Название: Novelas completas
Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211188
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—Amor mío, se lo pediría de todo corazón, si estuviera en mi poder hacerlo. Pero acababa de decidir para mí misma pedir a las señoritas Steele que pasaran unos pocos días conmigo. Son unas jovencitas muy educadas y buenas; y pienso que les debemos esta deferencia, considerando lo bien que se portó su tío con Edward. Verás que podemos invitar a tus hermanas algún otro año; pero puede que las señoritas Steele ya no vuelvan a venir a la ciudad. Estoy segura de que te gustarán; de hecho, ya sabes que sí te gustan, y mucho, y lo mismo a mi madre; ¡y a Harry le gustan tanto!
El señor Dashwood se dio por vencido. Entendió la necesidad de invitar a las señoritas Steele de inmediato, mientras la decisión de invitar a sus hermanas algún otro año tranquilizaba su conciencia; al mismo tiempo, sin embargo, tenía la perspicaz sospecha de que otro año haría innecesaria la invitación, ya que traería a Elinor a la ciudad como esposa del coronel Brandon, y a Marianne como huésped de ellos.
Fanny, regocijándose por su forma de escurrir el bulto y orgullosa del rápido ingenio que se le había facilitado, le escribió a Lucy la mañana siguiente, rogándole su compañía y la de su hermana durante algunos días en Harley Street apenas lady Middleton pudiera prescindir de ellas. Ello fue suficiente para hacer a Lucy verdadera y razonablemente feliz. ¡La señora Dashwood parecía estar personalmente disponiendo las cosas en su favor, alimentando sus esperanzas, favoreciendo sus intenciones! Una ocasión tal de estar con Edward y su familia era, por sobre todas las cosas, de importancia decisiva para sus intereses; y la invitación, lo más grato que podía haber para sus sentimientos. Era una ocasión frente a la cual todo agradecimiento parecía mísero, e insuficiente la velocidad con que se la aprovechara; y respecto de la visita a lady Middleton, que hasta ese momento había tenido límites difusos, de súbito se descubrió que siempre había estado pensada para terminar en dos días más.
Cuando a los diez minutos de haberla recibido le mostraron a Elinor la nota, debió compartir por primera vez parte de las expectativas de Lucy; tal muestra de desacostumbrada cortesía, dispensada a tan poco tiempo de conocerse, parecía anunciar que la buena voluntad hacia Lucy se originaba en algo más que una mera rabia hacia ella, y que el tiempo y la cercanía podrían llegar a favorecer a Lucy en todos sus deseos. Sus adulaciones ya habían subyugado el orgullo de lady Middleton y encontrado el camino hacia el frío corazón de la señora de John Dashwood; y tales resultados ampliaban las probabilidades de otros mayores aún.
Las señoritas Steele se mudaron a Harley Street, y todo cuanto llegaba a Elinor sobre su influencia allí la hacía estar más en guardia del evento. Sir John, que las visitó más de una vez, trajo noticias asombrosas para todos sobre el favor en que se las tenía. La señora Dashwood nunca en toda su vida había encontrado a ninguna joven tan simpática como a ellas; le había regalado a cada una un acerico, hecho por algún emigrado; llamaba a Lucy por su nombre de pila, y no sabía si alguna vez iba a poder separarse de ellas.
Joseph Bonomi (1739—1808), arquitecto, miembro de la Royal Academy.
Capítulo XXXVII
La señora Palmer se encontraba tan bien al término de dos semanas, que su madre sintió que ya no era necesario ocuparse de ella todo el día; y contentándose con visitarla una o dos veces durante la jornada, así dio fin a esta etapa para volver a su propio hogar y a sus propios hábitos, encontrando a las señoritas Dashwood muy dispuestas a retomar la parte que habían desempeñado en ellos.
Al tercer o cuarto día tras haberse reinstalado en Berkeley Street, la señora Jennings, que acababa de regresar de su visita cotidiana a la señora Palmer, entró con un aire de tan urgente importancia en la sala donde Elinor se encontraba a solas, que esta se preparó para escuchar algo prodigioso; y tras haberle dado solo el tiempo necesario para formarse tal idea, comenzó de inmediato a fundamentarla diciendo:
—¡Cielos! ¡Mi querida señorita Dashwood! ¿Supo la noticia?
—No, señora. ¿De qué se trata?
