Название: Relatos de un hombre casado
Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Relatos de un hombre casado
isbn: 9788468680941
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Imagino que, al ver mi cara, no sé si de sorpresa, de miedo o que, no insistió más y regresó a su ducha.
Viéndolo a la distancia, yo podría haber aceptado su juego y quien sabe cómo hubiese terminado la situación, pero no lo hice.
Terminamos de ducharnos y fuimos hacia los bancos para vestirnos. Era una situación nueva en la que me sentía confundido y extraño. Ciertamente, no era la primera vez que estaba en bolas en un vestuario al lado de otro o de otros tipos, pero si era la primera vez que en la que estaba con un tipo con el que ya había cojido, al que podía tocar, al que tenía acceso; un flaco con quien me interesaba tener sexo nuevamente y fundamentalmente, con el que me estaba sucediendo algo que iba más allá de lo físico.
Estaba tentado por franelearle el pecho cubierto por cortos pelos rubios y estuve a punto de hacerlo; me detuvo el ingreso de cuatro flacos que habían terminado de jugar y que, sin prejuicios, comenzaban a desvestirse para quedar en pelotas frente a nosotros y con total desparpajo, caminaron desnudos hacia las duchas, haciendo bromas entre ellos, toqueteándose los glúteos, unos a otros y haciendo comentarios sobre sus miembros.
Ese tipo de jueguito entre hombre “heterosexuales” siempre me habían provocado un morbo muy especial y aunque no lo había experimentado, sospeché que quizá, a veces, lo que comenzaba como un jueguito entre amigos, pudiese terminar en una situación más picante.
Mi pija, estimulada por lo que estaba viendo y por mi imaginación, estaba comenzando a reaccionar, por lo que me apresuré a vestirme. Terminamos de cambiarnos, salimos del vestuario y caminamos hacia la confitería.
–Boludo, mirá si entraban estos flacos unos minutos antes –dije, haciendo referencia al momento en el que Patricio se había metido en mi ducha.
–Y bueno, los invitábamos a ellos también y quizá salía una fiestita –respondió Patricio, riendo.
–Que buenos que están los dos morochos peludos –dije.
–Sí, lindos… no sé qué haces conmigo que soy blanco y con poco pelo –dijo Patricio.
–No sé, la verdad es que yo tampoco sé… aunque, en verdad, pelos tenés, solo que sos tan blanco que no se te ven bien –respondí.
Nos sentamos bajo una sombrilla y pedimos algo fresco para hidratarnos, mientras que manteníamos una amena conversación. El sol comenzaba a esconderse tras la copa de los árboles, lo que indicaba que el encuentro pronto concluiría. Saqué la billetera del bolso para pagar, pero Patricio se adelantó y no me permitió hacerlo.
–¿Cómo seguimos? –pregunté, mientras que caminábamos hacia los autos.
–No sé… vos sos casado, yo soltero –respondió.
–¿Entonces? –pregunté, entendiendo perfectamente lo que me quería decir.
–Mirá Gonza, realmente me caés muy bien y lo paso bárbaro con vos, pero no quiero meterme en una historia que nos terminará conduciendo hacia ningún lado –respondió Patricio.
Permanecí mirándolo sin responder. Sus palabras me habían pegado como roca. Yo, sin entenderlo, sin proponérmelo y mucho menos, deseándolo, estaba en caída libre hacia una situación desconocida y perturbante. Obviamente, Patricio veía el panorama mucho más despejado que yo y tenía muy claro que hacer.
Imagino que al ver mi cara y por piedad, finalmente dijo.
–Hagamos una cosa… yo el lunes viajo nuevamente y no estaré durante toda la semana, nos mantenemos en contacto y vemos que hacemos, ¿ok? –dijo.
–Ok –respondí.
Nos saludamos y cada uno ingreso a su auto.
Regresé a casa con la cabeza partida al medio, intentando disimular mi estado de ánimo frente a mi mujer, quien, obviamente, poco podría haber comprendido lo que me estaba sucediendo.
Llegó nuevamente el lunes y Patricio no apareció, tampoco el martes ni el miércoles… Desde la ventana del escritorio, veía pasar los aviones que se dirigían y que provenían de aeroparque; pensaba si Patricio quizá estuviese en alguno de ellos. Me costaba concentrarme, perdiéndome por momentos en mis pensamientos, recordando lo que habíamos compartido, que tampoco habían sido muchos.
Llegó nuevamente el fin de semana y Patricio jamás se contactó. Podría haberlo hecho, al menos cinco minutos, como para combinar un nuevo encuentro para su regreso.
En mi interior, supuse que su desaparición había sido ex- profeso, que más allá del escaso tiempo libre que le pudiesen dejar sus actividades, seguramente, lo que buscaba era generar distancia. Sabía que era cuestión de tiempo; para contactarse conmigo o con quien fuese, tarde o temprano volvería a conectarse en Messenger y lo vería online.
Comenzó nuevamente la semana y nada sucedió. El miércoles, ya sin esperarlo, lo vi en línea e hice un enorme esfuerzo como para no tomar la iniciativa. Me contuve, deseando que me abriese una ventana de chat. Eran las seis de la tarde y estaba a punto de apagar la computadora, cuando por fin lo hizo.
–¿Cómo va? –preguntó.
–Qué haces… –escribí, fríamente.
¿Eso solo? –preguntó Patricio.
–Y ¿qué querés que te diga? –respondí, cual novio despechado.
–Tuve una semana de locos –escribió Patricio.
–¿Mucho trabajo en tu viaje? –pregunté.
–Mucho trabajo, pero finalmente, no viajé –escribió.
Su comentario me hizo enojar aún más… No solo no se había contactado, sino que ni siquiera había viajado y yo había estado como un idiota mirando los avioncitos por la ventana.
Era consciente de que mi actitud estaba lejos de ser la de una persona adulta y comprometida… me estaba comportando cual adolescente caprichoso.
–¿Viste el avión que se estrelló al despegar la semana pasada?, yo estaba en el de atrás, esperando en la pista y obviamente, se cerró aeroparque, por lo que no pude viajar –escribió Patricio.
Había ocurrido un accidente muy feo en aeroparque; un avión se había estrellado al despegar y mucha gente había muerto.
–Uy, qué feo –escribí.
–Sí, realmente muy feo, una situación horrible… Regresé a casa y toda la semana con video conferencias –escribió Patricio.
Dejé que me contase todo lo que quisiera y sin hacer muchas preguntas. Sospecho que debe haber sido bastante traumático el estar arriba de un avión a punto de despegar y enterarse de que el que hacía solo minutos había estado en la pista, delante del suyo, fatalmente, se había estrellado.
–¿Estás bien? –pregunté.
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