Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón
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Название: Relatos de un hombre casado

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Relatos de un hombre casado

isbn: 9788468680941

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СКАЧАТЬ comencé a reírme solo. Estaba claro que Fausto tenía unas ganas incontrolables de garchar con un macho. Había logrado elevar su temperatura al punto de volverlo loquito. Que se hubiese ido hasta Puerto Madero, regresar hasta zona norte para encontrarse conmigo y luego tener que volver a su trabajo… Imagino que solo estando muy pero muy al palo haría algo así.

      Dejé de tocarme la pija y busqué los horarios de los trenes para calcular aproximadamente a qué hora debería ir a buscarlo a la estación. Haciendo un poco de tiempo, comencé a leer los mensajes que me habían enviado otros contactos, respondí alguno de ellos, otros que no me interesaban los eliminé, hasta que, finalmente, agarré las llaves del auto, la billetera y salí camino hacia a la estación.

      Esperé en el andén mano hacia el norte. Llegó el primer tren y Fausto no bajó; no me preocupé, ya que no tenía certeza sobre el tren que había tomado… Pasaron quince minutos y otro tren arribó al andén. Fausto bajaba del último vagón y comenzaba a caminar hacia mí.

      –Hola, buen día –dijo, sin darme siquiera un beso.

      –Buen día, ¿vamos? –respondí.

      Caminamos hacia el auto, subimos y emprendimos viaje hacia mi departamento, haciendo una escala frente a un kiosco, en el que Fausto bajó para comprar una caja de preservativos. Seguimos viaje, llegamos al edificio y subimos directo de la cochera al departamento.

      Ingresamos a mi departamento, Fausto se quitó los lentes y los dejó sobre la mesa ratona; me di cuenta que era la primera vez que lo veía frente a frente sin anteojos. Hermosos ojos color avellana, que completaba el combo mortal.

      Sin mediar palabra, comenzó a desvestirse en el living. Se quitó la camisa, espalda ancha, panza chata, bien natural, bíceps marcados, sin trabajo exagerado; se quitó el pantalón y quedo en bóxer estampado, mostrando sus patas peludas, no exageradamente peludas, lo necesario. Se bajó el bóxer y no pude creer lo que estaba viendo, no podía ser… Una morcilla enorme, divina. Sentí cierto odio y envidia… este flaco no podía haber sido favorecido de esa manera, físicamente no tenía fisuras, era un Adonis impecable e incomparable.

      Pensé en lo hija de puta que había sido su mujer al enganchárselo… lo que se comía, lo que tenía a disposición diariamente; ciertamente, debería ser una yegua hermosa como para haberse casado con este tipo; recordé lo que me había contado Fausto e imaginé la mamada que esa yegua le había pegado la noche anterior bajo el escritorio. La imaginé muy pero muy puta, seguramente, lo atendería muy bien y no era para menos. De tenerlo a mi disposición todos los días, sin lugar a dudas, los hubiese dejado demacrado y falto de proteínas…

      Además, a semejante ejemplar había que cuidarlo y mantenerlo contento, porque las mujeres deberían acecharlo.

      Fuimos hacia el dormitorio y Fausto, que ya estaba completamente desnudo, se acostó boca arriba.

      Fui hacia el baño a buscar un frasco de lubricante y regresé al cuarto.

      –¿Que querés hacer con eso? –preguntó.

      Su pregunta me desconcertó… ¿Qué podía hacer con un frasco de lubricante? untarme o untarle el orto, untarme o untarle la pija.

      –Es lubricante boludo –respondí.

      –¿Me querés cojer? –preguntó.

      Obvio que me lo quería cojer… era el hombre más lindo con el que jamás había estado y lo tenía en pelotas tirado sobre mi cama.

      Me quité la remera y el short; lubriqué un poco su ano, me puse un forrito, lubriqué mi pene e intenté penetrarlo.

      Sinceramente, no recuerdo hasta donde logré metérsela y en verdad, no sé si realmente logré penetrarlo por completo; sí recuerdo que fue una situación tan extraña, tan fría, tan falta de calentura, de pasión, de química, de piel... la nada misma.

      Para mi disfrute, la previa siempre fue y sigue siendo una parte esencial para lograr el clima apropiado; abrazos, juegos,

      besos, mordisqueos; todo lo necesario como para llegar a un estado de calentura que me provoque el desear al otro, desear poseerlo y desear ser poseído.

      Ciertamente, estaba lejos de ser lo que estaba sucediendo con Fausto. Fue como intentar cojer con un Adonis de mármol. Imagino que no existía mucha diferencia entre cojer con Fausto, que intentar hacerlo con El David de Miguel Ángel.

      A pesar de su frialdad, recuerdo que me senté sobre su pija; tenerlo acostado boca arriba, con su mástil erecto… de ninguna manera quería perderme algo semejante; nunca había visto un pene tan grande, al menos, no en vivo y en directo.

      Lamentablemente, no lo pude disfrutar como hubiese deseado; la falta de onda de su parte y su frialdad, impidieron que mi ano se dilatara debidamente y hasta sentí que me estaba lastimando, por lo que decidí dejar de intentarlo.

      Fausto me pidió que me pusiera en cuatro en el borde de la cama para garcharme desde atrás, pero no me animé. La tenía muy grande como para darle vía libre a que fuese él quien controlase los movimientos, sumado a que era evidente su falta de experiencia y estaba claro que no sabría hacerlo sin lastimarme, por lo que no accedí.

      ¡Qué desperdicio!, era el hombre perfecto, aunque era una muestra más de que la perfección no existe; Fausto era extremadamente lindo, un macho hermoso por donde se lo mirase, pero su punto débil y fatal, era que no sabía cojer; al menos, no sabía hacerlo con otro macho y como a mí me gusta, sumado a que carecía de la simpatía y de la desenvoltura como para, al menos, poder pasar un rato agradable, más allá de la performance sexual.

      Fue una decepción tan grande, fundamentalmente por las expectativas que me había generado este pibe, que casi no recuerdo el desenlace.

      Solo tengo el recuerdo de que le pregunté si su mujer sospechaba algo sobre sus preferencias sexuales y me respondió que no, que si sus cuñados se llegaban a enterar, lo cagarían a piñas… No entendí bien su respuesta y tampoco me interesó preguntar nada más.

      Imagino que debo haberlo llevado nuevamente a la estación de trenes; evidentemente, mi cabeza se ocupó de borrar el resto de la información.

      Quedé pensando en que, toda experiencia, mala o buena, finalmente aportaba algo. En este caso y sumado a futuras experiencias, comenzaría a darme cuenta que “Piel y química, mataban galán.” Si lo físico no venía acompañado de al menos una cuota de piel y de química, el disfrute se desvanecía.

      Poniendo una cuota de autocrítica y con el diario del lunes en la mano, a pesar de la frialdad y de la falta de onda por parte de Fausto, de haber contado yo con la experiencia acumulada hasta hoy, seguramente, hubiese sabido manejar la situación como para poder disfrutarlo y para poder hacer que se aflojase, que se abriera y que él también se animara a disfrutar.

      Nunca más lo intentamos; creo que desapareció del chat y hasta pensé que, quizá, su mujer lo hubiese enganchado y finalmente los cuñados lo hubiesen “cagado a piñas.”

      Fuese como haya sido, a pesar de su belleza, lejos estaba de ser la persona adecuada para gozar. Yo estaba ocupado explorando mi sexualidad e interesado en СКАЧАТЬ