Название: Sesenta semanas en el trópico
Автор: Antonio Escohotado
Издательство: Bookwire
Жанр: Путеводители
isbn: 9788494862250
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Pero Chula hizo más que abolir la esclavitud formal, pues dicha institución deriva en última instancia de sacralizar autoridades fácticas. Hubiese sido incongruente emancipar a esclavos y esclavas sin abolir un sistema de satrapías que en Tailandia se remontaba al siglo XIII, con la dinastía Sukhothai,3 y el joven monarca sustituyó a esos autócratas regionales por una administración a la europea, donde en vez de comprometerse a levar tropas y cobrar tributos —como buenamente quisieran— los gobernadores cedieron poderes a delegaciones de educación, agricultura, comercio, industria, guerra o interior, áreas convertidas en ministerios. Chula se aseguró de que su hijo y heredero Vajiravudh (Rama VI) estudiara una carrera en Europa, y si de él hubiese dependido los thai serían hoy como los singaporeños, tanto más amantes de sus tradiciones no despóticas como volcados sobre la construcción de una sociedad abierta. No basta querer para lograr, sin embargo, y sus herederos han tenido dificultades, a veces insuperables, para ser modernos y al tiempo clásicos. Me da la sensación de que este estadista gigantesco se adelantó a su hora, y que su proyecto de reforma quedará en proyecto mientras los propios thai no desarrollen más movilidad social. Menos cuna, quiero decir, y más merecimiento en la elección personal de destino
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El gentil saludo budista —juntando las manos delante del pecho e inclinando un poco la cabeza— precede a todo contacto verbal, y los thai pasan por ser maestros en refinamientos. Escaseando el don hospitalario, Tailandia se enorgullece de gastronomía, textiles, piedras preciosas y parajes naturales, si bien 'su fuerte podría estar en el protocolo. El último rey del periodo Ayuthaya, por ejemplo, un general que había conseguido expulsar a los invasores birmanos en 1769, tuvo la desdichada ocurrencia de considerarse feliz o iluminado (buda), cuando es dogma del budismo sureño o teravada que semejante cosa no cabe antes de morir, con lo cual fue depuesto y ejecutado sin demora. Pero la ejecución resultó exquisitamente protocolaria: metido en un saco de terciopelo del color adecuado a su rango, se le mató a palos allí dentro, evitando que una sola gota de sangre real tocase el suelo. El rey Mongkut, primero en abrirse a Occidente y padre de Chulalongkorn, fue también el primero en «mostrar la egregia faz» a su pueblo. Antes sólo podían verla (sin hacerse reos de sacrilegio y subsiguiente ejecución) los nobles de su entorno. Tuvo la amabilidad adicional de suprimir la postración genuflexa para quienes departiesen con él. Tras importar sofás, y desterrar la pompa del rey sagrado, la finura diplomática se convirtió en confort para los embajadores, obligados antes a tener las posaderas sobre el suelo, arrodillarse para decir algo y no mirar nunca a su interlocutor.
Mongkut fue también el primero en hacerse fotografiar, cuando rondaría los setenta años, y cuenta el fotógrafo John Thompson que el jefe de protocolo le hizo serias advertencias previas, pues rozar siquiera al monarca o su vestimenta le acarrearía morir allí mismo. Sobrecogido, Thompson decidió tirar las fotos a distancia, sin aproximarse para retocar detalles ni correr el riesgo de que un tropiezo le acercase demasiado al Intangible. Pero Mongkut —que primero había aparecido con un sayal de impoluta seda blanca, y luego prefirió inmortalizarse vestido de guerrero— le dijo que omitiese ceremonias. Con un inglés que había aprendido leyendo a Shakespeare y Milton, añadió:
—Haga lo preciso para asegurar la excelencia de su retrato.
Cuentan también que se interesó por las entrañas del proceso (negativo, emulsiones de revelado, lente). Siempre le fascinaron los inventos occidentales.
