La Furia De Los Insultados. Guido Pagliarino
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Название: La Furia De Los Insultados

Автор: Guido Pagliarino

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Книги о войне

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isbn: 9788873049395

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СКАЧАТЬ dicho por ella y también por los vecinos. Pero os pido de corazón: no la asustéis, decidle, por favor, que os he encargado saludarla, porque no he podido venir en persona por razones de servicio.

      â€”Si encontramos a tu madre no la asustaremos y hablaremos con ella como deseas —En este momento, el subcomisario había vuelto a insistir—: Primero has tratado de hacerme creer que tenías reservada una cita galante con Demaggi y luego has admitido que no era verdad. Dime entonces: Si no la había visto antes, ¿cómo sabías que esa mujer era una prostituta?

      No se había alterado:

      â€”Se lo oí decir a vuestro jefe de patrulla, que habló con los suyos delante de la muerta.

      â€”Lo comprobaré. Pero dime una cosa más —D’Aiazzo había dejado la pregunta para el final, para plantearla cuando el interrogado estuviera muy cansado—: ¿Por qué llevabas guantes de lana en esta estación? Para no dejar huellas, ¿verdad?

      â€”… Pero no, señor comisario —No se había preocupado el otro—, el motivo es sencillo, las llevo desde hace mucho, incluso de servicio, con permiso del capitán: sufro de dolores en los dedos de la mano y también en la palma izquierda.

      â€”Hm…

      â€”… Pero sí, por la humedad de las cocinas a lo largo de tantos años, entre los vapores de las cápsulas y el agua de los lavados de las ollas, como me había explicado el teniente médico, que me dijo que llevara los guantes.

      Agotado el hombre y cansadísimos los dos policías, por orden del subcomisario, el presunto sargento mayor Gennaro Esposito fue escoltado a la celda por el brigada Bordin.

      Con solo los datos recogidos, Vittorio D’Aiazzo no podía formarse una idea segura: para él seguían siendo posibles tanto la hipótesis de un accidente como la de un homicidio, y este no necesariamente perpetrado por detenido. Pero, en el caso de ser culpable, el móvil podría encontrarse en disputas entre contrabandistas, si la identidad y en concreto la posición en el ejército del supuesto Esposito no fuera confirmada, mientras que en caso contrario sería verosímil otro motivo. Por otro lado, si el forense estableciera que se había tratado un asesinato, el investigado, aunque no confesara, sería transferido a la cárcel de Poggioreale como sospechoso, mientras al mismo tiempo el subcomisario tendría que redactar y enviar a la Fiscalía del Reino una relación que incluyera tanto las conclusiones del forense como los datos recabados por el propio D’Aiazzo durante el interrogatorio. A partir de su informe, el juez instructor decidiría si abrir un procedimiento contra el sospechoso o liberarlo por falta de pruebas.

      No faltaba mucho para las ocho de la mañana y el joven funcionario estaba a punto de acabar su turno. Sin embargo, antes de volver a casa pretendía ordenar a brigada a ir a la calle de Santa Luciella a comprobar que allí vivía realmente la madre del investigado y, en ese caso, si reconocía al hijo en la foto del permiso de conducir y confirmaba que era realmente un sargento mayor de artillería. Pero el subcomisario no pensaba esperar la vuelta del susodicho, ni ver el informe al día siguiente. Por tanto, antes de que llegase a su oficina el informe del forense habrían pasado al menos dos o tres días, durante los cuales el detenido quedaría encerrado en la celda.

      Bordin, después de encerrar al acusado en la celda, había vuelto al puesto de D’Aiazzo. Al entrar en la oficina le había dicho:

      â€”Señor comisario, para mí que este Esposito o como se llame ha sido enviado por la Camorra para matar al Demaggi por dos posibles motivos: o por razones de competencia en el mercado negro o porque esa mugrienta puta no quería pagar el soborno.

      â€”… Marino, esa mujer está muerta y no se insulta los difuntos —le había amonestado el joven superior—, y además no estoy convencido de que el investigado sea un asesino.

      â€”Perdonad que os lo diga, pero creo… Bueno creo que sois siempre demasiado bueno: nosotros le moleríamos a golpes en el estómago con sacos de arena…

      â€”… ¿Que no dejan huellas?

      â€”Lo requiere la prudencia. Y estad seguro de que ese delincuente se declararía culpable e incluso camorrista y quién sabe qué más. Pero así…

      â€”… así no me arriesgo a hacer confesar a un inocente, aparte de que si te veo moler a sacazos a alguno… ¿Me has entendido, Marino?

      â€”Eeh…

      â€”Ya conseguirá al juez instructor, si acaso, que admita su culpabilidad, siempre que el médico no diga que se ha tratado un accidente, en cuyo caso archivo la práctica y libero a ese hombre.

      â€”Ya, puede ser. Pero, hablando en general, vos, señor comisario, sois el único que no ha dado al menos una bofetada a los interrogados. El doctor Perati, que estaba antes que vos, hacía confesar a todos.

      Con el ardor de la edad, sin abandonar esa pizca de presunción que permanecía en él, se le había escapado al subcomisario instintivamente en la lengua partenopea que usaba en familia:

      â€”Tu si’ ‘nu fésso.

      â€”¿Qué? —El suboficial había enrojecido.

      El superior se había corregido en parte:

      â€”Está bien, Marino, retiro el fésso, pero deja de hablarme sin consideración solo porque tengo la mitad de tus años. Ten cuidado, porque si esto se repite, te castigo.

      Bordin había considerado sensato pedir perdón, aunque fuera a regañadientes:

      â€”Perdonad, señor comisario, solo estaba hablando, no quería criticaros.

      Aunque Vittorio D’Aiazzo, con el paso del tiempo, adquiriría plena humildad gracias a las metafóricas bofetadas de la vida, por el momento seguía queriendo decir la última palabra:

      â€”Está bien, pero a partir de ahora piensa en lo que dices antes de decir lo que piensas.

      El hombre consideró sensato mantener la posición de firmes:

      â€”Sí, señor.

      â€”Descansa y no te mortifiques —El superior suavizó el tono, en el cual había entrado por fin la compasión. Prosiguió—: Has dicho que Perati hacía confesar a todos: es verdad, ya lo sé, me lo contaron cuando llegué aquí. ¿Pero recuerdas quién le mató?

      â€”Sí, señor, la madre de un ladrón habitual…

      â€”… ladrón al que Perati había acusado de acuchillar en una mano a un panadero para robarlo y al que había hecho confesar que sí, ¿pero cómo? Tumbándolo boca arriba sobre una mesa y fustigándole con el cinturón. Y dos días después ¿te acuerdas? el interrogado murió por una hemorragia interna.

      â€”Perdonadme, ¿puedo hablar con libertad, pero con todo el respeto?

      â€”Puedes.

      â€”Creo СКАЧАТЬ