Название: Novelas completas
Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211188
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—¡Buen Dios, querida, qué modesta es usted! A mí no me extraña nada, porque en los últimos días he pensado muchas veces que era muy probable que ocurriera.
—Usted juzgaba a partir de la benevolencia general del coronel; pero al menos no podía prever que la oportunidad se presentaría tan pronto.
—¡La oportunidad! —repitió la señora Jennings—. ¡Ah! En cuanto a eso, una vez que un hombre se ha decidido en estas cosas, se las arreglará de una u otra forma para encontrar una oportunidad. Bien, querida, la felicito de nuevo; y si alguna vez ha habido una pareja feliz en el mundo, creo que pronto sabré dónde buscarla.
—Piensa ir a Delaford tras ellos, supongo —dijo Elinor con una débil sonrisa.
—Claro, querida, por supuesto que lo haré. Y en cuanto a que la casa no sea buena, no sé a qué se referiría el coronel, porque es de las mejores que he visto.
—Decía que necesitaba algunos arreglos.
—Bien, ¿y de quién es la culpa? ¿Por qué no la arregla? ¿Quién sino él tendría que hacerlo?
Las interrumpió la entrada del criado, con el anuncio de que el carruaje ya estaba en la puerta; y la señora Jennings, preparándose de inmediato para salir, manifestó:
—Bien, querida, tengo que irme antes de haber dicho ni la mitad de lo que quería. Pero podremos conversarlo minuciosamente a la noche, porque estaremos solas. No le pido que venga conmigo, porque me imagino que tiene la mente demasiado llena para querer compañía; y, además, debe estar ansiosa de ir a contarle todo a su hermana.
Marianne había abandonado la habitación antes de que empezaran a conversar.
—Desde luego, señora, se lo contaré a Marianne; pero por el momento no se lo mencionaré a nadie más.
—¡Ah, está bien! —dijo la señora Jennings algo desencantada—. Entonces no querrá que se lo cuente a Lucy, porque pienso llegar hasta Holborn hoy.
—No, señora, ni siquiera a Lucy, si me hace el favor. Una tardanza de un día no significará mucho; y hasta que no le escriba al señor Ferrars, pienso que no hay que contarlo a nadie más. Lo haré pronto. Es importante no perder tiempo en lo que a él concierne, porque, por supuesto, tendrá mucho que hacer con su ordenación.
Este discurso al comienzo dejó totalmente perpleja a la señora Jennings. Al principio no entendió por qué había que escribirle a Edward sobre el asunto con tanto apuro. Unos momentos de reflexión, sin embargo, tuvieron como resultado una muy feliz idea, que le hizo exclamar:
—¡Ahá! Ya la entiendo. El señor Ferrars va a ser el hombre. Bien, mejor para él. Claro, por supuesto que tiene que darse prisa en tomar las órdenes; y me alegra mucho que las cosas estén tan adelantadas entre ustedes. Pero, querida, ¿no es algo inusitado? ¿No debiera ser el coronel quien le escriba? Seguro que él es la persona adecuada.
Elinor no entendió el significado de las primeras palabras de la señora Jennings, y tampoco le pareció que valía la pena aclararlo; y así, contestó solo a la parte final.
—El coronel Brandon es un hombre tan cortés, que preferiría que fuera cualquier otra persona la que le comunique sus intenciones al señor Ferrars.
—Y entonces usted tiene que hacerlo. Bueno, ¡esa sí que es una curiosa amabilidad! Pero —añadió al ver que se preparaba a escribir— no la molestaré más. Usted conoce mejor sus propios asuntos. Así que adiós, querida. Es la mejor noticia que he tenido desde que Charlotte dio a luz.
Y marchó, solo para volver de nuevo rápidamente.
—Acabo de acordarme de la hermana de Betty, querida. Estaría feliz de conseguirle un ama tan buena. Pero en verdad no sé si servirá para doncella de una dama. Es una excelente sirvienta, y maneja muy bien la aguja. Pero usted decidirá todo eso cuando lo necesite.
