Название: Lady Felicity y el canalla
Автор: Sarah MacLean
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Romantica
isbn: 9788417451967
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Era el siglo XIX, y ostentar un título no aseguraba un estilo de vida acorde con él, como antes solía ocurrir; había aristócratas empobrecidos por todo Londres, y pronto, la familia Faircloth se añadiría a sus filas.
No era culpa de Felicity, pero, de alguna manera, sentía que lo era.
—Y ahora no me aceptarán.
Arthur desvió la mirada, avergonzado.
—Ahora no te aceptarán.
—Porque he mentido.
—¿Qué se te pasó por la cabeza para contar una mentira tan espantosa? —clamó su madre casi sin aliento por el pánico.
—Supongo que lo mismo que os pasó por la cabeza cuando decidisteis ocultarme un secreto tan espantoso —le respondió Felicity, presa de la frustración—: Desesperación.
Rabia. Soledad. El deseo de formarse un futuro sin pensar siquiera en qué podría ocurrir después.
Su gemelo le lanzó una mirada clara y honesta.
—Ha sido un error.
Ella alzó la barbilla, y una intensa sensación de rabia y terror la inundó.
—El mío también.
—Debería habértelo contado.
—Hay muchas cosas que ambos deberíamos haber hecho.
—Pensé que podría protegerte… —comenzó, y Felicity alzó las manos para detenerlo.
—Pensaste que podrías protegerte a ti. Pensaste que podrías ahorrarte el tener que contarle a tu esposa, a quien se supone que adoras, toda la verdad sobre ti. Pensaste que podrías ahorrarte la vergüenza.
—No solo la vergüenza. La preocupación. Soy su marido. Soy quien debe cuidarla. Cuidarlos a todos.
Una esposa. Un niño. Otro en camino.
Felicity sintió una punzada de tristeza, de compasión, teñida con su propia decepción. Su propio miedo. Su propia culpa por comportarse de manera tan impulsiva, por hablar tan alto, por haber cometido un error tan grande.
Arthur continuó después de que se hiciera un silencio.
—No debería haber pensado en usarte.
—No —le respondió ella, lo suficientemente enfadada como para no permitirle salir airoso—. No deberías haberlo hecho.
Soltó otra carcajada desprovista de humor.
—Supongo que me merezco lo que se avecina. Después de todo, no te vas a casar con un duque rico. Ni con nadie que sea rico, ya que estamos. Y no deberías verte obligada a rebajar tus expectativas.
Pero ahora Felicity había propagado una enorme mentira y había arruinado cualquier posibilidad de que sus expectativas se cumplieran, y con ello también cualquier posibilidad de que su familia tuviera el futuro asegurado. Nadie la aceptaría; no solo estaba marcada por su comportamiento pasado, sino también había mentido. Públicamente. Sobre su matrimonio con un duque.
Ningún hombre en su sano juicio juzgaría ese pecado como expiable.
Adiós, expectativas.
—No merece la pena siquiera pensar en las expectativas si no tenemos un techo sobre nuestras cabezas. —La marquesa suspiró, como si pudiera leer los pensamientos de Felicity desde arriba—. Por Dios, Felicity, ¿qué se te pasaría por la cabeza?
—No importa, madre —intervino Arthur antes de que Felicity pudiera responder.
Arthur, siempre protegiéndola. Siempre tratando de protegerlos a todos, el idiota.
—Tienes razón. —La marquesa suspiró—. Supongo que a estas horas ya le habrá abierto los ojos a toda la alta sociedad al respecto, y nosotros volveremos al lugar que nos corresponde: el del escándalo.
—Probablemente —terció Felicity.
La culpa, la furia y la frustración se agolpaban en su interior. Después de todo, como mujer, tenía un objetivo singular en situaciones como esa… Casarse por dinero y devolver el honor y la riqueza a su familia.
Salvo que, después de esa noche, ya nadie querría casarse con ella.
Al menos, nadie en su sano juicio.
Arthur sintió aversión por el rumbo que estaba tomando la conversación y le colocó las manos sobre los hombros, para después inclinarse y darle un beso casto y fraternal en la frente.
—Estaremos bien —declaró con firmeza—. Encontraré otra solución.
Ella asintió, tratando de ignorar las lágrimas que amenazaban con manar de sus ojos. Sabía que ya habían pasado dieciocho meses, y que la mejor solución que Arthur había encontrado era casarla.
—Vete a casa con tu esposa.
Él tragó saliva al escucharla, al recordar a su hermosa y amante esposa, que no sabía nada del lío en el que se habían metido. Qué afortunada, Prudence. Cuando Arthur fue capaz de encontrar la voz, volvió a hablar en susurros.
—No puede saberlo.
El miedo que manaba de sus palabras era palpable. Horrible.
En qué lío estaban metidos.
Felicity asintió.
—Guardaremos СКАЧАТЬ