Novelas completas. Jane Austen
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Название: Novelas completas

Автор: Jane Austen

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211188

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СКАЧАТЬ fortuna como la señora Ferrars, quizás es, considerado en conjunto, un poquito fuera de lugar. En pocas palabras, no es mi intención desacreditar la conducta de nadie a quien usted estime, señora Jennings. Todos le deseamos la mayor felicidad a su prima, y la conducta de la señora Ferrars ha sido en todo momento la que adoptaría cualquier madre buena y consciente en semejantes circunstancias. Se ha comportado con dignidad y generosidad. Edward ha echado su propia suerte, y temo que le va a salir mal.

      Marianne expresó con un lamento un temor parecido; y a Elinor se le encogió el corazón al pensar en los sentimientos de Edward mientras desafiaba las amenazas de su madre por una mujer que no podía recompensarlo.

      —Bien, señor —dijo la señora Jennings—, ¿y cómo acabó todo?

      —Me apena decir, señora, que con la más desgraciada ruptura: Edward ha perdido para siempre la consideración de su madre. Ayer abandonó su casa, pero ignoro a dónde se ha ido o si está todavía en la ciudad; porque, ciertamente, nosotros no podemos preguntar nada.

      —¡Pobre joven! ¿Y qué va a ser de él?

      —Sí, por cierto, señora. Qué pena da pensarlo. ¡Nacido con la expectativa de tanta riqueza! No puedo imaginar una situación más desventurada. Los intereses de dos mil libras, ¡cómo va a vivir una persona con eso! Y cuando, además, se piensa que, de no haber sido por su propia locura en tres meses más habría recibido dos mil quinientas libras anuales (puesto que la señorita Morton posee treinta mil libras), no puedo imaginar situación más nefasta. Todos debemos lamentarlo; y más aún considerando que ayudarlo está totalmente fuera de nuestras manos.

      —¡Pobre joven! —exclamó la señora Jennings—. Les aseguro que de muy buen grado le daría alojamiento y comida en mi casa; y así se lo diría, si pudiera verlo. No está bien que tenga que costearse todo solo ahora, viviendo en posadas y tabernas.

      Elinor le agradeció íntimamente por su deferencia hacia Edward, aunque no podía evitar reírse ante la forma en que era expresada.

      —Si tan solo hubiese hecho por sí mismo —dijo John Dashwood— lo que sus amigos estaban dispuestos a hacer por él, estaría ahora en la situación que le corresponde y nada le habría faltado. Pero tal como son las cosas, ayudarlo está fuera del alcance de nadie. Y hay algo más que se está preparando en su contra, peor que todo lo anterior: su madre ha decidido, empujada por un estado de ánimo muy comprensible, asignar de inmediato a Robert las mismas propiedades que, en las condiciones adecuadas, habrían sido de Edward. La dejé esta mañana con su abogado, hablando de la herencia.

      —¡Bien! —dijo la señora Jennings—, esa es su venganza. Cada uno lo hace a su manera. Pero no creo que yo me vengaría dando independencia económica a un hijo porque el otro se me había portado mal.

      Marianne se levantó y marchó de la habitación.

      —¿Puede haber algo más mortificante para el espíritu de un hombre —continuó John— que ver a su hermano menor dueño de una propiedad que podría haber sido suya? ¡Pobre Edward! Lo compadezco de corazón.

      Tras algunos minutos más entregado al mismo tipo de expansiones, terminó su visita; y asegurándoles repetidas veces a sus hermanas que no había ningún peligro grave en la indisposición de Fanny y que, por lo tanto no debían preocuparse por ella, se fue, dejando a las tres damas con unánimes sentimientos sobre los sucesos del momento, al menos en lo que tocaba a la conducta de la señora Ferrars, la de los Dashwood y la de Edward.

      La indignación de Marianne estalló no bien su hermano dejó la habitación; y como su explosión hacía imposible la reserva de Elinor e innecesaria la de la señora Jennings, las tres se unieron en una muy animada crítica de lo acontecido.

