Jesús, Nacido En El Año 6 «antes De Cristo» Y Crucificado En El Año 30 (Una Aproximación Histórica). Guido Pagliarino
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СКАЧАТЬ Jesús es tratado como un curandero, como un hechicero y se le dice sustancialmente que, si quiere ejercer su profesión de charlatán, lo haga en los otros seis días de la semana, como sus iguales. Por tanto, una de las acusaciones que los jefes religiosos y políticos lanzan a Cristo es precisamente la de trabajar en sábado, blasfemando así contra Dios. Entonces, y resulta inaudito, Jesús afirma públicamente que «el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» y se declara al respecto «Señor del sábado», es decir, Dios mismo, lo que es absolutamente escandaloso para la mentalidad de sus adversarios.

      Según el cristianismo, Cristo es una sola persona con dos naturalezas, divina y humana: en el Evangelio de San Marcos es particularmente evidente la humanidad real de Jesús, podríamos decir en cierto sentido la carnalidad y los contrastes son tan vívidos con la de sus enemigos. En el capítulo 1, versículos 14 y 15, leemos: «Después que Juan fue arrestado, 20 Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en la Buena Nueva”».21 Ese «Convertíos y creed en la Buena Nueva» es lo esencial del mensaje: «cambiad de mentalidad». Poco después,22 el evangelista nos hace entender bien qué significa cambiar de mentalidad: los pescadores Simón y Andrés, llamados por Jesús, abandonan sus redes y lo siguen y lo mismo ocurre inmediatamente después con Santiago y Juan, socios en los negocios de los primos. Para los discípulos de Cristo, cambiar de mentalidad es sustancialmente adherirse en todo a él, aceptarlo como la luz de todos. Podemos entender cuánto miedo generaba esto a los jefes de Israel, los hombres del templo y el sanedrín, que querían ser los guías del pueblo. Además, Jesús es «alguien que tiene autoridad», como nos dicen los evangelios. En el capítulo 1, versículos 21-28, Marcos describe la curación de un hombre poseído por un espíritu impuro que ha tratado de revolverse contra Jesús, pero calla y sale de esa persona en cuanto Cristo lo amenaza imponiéndole exactamente: «¡Calla! ¡Y sal de este hombre!»;23 «Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad, da órdenes a los espíritus impuros y estos le obedecen!”». La misión de Jesús tiene como objetivo la aniquilación de lo que es impuro: en el corazón, no según la mentalidad farisea y saducea de una impureza externa, material, derivada, por ejemplo, de haber tocado un cadáver o de haber entrado en la casa de un gentil. En Mateo, Cristo dice a la multitud, en particular a propósito de los alimentos impuros como la carne de cerdo o los peces sin escamas, pero también en un sentido general: «Lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella».24 Igualmente, en Marcos.25 Son los propósitos malvados que vienen del corazón los que vuelven impuros, es decir, los pecados, las decisiones con la mala intención de hacer el mal. Según las enseñanzas de Cristo, la ruina de lo que es verdaderamente impuro, del pecado, es libertad para el hombre. Pecar es esclavitud y también aplaudirlo es esclavitud. Es precisamente esa servidumbre, inadvertida porque no han cambiado de mentalidad, la que crean por sí solos y para sí los líderes de Israel y los que les rodean: sienten amenazados por Cristo su admiración por la multitud y su poder. Jesús, hombre verdaderamente libre, debe elegir delante del poder constituido y de la ley formalista que sostiene el sistema, esta presunta «ley de Dios», abarrotada de preceptos humanos que abanderan los jefes de Israel. Para Jesús es muy arriesgado, y él se da cuenta.26 Cristo ha elegido al hombre y no hay ley que lo contenga cuando esté de por medio el ser humano hijo de Dios. Por tanto, afronta las situaciones que derivan de haber infringido, y continuar infringiendo, las normas. Llega además a lo que para la ley mosaica es una absoluta blasfemia; perdonar los pecados. Así es, por ejemplo, en la curación del paralítico, al cual, antes de sanarlo, le dice: «Hijo, tus pecados te son perdonados».27 Ese hijo lo dice, no el hombre, sino el Dios, Padre de todos, «Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: “¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?”». En la comunidad religiosa hebrea, según el pensamiento dominante fariseo, los pecadores, incluidos por este solo hecho los que servían al poder de Roma (mientras que los fariseos y los saduceos consideraban que se servían de ella) debían mantenerse a distancia. Jesús elige como discípulo a un impuro, un pecador, Leví Mateo, recaudador de impuestos para los ocupantes romanos y se sienta a la mesa con él y otros pecadores. Naturalmente, recibe una estupefacta reprobación de los escribas de la secta de los fariseos que pasan por ahí: «Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: “¿Por qué come con publicanos y pecadores?”».28 No le hablan directamente, pues se debían sentir menospreciados, pero lo dejan caer. «Jesús, que había oído, les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”».29 Cristo no afirma que los publicanos sean justos. No equipara justos y pecadores. En cierto modo, al decir que llama a los pecadores se pone en la posición de los fariseos, que consideran a esas personas alejadas de Dios, pero, con fuerza y autoridad, Jesús se opone al sistema del aislamiento de los pescadores defendido por los escribas y los demás líderes, al sistema de falta de perdón, y estos se escandalizan. Llegan así nuevos reproches a Jesús, tanto de fariseos como de miembros de la facción de Juan el Bautista: lo reprueban porque come en vez de hacer ayuno como está prescrito para los días de cualquier norma formal de pureza.30 Esta vez Jesús lo dice con absoluta claridad, en bloque, que lo viejo está rasgado como ropa vetusta y está tan raído como los otros consumidos, que estos están a punto de romperse a la luz de lo nuevo que él lleva, del vino nuevo que será la sangre que ha de verter, la Salvación gracias a la muerte y resurrección del propio Cristo: dice que la viejas normas rituales están totalmente obsoletas y que del Antiguo Testamento queda lo esencial, que ha de verse y matizarse de acuerdo con el Nuevo que él porta. ¡Podemos figurarnos cómo podían entenderlo los jefes del pueblo, que basaban todo su poder en las normas!