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Esta sociedad donde todo el mundo parece licenciado en diplomática es también uno de los países donde más difícil resulta mantenerse monógamo. Y quizás el milenario auge de la compraventa sexual contribuye a explicar un desparpajo contenido, con rostros y cuerpos dotados de cierta dimensión angélica, Los varones son aún más delicados de rasgos que las mujeres. Ellas, como las vírgenes de Lippi o Botticelli, tienen labios muy llenos, grandes ojos rasgados y un óvalo elegante, a lo cual añaden la expresiva pupila negra y una piel de color canela oscuro, ajena al vello. Al revés que en África o Europa, los rasgos sexuales secundarios se insinúan más que explayarse, y ni ellos tienden a lo hercúleo ni ellas a las curvas, sino a una generalizada contención de formas, con talle escurrido, senos y nalgas pequeñas. Basta mirar desde los cristales de un café, mientras las personas pasan por la calle, para ver que se trata de un pueblo básicamente hermoso. Si hacemos lo mismo en Delhi toparemos con montañas de fealdad, como en Manchuria o Corea. Gracias quizás al mestizaje, la población indochina parece bastante más guapa que la india y la china.
Los tailandeses también sobresalen en jardinería. Son el mayor productor mundial de orquídeas, y raro será el establecimiento público o la casa particular cuyas mesas y paredes no estén adornadas por alguna.4 Aunque otras flores no admiten cruce entre géneros, las orquídeas son excepcionalmente promiscuas, y paren nuevas especies sin pausa; de hecho, dicen que hay ya unas 35.000, y su número crece con rapidez. Fascinados por las peculiaridades de estas plantas, y por la formidable duración de sus flores, los occidentales se pasaron tiempo en la inopia, tratando de instalarlas sobre tierra fértil o mantenerlas en floreros con agua, sin darse cuenta de que son epifitos o vegetales aéreos, desprovistos de anclaje nutritivo terrestre, como la piña tropical, el ficus estrangulador y un millar más de especies tailandesas.
Hay como dos riquezas opuestas en el reino botánico, correspondientes a lo salvaje y lo cultivado. Lo salvaje, que tantas veces vive de apenas nada, se adapta a ello con enérgicas medidas de austeridad. Las orquídeas, por ejemplo, son frugales hasta el extremo de ignorar los mínimos que presiden la reproducción de otras plantas. Sus abundantísimas y minúsculas semillas (unos dos millones por flor) carecen del tejido que habitualmente rodea y alimenta al embrión —el endosperma—, con lo cual resultan ser simples núcleos secos de células, sin rastro de algo parecido a la leche de coco para su simiente. Pero la economía no acaba aquí, pues en vez del nutritivo polen, que atrae espontáneamente a toda suerte de visitantes, las orquídeas ofrecen un néctar sin sustancia alimenticia, que unas veces funciona gracias a aromas magnéticos para ciertos machos —la vainilla es un caso eminente— y, con más frecuencia, gracias a disfraces. Así, partes de la planta semejan la forma de ciertos insectos, provocando en ellos, y en otros, reacciones de aproximación sexual (llamadas pseudocopulativas) y ataque. Como la flor necesita que sus semillas se adhieran al polinizador, tanto da que éste penetre con un ánimo o con el otro. Colaborando simbióticamente con ciertas hormigas, y con ciertos hongos, el riguroso ahorro de las orquidiales llega a conseguir autopolinizaciones.
Tras suponer que cierta orquídea muy grande —la Angraecum sesquipedale de Madagascar— no podría sobrevivir sin un transporte adecuado para sus simientes, Darwin predijo que habría cierta polilla con una trompa de 25 cm. Y la polilla apareció —mucho más tarde—, si bien nadie ha logrado aún verla en acciones libatorias. Otra muestra de la frugalidad impuesta a estos epifitos es un crecimiento por continuas bifurcaciones de cada nodo, cancelándose luego la dirección que se revela débil. La economía de medios llega al propio núcleo, donde las partes masculinas y femeninas —pistilos, estambres y estigma— se funden en solo cuerpo rígido llamado columna, al cual puede acceder el polinizador desde el pétalo asimétrico conocido como labio.
Las austeras medidas y contramedidas de lo salvaje realzan su inverso, que es el afluente equipo vital promovido por la agricultura. Gran parte de las plantas СКАЧАТЬ