      Capítulo XXXVIII

      La señora Jennings elogió cálidamente la conducta de Edward, pero solo Elinor y Marianne comprendían el auténtico mérito de ella. Únicamente ellas sabían qué escasos eran los incentivos que podían haberlo tentado a la desobediencia, y cuán poco alivio, más allá de la conciencia de hacer lo correcto, le quedaría tras la pérdida de sus amigos y su fortuna. Elinor se enorgullecía de su integridad; y Marianne le perdonaba todas sus ofensas por generosidad ante su castigo. Pero aunque el haber salido todo a la luz les devolvió la confianza que siempre había existido entre ellas, no era un tema en el que ninguna de las dos quisiera detenerse demasiado cuando se encontraban a solas. Elinor lo evitaba por principio, pues advertía lo mucho que tendía a transformársele en una idea fija con las demasiado entusiastas y positivas certezas de Marianne, esto es, su creencia en que Edward la seguía queriendo, un pensamiento del cual ella más bien deseaba sacarse de encima; y el valor de Marianne pronto la abandonó al intentar conversar sobre un tema que cada vez le producía una mayor desazón consigo misma, puesto que necesariamente la llevaba a comparar la conducta de Elinor con la suya propia.

      Sentía todo el peso de la comparación, pero no como su hermana había esperado, incitándola ahora a hacer un esfuerzo; lo sentía con el dolor de un continuo reprocharse a sí misma, lamentaba con enorme amargura no haberse esforzado nunca antes, pero ello solo le traía la tortura de la penitencia sin la esperanza de la reparación. Su espíritu se había debilitado a tal grado que todavía se sentía incapaz de ningún esfuerzo, y así lo único que lograba era desanimarse más.

      Durante uno o dos días no tuvieron ninguna otra noticia de los problemas de Harley Street o de Bartlett’s Buildings. Pero aunque ya sabían tanto del tema que la señora Jennings podría haber estado bastante ocupada en difundirlo sin tener que averiguar más, desde un comienzo esta había decidido hacer una visita de consuelo e inspección a sus primas tan pronto como pudiera; y nada sino el verse estorbada por más visitas que lo habitual le había impedido cumplirlo en el plazo fijado. Al tercer día tras haberse enterado de los pormenores del tema, el clima fue tan agradable, un domingo tan hermoso, que muchos se dirigieron a los jardines de Kensington, aunque solo corría la segunda semana de marzo. La señora Jennings y Elinor estaban entre ellos; pero Marianne, que sabía que los Willoughby estaban de nuevo en la ciudad y vivía en constante temor de encontrarlos, prefirió quedarse en casa antes que aventurarse a ir a un lugar tan público.

      Poco después de haber llegado al parque, se les unió y siguió con ellas una íntima amiga de la señora Jennings, a la cual esta dirigió toda su conversación; Elinor no lamentó esto en absoluto, porque le permitió dedicarse a pensar tranquilamente.

      No vio ni trazas de los Willoughby o de Edward, y durante algún rato de nadie que de una u otra forma, grata o ingrata, le fuera interesante. Pero al final, y con una cierta sorpresa de su parte, se vio abordada por la señorita Steele, quien, aunque con algo de timidez, se manifestó encantada de haberse encontrado con ellas, y a instancias de la muy gentil invitación de la señora Jennings, dejó por un instante a su propio grupo para unírseles. De inmediato, la señora Jennings se dirigió a Elinor en un hilo de voz:

      —Sáquele todo, querida. A usted la señorita Steele le contará cualquier cosa con solo preguntárselo. Ya ve usted que yo no puedo dejar a la señora Clarke.

      Por suerte para la curiosidad de la señora Jennings, sin embargo, y también la de Elinor, la señorita Steele contaba cualquier cosa sin necesidad de que le hicieran preguntas, porque de otra manera no se habrían enterado de nada.

      —Me alegra tanto haberla encontrado —le dijo a Elinor, tomándola familiarmente del brazo—, porque más que nada en el mundo quería verla. —Y luego, bajando la voz—: Supongo que la señora Jennings ya sabrá todo. ¿Está enojada?

      —En absoluto, según creo, ni mucho menos.

      —Qué bien. Y lady Middleton, СКАЧАТЬ