Novelas completas. Jane Austen
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Название: Novelas completas

Автор: Jane Austen

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211188

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СКАЧАТЬ que la quiere muchísimo, con todas sus fuerzas. ¡No me extrañaría que sintiera la mayor de las pasiones! Y el señor Donovan opina lo mismo. Conversamos mucho con él sobre esto; y lo mejor de todo es que él volvió a Harley Street, para estar presente cuando se lo dijeran a la señora Ferrars, porque enviaron por ella apenas mis primas dejaron la casa y su cuñada estaba segura de que también ella se iba a poner histérica; y bien puede ponerse, por lo que a mí me importa. No le tengo compasión a ninguno de ellos. Nunca he conocido a gente que haga tanto jaleo por asuntos de dinero y de grandeza. No hay ningún motivo en el mundo por el que el señor Edward y Lucy no puedan casarse; estoy segura de que la señora Ferrars puede permitirse velar muy bien por su hijo; y aunque Lucy personalmente casi no tiene nada, sabe mejor que nadie cómo sacar el mayor provecho de cualquier cosa; y yo diría que si la señora Ferrars le asignara aunque fueran quinientas libras anuales, podría hacerlas lucir lo mismo que otra persona haría con ochocientas. ¡Cielos! ¡Qué cómodos podrían vivir en una casita como la de ustedes, o un poco más grande, con dos doncellas y dos criados; y creo que yo podría ayudarlos en lo de las doncellas, porque la mía, Betty, tiene una hermana sin trabajo que les vendría de perlas!

      La señora Jennings acabó su discurso, y como Elinor tuvo el tiempo necesario para ordenar sus pensamientos, pudo responder y hacer los comentarios que se suponía debía despertar en ella el asunto en cuestión. Contenta de saber que no era sospechosa de tener ningún interés particular en él y que la señora Jennings (como últimamente varias veces le había parecido ser el caso) ya no se la imaginaba encariñada con Edward; y feliz sobre todo porque no estuviera ahí Marianne, se sintió muy capaz de hablar del asunto sin amilanarse y dar una opinión imparcial, según creía, sobre la conducta de cada uno de los interesados.

      No sabía Elinor muy bien cuáles eran en verdad sus propias expectativas al respecto, aunque se esforzó empecinadamente en alejar de ella la idea de que pudiera terminar de otra forma que con el matrimonio de Edward y Lucy. Sí estaba ansiosa de saber lo que diría y como obraría la señora Ferrars, aunque no cabían muchas dudas en cuanto a su naturaleza, y más ansiosa todavía de saber cómo se comportaría Edward. Sentía bastante compasión por él; por Lucy, muy poca... e incluso le costó algo de trabajo mantener ese poco; por el resto, ninguna.

      Como la señora Jennings continuaba con el tema, muy pronto Elinor se dio cuenta que sería necesario preparar a Marianne para discutirlo. Sin pérdida de tiempo había que desengañarla, ponerla al tanto de la verdad y conseguir que escuchara los comentarios de los demás sin revelar ninguna zozobra por su hermana, y tampoco ningún resentimiento hacia Edward.

      Ardua era la tarea que debía cumplir Elinor. Iba a tener que destruir lo que en verdad creía ser el principal alivio de su hermana: dar detalles sobre Edward que temía lo harían desmerecer para siempre a los ojos de Marianne; y hacer que por el parecido entre sus situaciones, que ante la viva imaginación de ella parecería extraordinario, debiera revivir una vez más su propia desilusión. Pero ingrata como debía ser tal tarea, había que cumplirla y, en consecuencia, Elinor no la demoró.

      Lejos estaba de desear detenerse demasiado en sus propios sentimientos o de mostrar que sufría mucho, a no ser que el dominio sobre sí misma que había practicado desde el momento en que supo del compromiso de Edward le indicara que sería útil frente a Marianne. Su relato fue claro y sencillo; y aunque no pudo estar desprovisto de emoción, no fue acompañado ni de agitación violenta ni de arrebatos de dolor. Eso correspondía más a la oyente, porque Marianne escuchó todo horrorizada y lloró sin parar. Por lo general, Elinor tenía que consolar a los demás cuando ella estaba afligida tanto como cuando ellos lo estaban; y así, confortó a Marianne al ofrecerle la certidumbre de su propia tranquilidad y una vigorosa defensa de Edward frente a todos los cargos, salvo el de imprudencia.