—Por supuesto, señora —replicó Elinor, sin escuchar mucho lo que le decían, y más deseosa de estar sola que de su cháchara.
Cómo comenzar, cómo explicarse en su nota a Edward, era todo lo que le preocupaba ahora. Las singulares circunstancias existentes entre ellos hacían difícil eso que a cualquier otra persona le habría resultado lo más fácil del mundo; pero ella temía por igual decir demasiado o demasiado poco, y se quedó pensando frente al papel, con la pluma en la mano, hasta que la interrumpió la entrada del propio Edward.
Había ido a dejar su tarjeta de despedida y se había encontrado en la puerta con la señora Jennings, cuando esta se dirigía al carruaje; y ella, tras excusarse por no regresar con él, lo había obligado a entrar diciéndole que la señorita Dashwood estaba arriba y quería hablar con él sobre un asunto muy especial.
Hacía poco Elinor había estado felicitándose en medio de sus vacilaciones, pensando que por difícil que pudiera ser expresarse adecuadamente por escrito, al menos era preferible dar información de palabra, cuando la repentina entrada de su visitante la sorprendió y turbó extraordinariamente, obligándola a un nuevo esfuerzo, quizás el mayor de todos. No lo había visto desde que se había hecho público su compromiso y, por tanto, desde que él se había enterado de que ella ya lo sabía; y esto, sumado a su conciencia de lo que había estado pensando, y a lo que tenía que decirle, la hizo sentirse especialmente incómoda durante algunos minutos. También Edward estaba confuso, y se sentaron uno frente al otro en una situación que prometía ser incómoda. Él no podía recordar si se había excusado por su entrada sin avisar en la habitación; pero, para mayor seguridad, lo hizo formalmente tan pronto pudo decir palabra, tras tomar asiento.
—La señora Jennings me informó —dijo— que usted deseaba hablarme; al menos, eso fue lo que entendí... o de ninguna manera le habría impuesto mi presencia en esta forma; aunque, al mismo tiempo, habría lamentado mucho abandonar Londres sin haberla visto a usted y a su hermana; en especial considerando que con toda seguridad transcurrirá un buen tiempo... no es probable que tenga luego el placer de verlas otra vez. Marcho a Oxford mañana.
—No se habría ido, sin embargo —dijo Elinor, recuperándose y decidida a terminar lo antes posible con aquello que tanto temía—, sin haber recibido nuestras mejores felicitaciones, aunque no hubiéramos podido ofrecérselas personalmente. La señora Jennings estaba muy en lo cierto en lo que dijo. Tengo algo importante que decirle, que estaba a punto de informarle por escrito. Me han encomendado la más grata tarea —se ahoga en la respiración—. El coronel Brandon, que estuvo aquí hace tan solo diez minutos, me ha encargado decirle que, sabiendo que usted piensa ordenarse, tiene el enorme placer de ofrecerle el beneficio de Delaford, que acaba de quedar vacante, y que tan solo desearía que fuera de mayor valor. Permítame mis parabienes por tener un amigo tan honorable y prudente, y unirme a su deseo de que el beneficio, que alcanza alrededor de doscientas libras al año, representara una suma más sustanciosa, una que le permitiera... dado que puede ser algo más que una plaza temporal para usted... en pocas palabras, una que le permitiera cumplir todos sus deseos de felicidad.
Como Edward no fue capaz de decir por sí mismo lo que sintió, difícilmente puede esperarse que otro lo diga por él. En apariencia, mostraba todo el asombro que una información tan inesperada, tan insospechada no podía dejar de producir; pero tan solo dijo estas tres palabras:
—¡El coronel Brandon!
—Sí —continuó Elinor, sintiéndose más decidida ahora que, al menos en parte, ya había pasado lo peor—; СКАЧАТЬ