Italia oculta. Giuliano Turone
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СКАЧАТЬ Entre ellos también el comandante de la GF Orazio Giannini y el jefe de Estado Mayor Donato Lo Prete.

      La columna de autos que traslada a Milán los materiales intervenidos, con las listas de los 963 nombres de individuos, muchos, situados en los vértices de la República, parece una acción de guerra. El Fiat Ritmo, con los documentos, marcha en medio de dos Alfetta solicitadas al comando de la GF: a bordo de cada una, cuatro soldados armados de metralleta.

      Pocos lo saben, aunque la noticia comienza a circular. Gelli, el gran custodio —Turone, que ama a Dante, escribe que podría ser Cerbero, el monstruo de tres cabezas, Gerión, la fiera de la cola afilada, Pluto con su voz bronca— preocupado, pasa de inmediato al contraataque y, poco después, en el aeropuerto de Fiumicino, hace encontrar, escondido de mala manera en el fondo de una maleta de su hija, el «Plan de resurgimiento democrático». Un plan subversivo. Amenaza y advertencia. Golpismo rastrero.

      ¿Por qué tanto espacio a la logia en el prólogo a este libro de Turone, rico de hechos y de personajes? Porque la P2 es «la metástasis de las instituciones», el corazón, la madrastra perversa, portadora de casi todas las iniquidades de aquellos años. Se hace presente de continuo con sus nombres de poderosos y subordinados que obedecen órdenes, aunque sean criminales. La pérdida de la dignidad y del respeto civil son la norma. Impresionan ciertos hechos que pueden parecer menores. Gelli que convoca en su Villa Wanda a un alto magistrado, Carmelo Spagnuolo, fiscal jefe ante la Corte de Apelación de Roma; al general Giovanbattista Palumbo, comandante de la División de Carabineros Pastrengo de Milán; al general Franco Picchiotti, comandante de la División de Carabineros de Roma; al general Luigi Bittoni, comandante de la Brigada de Carabineros de Florencia; a dos coroneles. El venerable tiene prisa y los hombres de la República acuden prontos a escuchar al oráculo. Estamos en 1973 —escribe el «Informe Anselmi»—, el peligro es el avance del Partido Comunista (PCI) tras las elecciones de 1976, el referéndum, el divorcio, el aborto. Se contempla entonces la hipótesis de un gobierno presidido por Carmelo Spagnuolo. Gelli parece un jefe de Estado Mayor General que da las órdenes a los subordinados para que las transmitan a los de menor graduación.

      Sus nombres están todos en las listas de la P2 y reaparecen en muchas ocasiones. El del general Giovanbattista Palumbo obliga a Giuliano Turone, siempre comedido, atento al significado de las palabras, a usar los adjetivos «temible y francamente malvado». («El innoble crimen de la agresión sexual a la actriz Francesca Rame, ideado y ordenado por la mente perversa del general Palumbo», partió de la «Pastrengo» en 1973).

      El comando de la división Pastrengo, en via Marcora, en Milán, en los alrededores de la plaza de la República, es en aquellos años un lugar siniestro. Todos los hombres del Estado Mayor del general están inscritos en la P2. Verdadero y propio grupo de un poder malsano, refiere el coronel Nicolò Bozzo, una persona recta, fiel a la República.

      El general Palumbo es un apasionado cazador de adhesiones a la logia, le gusta asistir a la iniciación de nuevos hermanos en el Hotel Excelsior, en Roma. Según el «Informe Anselmi», está en estrecho contacto con el general Musumeci, secretario general del Servicio Secreto Militar (SISMI). Es también un enemigo acérrimo del general Carlo Alberto dalla Chiesa. Probablemente por celos, le teme y le hace todo el daño que puede.

      Dalla Chiesa es un hábil oficial, participó en la Resistencia, luego, en 1948, capitán en Sicilia, arrestó a los asesinos de Placido Rizzotto, el secretario de la Cámara del Trabajo de Corleone, que actuaron a las órdenes de Luciano Liggio. De nuevo en Sicilia en los años setenta, al mando de la Legión de Palermo, hizo detener y confinar a mafiosos del rango de Frank Coppola y Gerlando Alberti. Volvió al Norte, general, al mando de la Brigada de Turín. Eran los años del terrorismo y Dalla Chiesa fue designado por el ministro Taviani para constituir una sección de policía judicial antiterrorista. En 1974, un gran golpe: detiene a Renato Curcio y a Alberto Franceschini, jefes históricos de las Brigadas Rojas.

