Название: Plan Patagonia
Автор: Daniel Sorín
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Imaginerías
isbn: 9789878619293
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—Vamos a cortar las seis rutas más importantes de la provincia dentro de cuarenta y cinco días —dijo en voz baja e hizo un breve silencio—. Pero nos cuesta organizarnos porque ni los mails ni los teléfonos son seguros.
Juan lo miraba sin hacer gesto alguno mientras se preguntaba si estaba delante de un paranoico.
—Necesitamos un correo, alguien confiable e inteligente.
Las miradas se encontraron.
—Quizás te interese. Te damos un auto y una buena coartada.
Juan sintió que la angustia se retiraba de sus entrañas.
La coartada era simple y fácilmente demostrable: la representación de una distribuidora de productos de limpieza, llevaría folletos, facturas y muestras de una docena de productos.
—Nosotros te pagamos la nafta y te damos unos pesos con los que podés vivir sin lujos, pero tenés que vender para que nadie sospeche y lo que vendas también es para vos.
Juan Balcarce escuchó sin decir palabra, sin pensar, sin juzgar ni tramar.
—Lo que pasás es información, nada más. Nosotros no usamos fierros ni estamos en nada raro. Lo único que te pido es que me contestes a este teléfono —le extendió un papelito— antes de las ocho de la mañana.
Juan miró el papel que sostenía con su mano derecha.
—Si decís que te consiga el disco de los Beatles quiere decir que aceptás, y si me decís que no tenés la revista que te pedí es que no te interesa y ambos nos olvidamos, como si no hubiésemos hablado de nada.
Basilio se levantó, tomó su saco, se lo puso, pero antes de irse recordó algo:
—En un bar a unas cuadras de aquí me está esperando una compañera que necesito dejar en algún lugar seguro, ¿se puede quedar aquí? No te va a molestar, es una chica muy callada, es la primera vez que viene a Buenos Aires y está atemorizada.
Tan sorprendido estaba Juan por la propuesta que dijo que sí sin darse cuenta.
—En media hora viene. Chau Juan, espero tu llamado... ah, a la piba no le digas nada de lo que hablamos.
Y se fue.
Juan se sirvió un whisky y salió al balcón; la noche estaba fresca y sin luna. Recordó el cielo de Neuquén y el que tenía delante le pareció desteñido; pensó en las películas de espías, en Casablanca y El halcón maltés, y recordó un filme italiano de Marcello Mastroiani. A la media hora exacta, sonó el timbre.
—¿Quién es?
—Beatriz —dijo la voz.
—Adelante —y apretó el botón.
Envuelto en sus cavilaciones no la había imaginado antes de abrir la puerta, pero de haberlo hecho la sorpresa hubiera sido la misma. Beatriz era como una gota de rocío sobre una hoja de limonero.
—¿Qué tomás?
—Nada, gracias.
Juan no pudo dejar de mirar aquellos ojos negros.
—¿Café te parece bien? —dijo, mientas iba a la cocina y encendía nerviosamente un cigarrillo.
Esa noche no pudo conciliar el sueño hasta las cinco de la mañana y cuando se despertó ya había pasado media hora de las ocho. Discó el número, pero no contestó nadie. Insistió una y otra vez hasta que, casi a las nueve, una voz le informó que el señor Costas se había retirado.
—Lo vinieron a buscar y se fue hace una hora.
Al rato se despertó Beatriz y él, como buen anfitrión, le preparó el desayuno. Hablaron de animales y de pequeños alumnos; la chica era maestra en un pueblito perdido entre las estribaciones de la cordillera. En otra oportunidad hubiera intentado aprovechar esos minutos para tener alguna excusa para mandarle una carta, pero los nervios le comían el estómago: se le había metido en la cabeza que Basilio podía estar preso.
Sonó el timbre del portero eléctrico.
—¿Quién es?
—Basilio.
Abrió.
—Es Basilio —le dijo aliviado a Beatriz.
—Ah, qué bien. ¿Viene solo?
No lo había pensado: tal vez la policía lo detuvo y... En esos pensamientos andaba cuando el Otis paró en su piso; segundos después abría, ansioso, la puerta de su departamento: el corpachón estaba solo.
—Perdoname Juan, tuve que irme antes y no pude esperar tu llamado.
Beatriz se acercó con su pequeño bolso dispuesta a despedirse.
—¿Qué resolviste? —le preguntó Basilio antes de partir.
Una imprudencia
Diez días después del impensado encuentro entre Juan y Basilio, la Coordinadora de Gremios Combativos y el Frente Piquetero Neuquino presentaron un petitorio al gobierno en el que pedían, con tono tan firme que valía como exigencia, una rebaja de las tarifas de los servicios públicos del setenta por ciento. Al final decía: “Nación y pueblo son inseparables; una nación sin pueblo no es más que la mentira de los explotadores”.
El único medio que levantó la información fue el diario El Sur. “Reclamo por tarifas”, fue el breve título. La escueta nota se completaba con un recuadro donde se analizaba el deterioro del salario durante el último año.
Fuera de esas líneas, nada se habló. Los medios tradicionales omitieron el petitorio, lo que ya estaba previsto por sus autores. Pero el viernes de esa semana ocurrió algo inesperado. Tomás Sanmartino, un inquieto periodista de la Radio Nahuel Huapi, después de una noche de sana juerga, concurrió a la conferencia de prensa del ministro de Servicios Públicos habiendo olvidado en la casa de su ocasional amante las preguntas que le había preparado el día anterior el gerente de noticias de la emisora. Privado de ellas, en vez de permanecer callado, prefirió lanzarse a la creación periodística. Micrófono en mano, le preguntó al ministro sobre el petitorio sindical del cual su emisora nada había dicho hasta ese momento.
La contestación del funcionario fue desconcertante.
Se dijo posteriormente que el doctor Mario Cruz estaba esa mañana, como el joven periodista Sanmartino, bajo los efectos desinhibitorios de un alcohol nocturno; también se formuló que tuvo un inusual e inoportuno rapto de sinceridad. Podemos dudar por igual de ambas afirmaciones.
—El reclamo es enteramente justo, aunque un tanto desmedido —respondió el ministro.
Repreguntado aclaró:
—A la hora de problemas excepcionales las soluciones no pueden ser ordinarias. Si bien la rebaja pedida suena exagerada, algo habrá que hacer para evitar males mucho mayores que los números en rojo.
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