno de universalización, al tiempo que un avance de la humanidad, constituye una especie de sutil destrucción, no solamente de culturas tradicionales, lo cual no tiene que ser necesariamente algo irreparablemente erróneo, sino también lo que se podría llamar el núcleo creador de grandes civilizaciones y culturas, ese núcleo a partir del cual somos capaces de interpretar la vida, en lo que desearía llamar por lo pronto el núcleo ético y mítico de la humanidad.13
Este proceso reductivo e igualador, inscrito en la propia racionalidad de la civilización occidental moderna, plantea necesariamente una última pregunta: ¿cuáles son las consecuencias derivadas de la destrucción de estos núcleos espirituales? ¿Qué medidas o estrategias pueden adoptarse para frenar este proceso igualador de consecuencias empobrecedoras? Interesante resulta en este sentido la aportación contemporánea de Ricoeur: «¿Cómo devenir moderno y regresar a las fuentes originarias?».14
La perspectiva que abrazaba un intelectual como Ricoeur resulta hoy tan clara como necesaria: asumir los avances de la civilización técnica y de la racionalidad científica y, al mismo tiempo, reformular los fundamentos éticos de las civilizaciones.15 Pero Ricoeur dejaba de lado en su análisis dos aspectos fundamentales: uno conceptual, el otro histórico. El primero tiene que ver con lo que denominó el núcleo ético y creador de una civilización. Sabemos, y por una definición particularmente preciosa de este proceso creador, a la vez individual y colectivo, debida a las Cartas sobre la educación estética del hombre, de Schiller, que ese núcleo tiene que ver con formas, valores, símbolos, mitos, y con una memoria histórica colectiva; por medio de la cual la existencia humana, individual y socialmente considerada, confiere una forma al universo que le rodea y participa con ello de un mundo espiritual. Pero debe subrayarse un aspecto importante: todos estos valores y formas culturales, por abstractos que lleguen a ser, ya se trate de una concepción de la armonía cromática o musical, de las formas de la cultura amorosa o los mitos de la creación, no existen como elementos separados de la relación social con la naturaleza, de las formas de vida comunitaria o de las formas de producción.
El segundo problema reside en la propia historia y, por consiguiente, en nuestra memoria del proceso uniformador y destructor de civilizaciones y culturas. Esta destrucción no es solamente el resultado de una industrialización implantada a menudo violentamente en el orbe entero; ni es siquiera la consecuencia de una «cultura científico-técnica» que por doquier impone sus valores de cálculo y eficacia, y de una omnipotente racionalidad formal. Semejante expansión del sistema industrial parte al mismo tiempo de un principio interior de universalidad y ha sido formulado históricamente, antes de constituirse en una fuerza política, económica y aún militar, como un concepto filosófico, teológico y teológico-político de emancipación o de salvación. Se trata de la pureza trascendental del sujeto moderno. Es la constitución de un principio de identidad que en su misma formulación epistemológica y científica se ha vaciado de sus componentes históricos y sociales. Es el sujeto teológica y políticamente exiliado de su comunidad real, de su núcleo ético y de su memoria histórica. El Yo vacío inherente al racionalismo cartesiano y de la ética loyoliana que le precedía. Y el problema de la no-identidad y de la pérdida de carácter, de la homologación y homogeneización de las culturas históricas en el seno de la civilización industrial es inseparable de la constitución del sujeto moderno, según lo definió el idealismo trascendental de Kant y la teología política del apóstol Paulo. Se trata de la constitución filosófica, jurídica y teológica del «alma» moderna, de la «interioridad», del Yo como principio racional de dominación ajeno y enajenador de cualesquiera formas de vida, exiliado de la comunidad y la naturaleza, y opuesto a ellos como un principio intelectual de dominación, es decir, como un principio colonizador en el más elemental de los sentidos. Son, no en último, sino en primer lugar, sus antecedentes político-religiosos: el ideal misionero de subjetivación; el principio cristiano de redención que despoja al alma exiliada de su comunidad y su memoria, y de sus subsiguientes reformulaciones y refundiciones humanistas a lo largo del siglo del Renacimiento europeo.
