La Furia De Los Insultados. Guido Pagliarino
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Название: La Furia De Los Insultados

Автор: Guido Pagliarino

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Книги о войне

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isbn: 9788873049395

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СКАЧАТЬ la cabeza de la madre del muerto la cosa no estaba olvidada y además supo, un par de semanas después de la muerte del hijo, que era inocente tanto de las heridas como del hurto. Esto no lo sabías ¿verdad?

      â€”Sabía que el verdadero culpable fue reconocido en la calle del panadero y denunciado a una de nuestras patrullas, la cual lo arrestó y trajo aquí.

      â€”Ya, y la madre del muerto fue puesta al corriente por un amigo del hijo, que supo la verdad por casualidad. ¿Y sabes una cosa? No había sido tan inicuo, a fin de cuentas, que esa mujer viniera aquí pidiendo hablar con Perati, con la excusa de tener algo que revelarle y una vez delante de él sacara un pequeño cuchillo para desollar carne de su costado y le acuchillara junto al corazón, y casi lamento que la detuvieran de inmediato y que ahora esté a la espera de juicio, porque me temo que será condenada a muerte por homicidio premeditado.

      â€”Esperemos que le reconozcan el enajenamiento mental —dijo compasivamente Bordin.

      â€”Esperémoslo. Pero aparte de esto, ahora mismo te vas al depósito de vehículos con esta hoja de servicio… toma: es mi autorización para recoger un automóvil con conductor. Luego te vas a comprobar en el callejón de Santa Lucia si Esposito es una persona conocida —Le entregó también la licencia del investigado—. Haz que la madre vea la foto, si es que existe, y también los vecinos y averigua todo lo que puedas de él.

      â€”A las órdenes. Pero, al volver, señor comisario, tal vez me vaya a casa a dormir, ya que, por hoy, mis horas de servicio ya habrán terminado.

      â€”Deber y sacrificio es nuestro lema —le había contestado sonriente en un endecasílabo espontáneo el superior, gran lector de poetas clásicos.

      Ya que se sabía en la comisaría que la temperatura social estaba subiendo en la ciudad y no era del todo improbable una sublevación, antes de acercarse al garaje el brigada quiso pasar por la sala de radio para obtener noticias de la situación en el exterior. Una vez al tanto, volvió a su superior directo y le informó de que camionetas de patrulla habían comunicado que ya se habían iniciado tiroteos aislados. Terminó diciendo:

      â€”Señor doctor, ¿tengo que ir hoy o puedo esperar a mañana, cuando tal vez el clima se haya calmado?

      Antes de que se decidiera D'Aiazzo empezaron a subir de la vía Medina, a la que se asomaba y todavía se asoma la comisaría de Nápoles, el ruido de los motores diésel de vehículos que pasaban en columna delante de la entrada principal del edificio, como todos los días desde hacía dos semanas: se trataba de un pelotón motorizado de granaderos alemanes que iba a reemplazar a otro, del mismo batallón, encargado de custodiar un corredor en el último piso del Castillo de San Elmo, potente baluarte que se eleva sobre la colina del Vomero a 250 metros sobre el nivel del mar y desde el cual se observan el golfo y la ciudad. En aquel corredor se encontraban dos locales no comunicados entre sí y destinados en aquel momento a armería del fortín, de los cuales uno era un gran espacio que contenía armas y municiones convencionales y el otro un espacio no tan grande que custodiaba armamento secreto de diseño y fabricación italianas. La vigilancia de las armas se desarrollaba durante las veinticuatro horas del día en dos turnos, de las 8:30 a las 20:30 y de las 20:30 a las 8:30. Desde el 9 de septiembre los alemanes habían ocupado el Castillo de San Elmo apoderándose del armamento, con un interés particular por las armas especiales. Precisamente a causa de esas armas no convencionales, dicho castillo era en esos días un objetivo principal de los aliados, que, desde hacía tiempo, estaban usando sus servicios secretos.