      El evangelista Lucas analiza sintéticamente la distinta mentalidad en el capítulo 11, versículos 37-53 y análogamente, en un entorno distinto, es decir, en una plaza, leemos en Mateo 23, 1-39.

      En Lucas, invitan a Jesús a comer, junto a doctores de la ley, en casa de un fariseo, después de haber hablado ya muchas veces contra la mentalidad farisaica y saducea. Se puede suponer que querían conocerlo mejor, para entender lo grande que era la aversión de Jesús hacia ellos. Cristo, en su absoluta libertad, sin remordimiento, les complace plenamente, definiéndolos como sepulcros blanqueados, llenos de podredumbre y copas limpias por fuera, pero sucias por dentro:

      «Un fariseo lo invitó a cenar a su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa. El fariseo extrañó de que no se lavara antes de comer. Pero el Señor le dijo: “¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia. ¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro? Dad más bien como limosna lo que tenéis y todo será puro. Pero ¡ay de vosotros, fariseos, que pagáis el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidáis la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, porque os gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de vosotros, porque sois como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!”. Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: “Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros”. Él le respondió: “¡Ay de vosotros también, porque imponéis a los demás cargas insoportables, pero vosotros no las tocáis ni siquiera con un dedo! ¡Ay de vosotros, que construís los sepulcros de los СКАЧАТЬ



<p>20</p>

  Se trata de San Juan Bautista, pariente de Jesús y su precursor, no del apóstol homónimo.

<p>21</p>

  Es decir, la «buena nueva» de la salvación eterna.

<p>22</p>

  Mc 1, 16-20.

<p>23</p>

  Mc 1, 25-27

<p>24</p>

  Mt 15, 10-20.

<p>25</p>

  Mc 7, 14-23.

<p>26</p>

  Se puede suponer que precisamente por ese motivo San Marcos lo presenta cuando se enoja en una situación que no parece irritante a primera vista: cuando en el capítulo 1, versículos 40-45, encuentra al leproso y lo cura, encontramos: «Jesús, conmovido» (pero, en algunos manuscritos más antiguos y, por tanto, cabe suponer que más fieles a la predicación apostólica, está escrito «Jesús se irritó») «extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Sea, queda sano”» (Mc 1, 41). Después, en el versículo 43 leemos: «advirtiéndole severamente» (en otros manuscritos dice «hablándole con mucha dureza» o «se enfadó») «Lo despidió y le dijo: “No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio”» El Jesús de Marcos es aquel que solo con querer puede, por gracia divina inmediata, pero se presenta en cada ocasión, como hemos dicho, con su humanidad concreta y al ver a esa persona que sufre, espontánea e inmediatamente la ayuda, pero, a la vez, se da cuenta de que está actuando contra las normas de la pureza y de que se está arriesgando: haber quebrantado la ley podría obstaculizar gravemente su misión. Por eso se preocupa. Incluso con dureza, como si estuviera además enfadado, hace que el leproso le obedezca al ordenarle que calle y haga que lo vean los sacerdotes como prescribe la ley y también para que el sanado, por supuesto, pueda volver a moverse de nuevo libremente, pero asimismo con el objetivo de no dar pretextos a sus adversarios. Inútilmente, porque seguirán pronto nuevos enfrentamientos con los jefes de Israel, como se refiere en el capítulo 2 del mismo Evangelio.

<p>27</p>

  Mc 2, 5.

<p>28</p>

  Mc 2, 15-16.

<p>29</p>

  Mc 2, 17.

<p>30</p>

  Mc 2, 18-22.