Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón
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Название: Relatos de un hombre casado

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Relatos de un hombre casado

isbn: 9788468680941

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СКАЧАТЬ bajado del tren ya hará que llegue tarde al laburo –respondió Fausto.

      Ya tenía una intriga revelada. El “no me tientes,” me blanqueaba que Fausto tenía interés en encamarse conmigo.

      –Bueno, como quieras, una pena, estoy re caliente y solito en casa –repliqué.

      –No, no, yo también estoy al palo, pero no puedo, arreglemos para otro día –dijo Fausto.

      Noté que se había puesto nervioso, se lo veía como debatiéndose entre ceder a la tentación e inventar algo que justificase su posible ausencia en el trabajo, o quedarse con las ganas e irse en el próximo tren.

      Escuchamos la bocina del tren que se acercaba al andén.

      –Ok, una lástima, arreglamos para otro día, pero mirá como me quedo –respondí, dirigiendo mi vista hacia mi bulto, que se notaba claramente hinchado.

      Fausto miró y no emitió comentario alguno.

      Llegó el tren y el andén se llenó de gente. Fausto desapareció entre la multitud; yo regresé hacia el auto, con la cabeza partida al medio, pensando en lo fuerte que estaba este pibe y con ganas de garchar con quien fuese como para sacarme la calentura.

      Llegué a casa y me clavé tremenda paja; necesitaba aflojar tensión. Cada encuentro me llenaba de adrenalina y el no concretar, me dejaba cargado y tenso. Haber tenido a Fausto frente de mí, con la posibilidad de concretar y el no haber podido convencerlo como para que viniese a mi casa, me había elevado la calentura al extremo.

      Me puse a trabajar con la computadora, intentando olvidarme de él.

      Pasada una hora, me sorprendió una video conferencia que solicitaba Fausto. Ya nos habíamos conocido personalmente y evidentemente, se habían esfumado sus conflictos como para chatear con video incluido. Como él se encontraba en su oficina, mantuvimos silenciados los micrófonos, por lo que nos podíamos ver, pero sin hablar.

      –¿Qué pasa?, ya ¿me extrañas? –pregunté, burlándolo.

      –No boludo, llegué a la oficina y de la calentura con la que me quedé, me tuve que meter directo en el baño para clavarme una paja –dijo Fausto.

      –¡Mirá vos! yo también me acabo de clavar una, porque me dejaste re caliente –respondí.

      –Sos un hijo de puta… apareciste en la estación con ese short de rugby ajustado, marcando bulto y mostrando tus patas armadas y peludas –dijo.

      Bajé la cámara, enfocándola hacia mi bulto, con la clara intención de comerle la cabeza hasta que cediera a concretar un encuentro.

      –Bueno bolas, hace un rato tuviste la oportunidad, pero arrugaste –dije provocándolo.

      –Hagámoslo mañana –contestó Fausto.

      Sí que me sorprendía. Evidentemente, estaba muy necesitado de concretar un encuentro y no podía demorar más su deseo de estar con un hombre.

      –¿Misma hora, mismo lugar? –pregunté.

      –Dale –respondió Fausto.

      Cerramos chat y me enfoqué en mi rutina, aunque transcurriría el resto del día un tanto ansioso por lo que podría suceder la mañana siguiente. La idea de encamarme con Fausto era más que tentadora, aunque había algo que no me terminaba de cerrar de este flaco; me resultaba un tanto extraño, complicado, como fuera de frecuencia… al menos, fuera de mi frecuencia.

      Pensé que, después de todo, la idea no era casarme con él, solo tener sexo y si pintaba química y buena onda como para tener continuidad, listo. Vivíamos cerca, eso estaba buenísimo.

      Luego de una noche tranquila, amanecí con el ruido de las gotas de lluvia que golpeaban la persiana. Me levanté, fui al baño y preparé el desayuno, sintiéndome un poco ansioso por lo que pudiese suceder. Encendí la computadora, abrí Messenger y nada nuevo, algunos mensajes, pero nada de Fausto.

      Finalmente, había llegado el día. La lluvia había cesado, aunque el cielo se mantenía completamente cubierto. Sabiendo que mi short y mis piernas lo habían calentado, me vestí con ropa similar a la que había usado el día anterior, me dirigí a la estación y permanecí parado en el andén, a la espera de que llegase.

      Llegó el primer tren; luego de unos minutos, el andén quedó vacío y Fausto no estaba. No me impacienté y pensé que, probablemente, hubiese sucedido lo del día anterior y que llegaría en el próximo, por lo que decidí aguardar. Pasados diez minutos, arribó otra formación, pero Fausto tampoco apareció.

      Nuevamente comenzaba a caer una leve llovizna; pensando en su posible arrepentimiento, me sentí un tanto molesto. Decidí esperar a la llegada de un tercer tren, pero Fausto jamás apareció.

      Regresé a casa realmente furiosos, aunque consciente de que le podría haberle surgido un imprevisto y que no había tenido manera de avisarme. Quizá le hubiese surgido algo con la mujer o con el trabajo que lo obligaron a modificar sus planes.

      Llegué a casa, me senté frente a la computadora y encontré un chat abierto en el que me decía que había tenido que ir a la oficina muy temprano y que le había resultado imposible avisarme.

      –Ah… que cagada, fui hasta la estación y esperé al pedo tres trenes bajo la lluvia –escribí, notablemente enojado.

      –Disculpame, realmente no pude avisarte, anoche mi mujer se puso muy mimosa y no me dejó en paz; me senté en la computadora para escribirte y la hija de puta se arrodilló debajo del escritorio y comenzó a mamármela hasta hacerme acabar; terminamos con un segundo polvo en la cama, imposible despegarme de ella –escribió Fausto.

      Me llamaba la atención su comentario. Hasta el momento, no había podido sacarle demasiada información sobre su vida; no era un flaco al que le gustase contar mucho, muy reprimido, por lo que el hecho de que me estuviese contando esas intimidades sobre su mujer, me resultaba extraño.

      –Bueno, ok, entiendo, pero mirá como me dejaste –dije, y haciendo lo mismo que había hecho el día anterior, enfoqué la cámara hacia abajo, para mostrarle mi miembro completamente erecto.

      –No, pará… no podes –escribió Fausto.

      Vi que se acomodaba en su silla, entre incómodo y movilizado.

      Me quité la remera, escupí la palma de mi mano, comencé a frotar mi glande y a masturbarme lentamente, mientras que, con la otra mano, comencé a recorrer mi pecho y mi abdomen.

      –No… sos muy hijo de puta, pará boludo, estoy prendido fuego –escribió.

      –Venite –escribí.

      Tiempo muerto sin contestar nada… Fausto se incorporó y se alejó de la silla, quedando fuera del alcance de la cámara.

      Sorpresivamente, apareció nuevamente con la mochila colgada sobre su hombro.

      –Me СКАЧАТЬ