Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Pablo González Casanova
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СКАЧАТЬ es de por sí una definición, y que aclara aún más el artículo 73 de la Carta de las Naciones Unidas al decir que son “territorios cuyos habitantes no han alcanzado totalmente a gobernarse a sí mismos”. En las asambleas de las Naciones Unidas, distintas delegaciones han procurado precisar este apunte de definición. La delegación de Estados Unidos hizo una contribución que puede tener cierto valor empírico… Según observó, el término, tal y como se usa en la Carta, “parece poderse aplicar a cualquier territorio administrado por un miembro de las Naciones Unidas, que no goce en la misma medida que el área metropolitana de un gobierno propio”.[9] La delegación francesa señaló tres hechos que debían ser considerados para definir una colonia: “la dependencia en relación con un Estado miembro; la responsabilidad ejercida por ese Estado en la administración del territorio, y la existencia de una población que no ha logrado completamente gobernarse a sí misma”. La delegación soviética sugirió que “los territorios sin gobierno propio son todas aquellas posesiones, protectorados o territorios que no se gobiernan a sí mismos y cuyas poblaciones no participan en la elección de los más altos cuerpos administrativos”. La India declaró que “los territorios que no se gobiernan a sí mismos se pueden definir y pueden incluir a todos aquellos territorios en que los derechos de sus habitantes, su estatus económico y sus privilegios sociales son regulados por otro Estado”. Egipto hizo ver que el factor determinante

      Ahora bien, si tomamos todas estas observaciones sobre el fenómeno colonial para elaborar una definición, que surja de la propia arena política, vemos que la colonia es a) un territorio sin gobierno propio; b) que se encuentra en una situación de desigualdad respecto de la metrópoli, donde los habitantes sí se gobiernan a sí mismos; c) que la administración y la responsabilidad de la administración conciernen al Estado que la domina; d) que sus habitantes no participan en la elección de los más altos cuerpos administrativos, es decir, que sus dirigentes son designados por el país dominante; e) que los derechos de sus habitantes, su situación económica y sus privilegios sociales son regulados por otro Estado; f) que esta situación no corresponde a lazos naturales sino “artificiales”, producto de una conquista, de una concesión internacional, y g) que sus habitantes pertenecen a una raza y a una cultura distintas de las dominantes, y hablan una lengua también diferente.

      Todas estas características, con excepción de la última, se dan, en efecto, en cualquier colonia. La última no se da siempre, aunque sí en la mayoría de los casos. En efecto, como excepciones se pueden señalar las antiguas colonias que formarían más tarde los Estados Unidos de Norteamérica, o Argentina, Canadá o Australia. Sin embargo, aun en esos casos los colonos vivieron cerca de poblaciones nativas con una raza y una cultura distintas, a las que no emplearon en el trabajo de la colonia y que desalojaron de sus territorios o exterminaron. Y si no emplearon en el trabajo de la colonia a los nativos, la importación de negros y de la cultura negra produjo efectos similares a las relaciones de dominio de colonias más típicas, en el sentido moderno de la palabra.

      Esta definición no es, sin embargo, suficiente para analizar lo que es una colonia. Por una parte se trata de una definición jurídico-política, formalista, cuyos atributos pueden estar ausentes, sin que en realidad desaparezca la situación colonial, por lo que pueden escapar de su análisis fenómenos tan importantes como el neocolonialismo. Por otra, no permite el análisis estadístico del colonialismo como una verdadera variable, un análisis dinámico que vaya de la estructura “colonial” a la estructura independiente y que mida los distintos grados de coloniaje o de independencia. Y lo que es más grave: deja fuera el objeto del dominio, la función inmediata y más general que cumple ese dominio de unos pueblos por otros, y la forma como funciona ese dominio.

      Siempre que hay una colonia se da, en efecto, una condición de monopolio en la explotación de los recursos naturales, del trabajo, del mercado de importación y exportación, de las inversiones, de los ingresos fiscales. No se trata de una afirmación tautológica. El país dominante ejerce el monopolio de la colonia, impide que otros países exploten sus recursos, su trabajo, su mercado, sus ingresos. El monopolio se extiende al terreno de la cultura y la información. La colonia queda aislada de otras naciones, de su cultura y su información. Todo contacto con el exterior y con otras culturas se realiza por medio de la metrópoli. Cuando el dominio colonial se extiende y fortalece es porque se extiende y fortalece el monopolio económico y cultural. La política colonialista —como ha observado Myrdal— consiste precisamente en reforzar el monopolio económico y cultural mediante el dominio militar, político y administrativo.

      En esas condiciones se puede abordar el estudio del colonialismo y la dependencia, por el monopolio que un país ejerce sobre otro. En la medida en que éste se acentúa, se acentúa el coloniaje, y viceversa. Es este monopolio el que permite explotar irracionalmente los recursos de la colonia, vender y comprar en condiciones de desigualdad permanente, privando al mismo tiempo a otros imperios de los beneficios de este tipo de relaciones desiguales, y privando a los nativos de los instrumentos de negociación en un plan igualitario, de sus riquezas naturales y de una gran parte del rendimiento de su trabajo.