Название: La Marcha De Los Reyes
Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Жанр: Героическая фантастика
Серия: El Anillo del Hechicero
isbn: 9781632910677
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Thor se quedó ahí, con el corazón acelerado, sin querer darse cuenta de la realidad que había alrededor. Sus sueños, sus premoniciones—eran más que extravagancias. Él había visto el futuro. Dos veces. Y eso le dio miedo. Sus poderes eran más grandes de lo que creía y parecían hacerse más fuertes cada día. ¿Dónde acabaría todo esto?
Thor se quedó ahí parado, tratando de pensar a dónde ir. Había escapado, pero ahora no sabía a qué lugar dirigirse. Seguramente en unos minutos los guardias reales—y posiblemente toda la Corte del Rey—estaría afuera, buscándolo. El hecho de que Thor hubiera escapado, sólo lo hacía parecer más culpable. Pero también, el hecho de que MacGil fuera apuñalado mientras Thor estaba en prisión—¿no lo reivindicaba? ¿O lo haría parecer parte de la conspiración?
Thor no podía arriesgarse. Claramente, nadie en el reino estaba de humor para escuchar pensamientos racionales—parecía que todos a su alrededor habían salido a buscar sangre. Y probablemente, él sería el chivo expiatorio. Necesitaba encontrar un refugio, algún lugar a dónde ir, donde dejar pasar la tormenta y limpiar su nombre. El lugar más seguro sería lejos de ahí. Debería volar, refugiarse en su aldea—o en algún lugar más lejano, a la mayor distancia posible.
Pero Thor no quería tomar la ruta más segura, ese no era su estilo. Quería quedarse aquí, limpiar su nombre y mantener su posición en la Legión. Él no era un cobarde, y no huyó. Sobre todo, quería ver a MacGil antes de morir—suponiendo que todavía estuviera vivo. Necesitaba verlo. Se sintió tan abrumado por la culpa, por no haber podido detener el asesinato. ¿Por qué había sido destinado a ver la muerte del rey, si no había nada que pudiera hacer al respecto? ¿Y por qué había tenido la visión de verlo siendo envenenado, cuando en realidad había sido apuñalado?
Mientras Thor estaba parado, debatiendo, le llegó la respuesta. Reece. Reece era la persona en la que podía confiar que no lo entregaría a las autoridades, y tal vez hasta le daría un refugio seguro. Presentía que Reece creería en él. Sabía que el amor de Thor hacia su padre era genuino, y que si alguien tenía la oportunidad de limpiar el nombre de Thor, sería Reece. Tenía que encontrarlo.
Thor salió a toda velocidad a través de los callejones, serpenteando contra la multitud, mientras se alejaba de la Puerta del Rey hacia el castillo. Él sabía dónde estaba la habitación de Reece—en el ala Este, cerca del muro exterior de la ciudad—y solamente esperaba que Reece estuviera adentro. Si estaba ahí, tal vez podría llamar su atención, ayudarlo a encontrar el modo de entrar al castillo. Tenía el mal presentimiento de que si permanecía ahí, en las calles, pronto sería reconocido. Y cuando la muchedumbre lo reconociera, querría hacerlo pedazos.
Mientras Thor daba vuelta calle tras calle y sus pies se deslizaban en el fango de la noche de verano, finalmente llegó al muro de piedra de las murallas exteriores. Se acercó, corriendo junto a ella, justo debajo de la mirada vigilante de los soldados que estaban parados cada pocos metros.
Al acercarse a la ventana de Reece, se agachó y tomó una piedrita. Por suerte, la única arma que habían olvidado quitarle, era su vieja y confiable honda. La extrajo de su cintura, puso la piedra en su lugar y la arrojó.
Con su impecable puntería, Thor hizo volar la piedra sobre los muros del castillo y entró perfectamente en la ventana del cuarto de Reece. Thor oyó caer la piedra en la pared del interior, después esperó, agachándose a lo largo de la pared para evitar ser detectado por los guardias del rey, quienes mostraron molestia al escuchar el ruido.
Nada ocurrió durante varios minutos y Thor se sintió descorazonado al preguntarse si Reece no estaba en su habitación, después de todo. Si no era así, Thor tendría que irse corriendo de ese lugar; no tenía otra forma de encontrar un refugio seguro. Contuvo la respiración, con el corazón acelerado mientras esperaba, observando la ventana abierta de Reece.
Después de lo que pareció una eternidad, Thor estaba a punto de irse cuando vio una figura asomar la cabeza por la ventana, apoyando ambas palmas de las manos en el alféizar y mirar alrededor con una expresión de desconcierto.
Se puso de pie, moviéndose rápidamente a varios pasos de distancia de la pared y agitó un brazo a lo alto.
Reece miró hacia abajo y se dio cuenta de que él estaba ahí. El rostro de Reece se iluminó al reconocerlo ante la luz de las antorchas, incluso desde ahí, y Thor se sintió aliviado al ver la alegría en su rostro. Eso le dijo todo lo que él necesitaba saber. Reece no lo delataría.
Reece le hizo una señal para que esperara y Thor se acercó rápidamente a la pared, en cuclillas, mientras un guardia volteaba a ver hacia ahí.
Thor esperó, quién sabe cuánto tiempo, listo para alejarse de los guardias en cualquier momento, hasta que finalmente apareció Reece, por una puerta en el muro exterior, respirando con dificultad, mientras miraba hacia ambos lados y vio a Thor.
Reece se apresuró y lo abrazó. Thor estaba muy contento. Oyó un chillido y miro hacia abajo y, para su deleite, ahí estaba Krohn, envuelto en la camisa de Reece. Krohn casi salta fuera de la camisa, mientras Reece se agachaba y se lo entregaba a Thor.
Krohn—el siempre creciente cachorro de leopardo blanco que Thor había rescatado una vez— saltó a los brazos de Thor quien lo abrazó, y el leopardo gemía y chillaba y lamía la cara de Thor.
Reece sonrió.
“Cuando te llevaron, él trato de seguirte y lo sujeté para asegurarme de que estuviera a salvo”.
Thor agarró el antebrazo de Reece, en señal de agradecimiento. Después se rió, mientras Krohn seguía lamiéndolo.
“Yo también te extrañé, muchacho”, rió Thor, dándole un beso también. “Calla, o los guardias nos van a escuchar”.
Krohn se tranquilizó, como si entendiera.
“¿Cómo escapaste?”, preguntó Reece, sorprendido.
Thor se encogió de hombros. No sabía qué decir. Todavía se sentía incómodo hablando acerca de sus poderes, que él no entendía. No quería que los demás pensaran que era una especie de fenómeno.
“Supongo que tuve suerte”, respondió. “Vi la oportunidad y la tomé”.
“Me sorprende que la muchedumbre no te haya matado”, dijo Reece.
“Está oscuro”, dijo Thor. “No creo que nadie me haya reconocido. Al menos, todavía no”.
“¿Sabes que todos los soldados en el reino te están buscando? ¿Sabes que apuñalaron a mi padre?”.
Thor negó con la cabeza, estando serio. “¿Él está bien?”.
La cara de Reece se volvió sombría.
“No”, contestó con seriedad. “Se está muriendo”.
Thor se sintió devastado, como si fuera su propio padre.
“Sabes que no tuve nada que ver con eso, ¿verdad? Thor preguntó, esperanzado. No le importaba lo que los demás pensaran; pero necesitaba que su mejor amigo, el hijo menor de MacGil, supiera que él era inocente.
“Por supuesto”, dijo Reece. “O no estarías aquí parado”.
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