      Pero Marianne no dio crédito durante un buen rato a ninguno de los argumentos de Elinor. Edward parecía un segundo Willoughby; y si Elinor admitía, como lo había hecho, que sí lo había amado de corazón, ¡cómo podía sentir menos que ella! En cuanto a Lucy Steele, la consideraba tan del todo despreciable, tan totalmente incapaz de atraer a ningún hombre con sentimientos, que no la iban a poder convencer primero de creer, y después de perdonar, que Edward hubiera sentido antes ningún afecto por ella. Ni siquiera admitía que hubiese sido algo normal; y Elinor abandonó sus esfuerzos, dejando que algún día la convenciera de que si así eran las cosas lo único que podía llegar a convencerla era un conocimiento más profundo del ser humano.

      En su primer intento de comunicación, no había podido ir más allá de establecer el hecho del compromiso y el tiempo que tenía de existencia. Irrumpieron entonces las emociones de Marianne, poniendo fin a todo orden en la descripción de los pormenores; y durante algunos momentos, todo lo que pudo hacerse fue calmar su aflicción, tranquilizar sus temores y combatir su resentimiento. La primera pregunta que hizo, y que abrió el camino a nuevos detalles, fue:

      —¿Y cuánto tiempo hace que lo sabes, Elinor? ¿Te ha escrito él?

      —Lo he sabido desde hace cuatro meses. Cuando Lucy fue por primera vez a Barton Park el pasado noviembre, me habló en privado de su compromiso. Ante estas palabras, Marianne expresó con sus ojos lo que sus labios no podían formular. Tras un momento de asombrado silencio, exclamó:

      —¡Cuatro meses! ¿Lo has sabido durante cuatro meses?

      Elinor lo afirmó con la cabeza.

      —¡Cómo! ¿Mientras cuidabas de mí cuando yo estaba sumida en el dolor, tu corazón cargaba con todo esto? ¡Y yo que te he echado en cara ser feliz!

      —No era bueno que en esos momentos tú supieras cuán opuesto a eso era mi sentir.

      —¡Cuatro meses! —volvió a exclamar Marianne—. ¡Y tú tan tranquila, tan alegre! ¿En qué te has sostenido?

      —En sentir que estaba cumpliendo mi obligación. Mi promesa a Lucy me imponía el secreto. Le debía a ella, entonces, evitar cualquier indicio de la verdad; y le debía a mi familia y a mis amigos evitarles una preocupación por causa mía que no estaría en mis manos solucionar.

      Lo anterior pareció sacudir fuertemente a Marianne.

      —Con frecuencia he querido sacarte a ti y a mamá del engaño —añadió Elinor—, y una o dos veces he intentado hacerlo; pero sin traicionar la confianza que habían depositado en mí, jamás las habría convencido.

      —¡Cuatro meses! ¡Y todavía lo amabas!

      —Sí, pero no lo amaba solo a él; y mientras me importara tanto el bienestar de otras personas, me alegraba ahorrarles el conocimiento de lo mucho que sufría. Ahora puedo pensar y hablar de todo ello sin afectarme demasiado. No querría que sufrieras por mi causa; porque te aseguro que yo ya no sufro mucho. Tengo muchas cosas en qué sustentarme. No creo haber causado esta desilusión con ninguna imprudencia mía y la he sobrellevado, en lo que me ha sido posible, sin pregonarla a los cuatro vientos. Absuelvo a Edward de toda conducta en esencia impropia. Le deseo mucha felicidad; y estoy tan segura de que siempre cumplirá con su deber que, aunque ahora pueda abrigar algún arrepentimiento, a la larga será feliz. Lucy no carece de juicio, y ese es el pilar sobre el que se puede construir todo lo que es bueno. Y después de todo, Marianne, después de lo fascinante que puede ser la idea de un amor único y permanente y de todo cuanto pueda ponderarse una felicidad que depende por completo de una persona en especial, las cosas no son así... no es adecuado... no es posible que lo sean. Edward se casará con Lucy; se casará con una mujer superior en aspecto e inteligencia a la mitad de las personas de su sexo; y el tiempo y la costumbre le enseñarán a olvidar que alguna vez creyó a alguna otra superior a ella.

      —Si es así como piensas —dijo Marianne—, si puede compensarse tan fácilmente la pérdida de lo que es más valioso, tu aplomo y tu dominio sobre ti misma СКАЧАТЬ