De ahí también que el discurso de la colonización que recorre el proceso social de esta pérdida de realidad solo pueda comprenderse conceptualmente a partir de la mutua interacción de la conquista y construcción del «continente vacío», a través de esa «fortaleza vacía» que es el sujeto moderno: de su principio radical de abstracción y trascendencia, y de su consiguiente vocación universal de dominio. Ambas perspectivas, la expansión colonial del Occidente cristiano entendida como proceso indefinido de una homogeneización violenta del planeta, y la constitución de un sujeto de la dominación que paga la extensión universal de su potencia al precio de su vaciamiento individual y colectivo, son inseparables. Por eso es un error, profundamente arraigado en las culturas europeas y cabalmente formulado por la filosofía hegeliana, contraponer el reino sublime del espíritu subjetivo, como principio de libertad, a la positividad siniestra de la conquista de nuevos territorios de ultramar. Es un error contraponerlos como un romantizado mundo interior de ensoñadas riquezas espirituales, frente al mundo real de las rapiñas coloniales de oro y esclavos. Ambos momentos son cultural y filosóficamente diferentes; y ambos se combatieron militarmente en las guerras de religión europeas del siglo XVI como espíritu cristiano de la Reforma contra el catolicismo dogmático y contrarreformista. Pero ambos se contrapusieron entre sí como las dos caras de uno y el mismo proceso civilizador.
Ricoeur, entre muchos otros, señaló el conflicto inherente al discurso del progreso en su forma contemporánea: conflicto de un progreso cuyo sentido universal carece de contenidos simbólicos y de un auténtico significado ético y, por tanto, de una fuerza creadora capaz de generar nuevas formas de vida a partir de sí misma. En última instancia, se trata de un progreso amenazado por su propio carácter formalista, su insustancialidad e insostenibilidad. Nunca podría ponerse de manifiesto con mayor evidencia esta aporía de la razón y la historia modernas que en el panorama actual precisamente. Por una parte nos encontramos con una sociedad colonizada con todos los estigmas del expolio y la destrucción de sus memorias y formas históricas de vida; por otra, con una civilización metropolitana que ha tenido que vaciarse de su propia memoria para poder asumir un principio teológico y tecnológico de dominación. Esta ha tratado de llenar en vano su vacío en nombre de identidades amenazadoras de nación, de destinos universales y globales, y de identidades heroicas y beligerantes. Mientras tanto, las culturas colonizadas tienen que contentarse con semióticas hibridizadas, identidades subalternas y modernidades conceptualmente vacías. Pero es preciso ir más allá de la simple descripción fenomenológica de este conflicto entre universalismo formal de la civilización industrial moderna y los signos de su real regresión.
Es el dilema de un proyecto civilizador que desde las cruzadas medievales y el llamado descubrimiento del Nuevo Mundo destruyó las realidades comunitarias de una Europa cosmopolita, pluriétnica y plurireligiosa, en beneficio de un proyecto político universalista y radicalmente uniformador: el orbis christianus, cuyo nombre y significado modernos se formularon precisamente en el contexto de la polémica humanista en torno a la conquista y cristianización del Nuevo Mundo. El sentido último de este orbe cristiano no residía tanto o precisamente en la realización plena de un conjunto de comunidades históricas existentes. Sucedió exactamente lo contrario. La destrucción de las comunidades judías a lo largo de la Europa medieval y en la España moderna, la liquidación de culturas árabes a lo largo de la historia europea, o la encarnizada lucha contra los vestigios de culturas paganas que se prolongó en diversos puntos de Europa hasta el siglo XVIII son una excelente ilustración de este curso de los acontecimientos históricos.
El sentido último del orden cristiano-universal era la salvación en el más allá, el designio apocalíptico de una trasposición de la ciudad terrenal a la ciudad espiritual, СКАЧАТЬ