      Vittorio D’Aiazzo estaba a punto de decir a su subalterno que olvidara la orden anterior y se fuera descansar cuando empezaron los disparos en la vía Medina, primero de fusiles y de una ametralladora ligera, luego, en rápida sucesión, de metralletas y una gran ametralladora.

      El subcomisario y su ayudante se agacharon instintivamente y, avanzando con las piernas semidobladas, se acercaron a la ventana y asomaron sus cabezas mirando hacia abajo, exponiéndose lo menos posible.

      Al mismo tiempo, otros policías miraban allí desde sus respectivas oficinas, tanto personal del turno que estaba saliendo como entrando, al ser la hora del reemplazo, las 8 en punto. Llegado hacía poco, también el vicejefe de policía y jefe de sección Remigio Bollati espiaba desde su propia ventana: su oficina daba a la misma fachada a la que daba la de Vittorio y los dos espacios eran contiguos.

      Mirando hacia abajo se veía o entreveía, según la posición de cada ventana, a unos cincuenta metros del portal y en el cruce de calles cercano, al pelotón alemán parado en medio de la calle, protegido por sus vehículos colocados atravesados, ocupados en un tiroteo con personas que debían estar más allá en la calle y que no podían verse desde el edificio de la comisaría, pero de las que se oían los disparos: se podía suponer que tal vez se protegieran detrás de los muros semiderruidos y los montones de escombros de dos casas cercanas y contiguas, bombardeadas pocos días antes del 8 de setiembre por fortalezas volantes estadounidenses.

      Para entender mejor las cosas, volvamos un poco atrás:

      Se constituyó el frente único revolucionario partenopeo y, vista la renuencia del prefecto Soprano en asumir la dirección, fue elegido jefe el obrero Antonio Taraia de setenta años, que el 24 de setiembre, considerando la situación ya adecuada para el levantamiento convocó para la mañana siguiente una reunión en el Liceo Sannazaro, para someter a votación la decisión. La convicción de que era ya el momento de levantarse se produjo tanto por la noticia de que los angloamericanos ya estaban casi a las puertas de Nápoles, algo conocido de antemano por el filósofo Benedetto Croce, que lo había sabido confidencialmente del Dr. Soprano, como por el hecho de que, tras los acuerdos codificados intercambiados a través de radio con los americanos, acababan de llegar paracaidistas por la noche junto a Nápoles con armas y radios que retransmitían desde la US Army y destinadas a los partisanos, ocultadas rápidamente en siete sótanos de otras tantas zonas distintas de la ciudad. La operación se había desarrollado con la contribución esencial de un grupo de camorristas a sueldo, dispuestos a correr graves peligros a la vista de las grandes ganancias que les habían prometido los estadounidenses. No debe sorprender esa alianza: Estados Unidos ya había recurrido, y todavía la utilizaba, a la ayuda de la Mafia de la Sicilia ocupada, donde, además, numerosos nuevos alcaldes notoriamente mafiosos habían sido colocados en el poder por los conquistadores. La Camorra, como la Mafia, estaba organizada casi militarmente y, en particular, podía disponer en Nápoles de muchos grandes camiones. La operación armada había sido organizada con meticulosidad por los estadounidenses. Entre otras cosas, había folletos de instrucciones sobre el uso de las armas lanzadas en paracaídas, escritos en un correcto italiano y llevados al Liceo Sannazaro por algunos agentes americanos que habían sobrepasado de noche las líneas, con el fin de que los patriotas napolitanos pudieran recibir formación teórica sobre su funcionamiento por los propios agentes, lo que permitió hacer más rápida y ágil la instrucción práctica que, por razones logísticas, solo pudo desarrollarse poco antes de la sublevación, en el momento de la recuperación de las armas en los siete depósitos.

      En la reunión del 25 de septiembre se tomó por unanimidad la decisión de levantarse. Hacia mediodía, se enviaron mensajeros para avisar a los custodios del material bélico estadounidense.

      Al día siguiente, domingo, siete patriotas СКАЧАТЬ