Plan Patagonia. Daniel Sorín
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Название: Plan Patagonia

Автор: Daniel Sorín

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Imaginerías

isbn: 9789878619293

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      A la tarde noche de ese día, un alto ejecutivo de una petrolera afincada en la provincia se anotició de la singular declaración durante una reunión financiera. Quienes estuvieron presentes dejaron correr el rumor de que después de proferir un grueso insulto, que tenía como destinataria a la señora madre del ministro, para entonces ya fallecida, levantó el auricular del teléfono y mantuvo una corta pero interesante comunicación.

      El gobernador de la provincia, Edelmiro Castillo, tomó conocimiento del traspié lingüístico de su colaborador apenas este lo hubo tenido. Primero pensó que a Marito se le había ido la mano, aunque no le dio al hecho mayor importancia. Pero hacia las tres de la tarde comenzó a darse cuenta de la repercusión de las palabras de su amigo. Llamó entonces al subsecretario de Medios y le preguntó si la policía había detenido al violador de prostitutas y si el presidente había muerto de un síncope.

      —¿Cómo dice, doctor? —el humor del gobernador era incomprensible para el subsecretario.

      —A ver si inventa algo rápido, esto no puede ser tapa de los diarios de mañana.

      Cuando el subsecretario se fue del despacho, el gobernador le dijo a su secretario privado:

      —A Marito hay que decirle que las que van para afuera no las meta adentro.

      Metáfora referida a los arqueros que su secretario privado, ajeno por completo al cosmos futbolero, no entendió, lo que no le impidió apuntar con entusiasmo:

      —Eso mismo digo yo, doctor.

      Pero fue recién cuando atardecía que el gobernador tuvo acabada conciencia de las consecuencias de la desafortunada intervención de Marito. La toma de conciencia ocurrió cuando le pasaron una llamada telefónica; del otro lado de la línea, una voz con el inconfundible acento que otorga el poder, apenas ocultando su enojo, colocó los puntos sobre las íes.

      Juan Balcarce llegó en el primer vuelo de la mañana, se paró en el medio del hall del aeropuerto y esperó. A los pocos minutos se le acercó un hombre de abultado abdomen que le dijo que tenía en el estacionamiento su automóvil para llevarlo al centro de la ciudad. Durante el viaje Juan le preguntó por Basilio, pero el chofer no pareció conocer a nadie con ese nombre; cuando llegaron a destino el hombre le extendió un sobre. Ya abajo del vehículo, Juan lo abrió; adentro había un disco de los Beatles. Sonrió.

      Quince minutos pasadas las diez de la mañana, Juan Balcarce entraba a un lujoso edificio. Cuando en el quinto piso se abrieron las puertas del ascensor, pudo leer en grandes letras doradas: Distribuidora Los Andes.

      En ese mismo momento, el gobernador entraba en la amplia sala contigua a su despacho y daba comienzo la reunión de gabinete. Su secretario privado comenzó con la lectura de los puntos a tratar, pero fue interrumpido por el gobernador Castillo quien, mirando hacia la ventana y sin énfasis alguno, preguntó:

      —Escuchame Mario ¿vos sos boludo o te pasaste a la oposición?

      —Ni una cosa ni la otra, Edelmiro.

      Los dos hombres se conocían desde hacía años y hasta ese momento habían labrado una cálida amistad. El gobernador giró la cabeza y, mirándolo a los ojos, le dijo a su ministro:

      —Si lo tuyo fue una repentina imprudencia quiero que digas que no quisiste decir lo que dijiste, que te sacaron de contexto o cualquier cosa por el estilo. Pero si estás tramando algo a mis espaldas, quiero tu renuncia de inmediato.

      Hubo en la sala un silencio denso que podía cortarse con el filo de un cuchillo. Después de unos interminables segundos, el doctor Mario Cruz dijo con tono firme:

      —Puede, señor gobernador, contar con mi más absoluta fidelidad.

      Algunos suspiraron aliviados, otros tosieron desencantados.

      —Hoy mismo tendrá sobre su escritorio mi renuncia —dijo el ministro, y sin esperar respuesta abandonó la reunión.

      Un 30 de abril

      El jueves siguiente a la renuncia del ministro Cruz, la Consultora Alfa entregó en la secretaría privada del gobernador tres informes; las carpetas estuvieron allí hasta el viernes por la tarde en que fueron giradas al despacho del gobernador.

      La recepcionista las tuvo entre sus manos minutos antes de la seis de la tarde. Contenta porque el mandatario hacía media hora había dejado la provincia para dirigirse a Buenos Aires —donde ese fin de semana había un importante cónclave político—, la joven estaba ilusionada con un fin de semana sin molestos llamados de funcionarios del gobernador. Iba a completar el trámite de recepción de los informes incluyéndolos debidamente en el archivo “entradas” cuando sonó el teléfono.

      —Gobernación.

      —María, Gustavo y Sebastián pasan por mi casa a las siete.

      —¡No llego!, es imposible.

      —Vamos nena, ¡es tu oportunidad!

      Apretada por el tiempo decidió irse rápidamente, volvió a su computadora, confundida por lo apremiante de su situación, pasó por alto la advertencia del programa que, antes de cerrarse, le decía que “entradas” se había modificado y le preguntaba si quería guardar los cambios.

      Ese pequeño error administrativo del todo involuntario hizo que, pese a que los informes se estacionaron en la bandeja que llevaba el cartelito “A-C”, no fueran asentados en el documento correspondiente del todopoderoso Excel. Para completar esta rara fatalidad, la jovencita contrajo ese fin de semana una pasajera enfermedad bronquial que la obligó a ausentarse de sus funciones toda la siguiente semana. Y solo ella, teniendo a la vista la bandeja “A-C”, hubiera podido corregir su lamentable error.

      Ignorantes en las oficinas del gobernador de tan raro acontecimiento, nadie reclamó los informes hasta que la situación pasó a mayores.

      La Coordinadora de Gremios Combativos no había movilizado hasta ese momento más que a unos cientos de trabajadores. Basilio Costas había ganado las últimas elecciones de su gremio —que nucleaba a una parte de los estatales provinciales— por la acción combinada de dos factores: la desunión de la lista oficialista y el uso que hicieron sus seguidores de su imagen, o mejor dicho de su no imagen.

      Como nunca había integrado la conducción del gremio, Costas era poco conocido por las bases. Debía perder, pero fue justamente esa lejanía del poder lo decidió su triunfo: era ajeno a cualquier trapisonda, tenía las manos limpias y sus amigos no dudaron en exhibirlas.

      El Frente Piquetero Neuquino, por su parte, fuera de las villamiserias era aún menos conocido que Costas. Sus cortes de ruta, si bien no estaban carentes de violencia, llamaban poco la atención pública. El Frente nunca había sido en realidad un frente, sino la simple unión de tres organizaciones barriales que, al fusionarse, formaron un único ente con tres asentamientos geográficos diferentes. Este hecho venía desconcertando a la policía desde hacía dos años; los custodios del orden nunca sabían de qué sucia villamiseria saldrían esos indios a quemar neumáticos, batir bombos e impedir que los ciudadanos transitaran libremente. El Frente estaba integrado por desocupados de familias numerosas, de piel oscura e inocultable ascendencia mapuche. Por lo general СКАЧАТЬ