      No obstante los éxitos obtenidos, quizá por estos, fue dejado aparte. Palumbo había llegado a ser vicecomandante del Arma de Carabineros y —la relación es evidente— la sección antiterrorista de Dalla Chiesa fue disuelta. Los miembros de la P2 de la División Pastrengo ganaron la partida. Pobre Italia. Dalla Chiesa pasó a la situación de «disponible», para que no pudiera hacer nada. Mientras la sangre vertida por el terrorismo corre por las calles, se le hace responsable de la coordinación de los servicios de vigilancia de los institutos de prevención y pena de máxima seguridad.

      Italia oculta da cuenta detallada del intento de los entonces jefes de la P2, de afiliar a la logia a Carlo Alberto dalla Chiesa, hombre en crisis. Es una trampa para tratar de chantajear al general que incomoda a los integrantes de aquella. El plan fracasa.

      El libro de Turone, que a veces en su indagación vuelve a ser el juez instructor del pasado, es rico en noticias, observaciones, juicios sobre aquellos años de conflictos científicamente verificados. No ofrece revelaciones, la novedad está en el análisis de conjunto y comparado de un cúmulo de hechos atroces, madurados en un mundo oculto, que no han llegado a ser justiciables; ocultos, exactamente.

      Es interesante analizar lo sucedido en aquellos momentos con los ojos del presente, en una sociedad como la nuestra, distraída, pasiva. Los ejemplos de entonces no faltan. La Sección Especial Anticrimen de la División Pastrengo era pilotada por los hombres de la P2. Después, en 1978, por iniciativa del ministro Virginio Rognoni, que creó un núcleo especial antiterrorista, reapareció el general Dalla Chiesa. En esa ocasión, la Italia limpia venció a la Italia fiel al «discreto encanto del poder oculto».

      El 1 de octubre de aquel año, el año de Moro, el general irrumpió en la guarida brigadista de via Monte Nevoso, donde estaba el archivo de las BR. En una carpeta azul se hallaron 49 folios mecanografiados del «Memorial Moro». (En 1990, de un escondrijo bajo una ventana de aquella casa salieron —en fotocopia— 245 folios del mismo «Memorial Moro»).

      Un gran embrollo. Turone hace de guía.

      Continuamente se encuentra con la P2. En los tiempos del secuestro de Moro, todos o casi todos los asesores del ministro Cossiga están inscritos en la logia. Después, los misterios, grandes y pequeños, se acumulan. ¿Cómo es posible que Mario Moretti, el ambiguo jefe de las BR, hubiera usado una impresora del SISMI para elaborar los panfletos de la organización estampados luego en una tipografía romana? ¿Cómo pudo ocurrir que un arsenal de armas de la Banda de la Magliana, usadas para matar, hubiera estado escondido en un sótano del Ministerio de Sanidad? ¿Solo por la responsabilidad de los empleados corruptos?

      Pero en el libro se recuerdan casos más graves. Andreotti y la mafia. Es un lugar común que el siete veces presidente del Gobierno fue absuelto en el proceso de Palermo de 1995. Acusado de asociación mafiosa, fue absuelto por los hechos posteriores a 1980, pero, por los anteriores, lo que hubo fue prescripción del delito, del reconocido responsable que, debido al paso del tiempo, no pudo ser condenado. ¿Por qué duró tanto su connivencia con la mafia, padrinos Lima, el lugarteniente, y los primos Salvo, y por qué se acabó la connivencia? Porque, probablemente, Andreotti estaba ligado a la familia mafiosa de Bontade e Inzerillo, que en los años ochenta perdieron poder y fueron asesinados por los corleoneses de Liggio, vencedores de las guerras de mafia. Y Andreotti estaba unido a los perdedores. Cosas de Cosa Nostra.

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