Название: Italia oculta
Автор: Giuliano Turone
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная прикладная и научно-популярная литература
Серия: Serie Derecho
isbn: 9788498798180
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»Cuanto más hablaba, más se acaloraba. Aquellas noticias no me decían absolutamente nada, antes bien, me parecía normal que se hicieran transacciones comerciales también en aquel sector. Se lo dije tímidamente a Cantore y él, lapidario, me respondió con rabia: ‘No entiendes nada… ¿no te das cuenta de que quien controle los diarios y la información estará en condiciones de controlar el país y de hacer de él lo que quiera?’.
»Inmediatamente capté el mensaje, que me impresionó. Desde entonces, las palabras de Cantore se me quedaron grabadas… una especie de quemazón.
»Tomé al instante la decisión de intervenir todo. Solo los sucesivos desarrollos del servicio me librarían de una tan pesada responsabilidad.
»Instruí al mariscal De Santis acerca del planteamiento del atestado y le indiqué que había que comenzar a relacionar la documentación hallada hasta ese momento en la valija y en el escritorio de Gelli considerada interesante aunque —en apariencia— sin relación con el auto judicial.
»Mientras tanto, los dos agentes que se dirigieron a la Socam habían vuelto.
»En este momento, la señora Venturi solicitó autorización para dirigirse al vestíbulo para ver a una persona, por motivos de trabajo. Tomó el bolso y salió. Oportunamente suspendimos el registro y salimos del despacho con ella para continuar a su regreso.
»La secretaria ya había pedido una o dos veces salir para telefonear o ir al baño sin coger el bolso. Invitada por mí a hablar desde el teléfono del despacho, respondía que era el del comendador, que tenía que permanecer siempre libre y prefería no usarlo.
»Esta vez el bolso estaba en su poder, y De Santis se activó. La siguió al vestíbulo, donde la vio hablar con un señor al que trató de entregar algo sacado del bolso. El mariscal, de cuya presencia aquella no se había percatado, la bloqueó al instante y se apoderó del objeto del que trataba de desprenderse. Eran las llaves de la caja fuerte. Nervioso, el agente invitó a los dos a trasladarse al despacho de Gelli, y volvimos a abrirlo apenas llegaron.
»Identificado el señor, resultó ser el director de un banco vecino. Le interrogué y le dejé marchar una vez se justificó diciendo no saber por qué la señora Venturi había salido a su encuentro y tampoco qué es lo que quería entregarle.
»Telefoneé al mayor Lombardo para informarle del hallazgo de la llave de la caja fuerte, advirtiéndole de que probablemente había en ella documentación que tuviera que ser intervenida. Me tranquilizó diciéndome más o menos: ‘Juzga tú. Sabes lo que debes hacer, y estate tranquilo’.
»Abrimos la caja fuerte.
»Más sobres sellados, algunos de nuevo con referencias al Grupo Rizzoli.
»Entre otras cosas, contenía una especie de registro en el que figuraba el nombre de los inscritos en la logia P2 y un cierto número de carpetas sectoriales (relativas al mundo financiero, carabineros, policía, banqueros, etc.) con los correspondientes nombres y apellidos.
»Es claro que mi atención fue atraída de inmediato por la carpeta Finanza [GF], que contenía muchos nombres de altos oficiales. Constaté con alivio que ni el coronel Bianchi ni el mayor Lombardo figuraban entre ellos. En cambio, estaban, entre otros, los nombres del comandante general de la GF, del general del cuerpo armado Orazio Giannini, y el del jefe de Estado Mayor, que, me parece, era el general Donato Lo Prete.
»Estaba impresionado. También en las otras carpetas figuraban los vértices de las respectivas administraciones o sectores de pertenencia, y comencé a preocuparme. Nunca había imaginado una semejante concentración de poder. De todos modos, indiqué al mariscal De Santis que continuase relacionando la documentación, incluida la de la caja fuerte.
»Se produjo un hecho extraño. Había dicho al agente Voto que ayudase a sus colegas a ordenar la documentación y la señora Venturi se opuso enérgicamente objetando que él, por su rango, no podía acceder a las noticias contenidas en los documentos, debido a la falta de cualificación.
»Quedé pasmado, preguntándome qué es lo que teníamos entre manos, pues por formación profesional y cultural, no estaba en condiciones de valorarlo en su alcance. Ciertamente, imaginaba que la masonería era poderosa: leyendo la relación de nombres no era como para estar alegres y nosotros éramos simples suboficiales.
»Comencé a preocuparme seriamente, pero siempre con la determinación de intervenir todo.
»Hice saber a la señora Venturi que el agente podía actuar sin problema porque estaba bajo mi autoridad, y yo era un oficial de policía judicial así como el responsable de la dirección del registro.
»Le dije que la documentación iba a ser intervenida y que, por tanto, la protesta era completamente inútil.
»Se molestó y replicó más o menos así: ‘No pueden llevarse de aquí esta documentación, me preocupa cómo vaya a tomárselo el comendador. Les advierto que es un hombre poderoso, sepan bien lo que está haciendo’. Eran palabras sin rencor, más de consejo que de advertencia o amenaza.
»Le respondí simplemente que yo estaba cubierto por la confianza que tenía en mis superiores directos y, sobre todo, en los magistrados instructores de la causa, ‘de otro modo, Dios nos asista’.
»Visto que la señora estaba sobre todo confundida, le aconsejé descargarse de la responsabilidad delegando en un letrado, ciertamente más cualificado para intervenir en la diligencia en curso.
»Aceptó la sugerencia y telefoneó desde el mismo local. El abogado llegó casi dos horas más tarde.
»También yo sentí la necesidad de aligerar mi responsabilidad y telefoneé al comando. Me respondió de nuevo el mayor Lombardo, al que dije haber abierto la caja fuerte y que consideraba oportuno que él mismo o el coronel estuvieran presentes. Me dijo que estaban muy ocupados, que estuviera tranquilo y que procediese según mi criterio. Entonces le pedí que me pasase al coronel Bianchi, al que simplemente dije: ‘No puedo ser más explícito… por favor… debe venir usted mismo’. Ninguna duda: ‘Actúe según su criterio, llego en diez minutos’, respondió.
»Podían ser las 14 horas y sentí verdadero alivio.
»El comandante llegó enseguida, acompañado del mayor. Salí a su encuentro y les dije que en la documentación figuraban nombres de personajes importantes, entre ellos, el de nuestro comandante general.
»Una vez en el despacho les hice ver el listado con los diversos inscritos en la logia y, obviamente, las carpetas sectoriales y la restante documentación.
»Estábamos de pie, con el listado sobre la mesa. El coronel recorría los nombres y, en cierto momento, comenzó a decir: ‘Carluccio… están todos… están todos… están todos…’. No entendía y le pregunté si la cosa era importante. ‘Importantísima’, respondió. Insistí: ‘¿Pero quiénes son esos todos’. ‘Los servicios secretos’, fue la respuesta.
»En aquel momento llegó СКАЧАТЬ