—¡Algo tan extraño! Pero ya le contaré todo. Cuando llegué a casa del el señor Palmer, encontré a Charlotte armando todo un alboroto en torno al niño. Estaba segura de que estaba muy enfermo: lloraba y estaba incómodo, y estaba todo cubierto de granitos. Lo examiné entonces de cerca, y “¡Cielos, querida!”, le dije. “No es nada, solo un sarpullido”, y la niñera opinó lo mismo. Pero Charlotte no, ella no estaba satisfecha, así que enviaron por el señor Donovan; y por suerte acababa de llegar de Harley Street, así que fue enseguida, y apenas vio al niño dijo lo mismo que nosotras, que no era nada sino un sarpullido, y así Charlotte se tranquilizó. Y entonces, justo cuando se iba, me vino a la cabeza, y no sé cómo se me fue a ocurrir pensar en eso, pero se me vino a la cabeza preguntarle si había alguna noticia. Y entonces él puso esa sonrisita afectada y tonta, y fingió todo un aire de gravedad, como si supiera esto y lo otro, hasta que al fin susurró: “Por temor a que algún informe desagradable llegara a las jóvenes bajo su cuidado sobre la indisposición de su cuñada, creo aconsejable decir que, en mi opinión, no hay motivo de alarma; espero que la señora Dashwood se recupere totalmente”.
—¡Cómo! ¿Está enferma Fanny?
—Es lo mismo que yo le dije, querida. “¡Cielos!”, le dije. “¿Está enferma la señora Dashwood?”. Y allí salió todo a la luz; y en pocas palabras, según lo que me pude enterar, parece ser esto: el señor Edward Ferrars, el mismísimo joven con quien yo solía hacerle a usted bromas (aunque, como han resultado las cosas, ahora estoy contentísima de que ciertamente no hubiera nada de eso), el señor Edward Ferrars, al parecer, ¡ha estado comprometido desde hace más de un año con mi prima Lucy! ¡Ahí tiene, querida! ¡Y sin que nadie supiera ni una palabra del asunto, salvo Nancy! ¿Lo habría creído posible? No es en absoluto extraño que se gusten, ¡pero que las cosas avanzaran tanto entre ellos, y sin que nadie lo sospechara! ¡Eso sí que es extraño! Jamás llegué a verlos juntos, o con toda seguridad lo habría descubierto enseguida. Bueno, y entonces mantuvieron todo esto muy en secreto por temor a la señora Ferrars, y ni ella ni el hermano de usted ni su cuñada sospecharon nada de todo el asunto... hasta que esta misma mañana, la pobre Nancy, que, como usted sabe, es una criatura muy bien intencionada, pero nada en el terreno de las conspiraciones, lo soltó todo. “¡Cielos!”, pensó para sí, “le tienen tanto cariño a Lucy, que seguro no se opondrán a ello”; y así, vino y se fue a casa de su cuñada, señorita Dashwood, que estaba sola bordando su tapiz, sin imaginar lo que se le venía encima... porque acababa de decirle a su hermano, apenas hacía cinco minutos, que pensaba armarle a Edward un casamiento con la hija de algún lord, no me acuerdo cuál. Así que ya puede imaginar el golpe que fue para su vanidad y orgullo. En seguida le dio un ataque de histeria, con tales gritos que hasta llegaron a oídos de su hermano, que se encontraba en su propio gabinete abajo, pensando en escribir una carta a su mayordomo en el campo. Entonces corrió escaleras arriba y allí ocurrió una escena terrible, porque para entonces se les había unido Lucy, sin soñar siquiera lo que ocurría. ¡Pobre criatura! Lo siento por ella. Y créame, pienso que se comportaron muy duros; su cuñada la reprendió hecha un basilisco, hasta hacerla desmayar. Nancy, por su parte, cayó de rodillas y lloró amargamente; y su hermano se paseaba por la habitación diciendo que no sabía cómo obrar. La señora Dashwood dijo que las jóvenes no podrían quedarse ni un minuto más en la casa, y su hermano también tuvo que arrodillarse para convencerla de que las dejara al menos hasta que hubiesen hecho el equipaje. Y entonces ella tuvo otro ataque de histeria, y él estaba tan asustado que mandó a buscar al señor Donovan, y el señor Donovan encontró la casa toda hecha un manicomio.
El carruaje estaba listo en la puerta para llevarse a mis pobres primas, y justo estaban subiendo cuando él salió; la pobre Lucy, me contó, se encontraba en tan malas condiciones que apenas podía caminar; y Nancy estaba casi igual de mal. Déjeme decirle СКАЧАТЬ