La Furia De Los Insultados. Guido Pagliarino
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Название: La Furia De Los Insultados

Автор: Guido Pagliarino

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Книги о войне

Серия:

isbn: 9788873049395

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СКАЧАТЬ apresuró a buscar ayuda con el aparato telefónico del apartamento, momento en que apareció la patrulla y le detuvo.

      Como los agentes de la patrulla, tampoco el subcomisario pudo creer que el hombre fuera un cliente de la inaccesible meretriz, tras valorar sus ropas modestas y remendadas y la ausencia de dinero sus bolsillos. Considerando que posiblemente él había dejado abierta la entrada, supuso que era un cómplice en el mercado negro. Así que le acusó de haberla matado por una disputa en el momento:

      â€”¡Confiésalo y te dejo dormir!

      â€”No es verdad, seguramente ha sido un accidente que se ha producido antes de que yo entrara —negó el otro.

      â€”Si no eras un cómplice en desacuerdo es que otro te mandó a matarla —le apremió el funcionario.

      â€”¡Señor doctor, os12 digo de nuevo que no es verdad! —El hombre alzó la voz, abandonando el comportamiento dócil que había mantenido hasta ese momento.

      Sin que se lo pidieran, el brigada Bordin soltó:

      â€”Busòn!13 ¡Muestra respeto por el doctor o te lleno de patadas por donde te la meten!

      El subcomisario no admitía obscenidades y le reprendió:

      â€”Marino, las patadas y los insultos te los guardas —Continuó—: Gennaro, siempre que te llames de verdad Gennaro Esposito, y estate seguro de que haremos las comprobaciones en el Registro mañana… no, esta mañana, vista la hora, escúchame bien: también yo, como tú, tengo ganas de acabar, así que te hago una propuesta —El hombre había aumentado visiblemente su atención, abriendo ligeramente la boca mientras se le dilataban las pupilas un poco—: Si te confiesas culpable de homicidio preterintencional, lo que significa que la has matado teniendo otras intenciones…

      â€”… Lo sé.

      â€”Entonces, escucha: podrías por ejemplo decirme que no tenías dinero y que la víctima no quería darte crédito, por lo que, en un irrefrenable impulso de ira, la habrías dado un empujón, sin querer matarla, pero, por desgracia, al caer sufrió una herida mortal. Bueno, ya entiendes: de esta manera no se acaba delante del pelotón de ejecución,14 solo pasas un tiempo en la cárcel. Si, por el contrario, escribo en mi informe al juez instructor que sospecho que eres un sicario de algún contrabandista de la Camorra que ha querido eliminarla o un competidor directo de la mujer en el mercado negro que ha querido apartarla de este para siempre, seguro que acabas fusilado.

      El hombre, a pesar de estar más cansado que el subcomisario, no confesó:

      â€”No solo os repito una vez más que no soy un asesino y, como no lo soy, que esa mujer murió por un accidente anterior a que yo entrara en su casa, sino que además os digo también que soy un sargento mayor de artillería y he cruzado el frente llegando a Nápoles ayer por la tarde.

      â€”Hm… Cuéntame más.

      â€”Soy también cocinero, trabajaba como jefe de cocina en el círculo de los oficiales del tercer batallón, primer regimiento de la Artillería Costera, ubicada a unos cinco kilómetros al norte de Paestum, en la provincia de Salerno.

      â€”Ya sé dónde está Paestum… Está bien, suponiendo que me hayas dicho ahora la verdad, por tu bien tenemos que comprobar tu identidad militar, así que dime de qué escuela de suboficiales procedes y de qué promoción — En realidad, tras el caos posterior al armisticio esa verificación probablemente era imposible y D’Aiazzo lo sabía, pero contaba con el hecho de que el otro, si le hubiera mentido, se habría descubierto.

      El hombre no se alteró:

      â€”Mi carrera empezó de cero: Con 28 años, después de haber perdido el trabajo de ayudante de cocinero en una trattoria…

      â€”… ¿Qué hiciste?

      â€”… ¡Nada malo! El local cerró porque, como decían los dueños, habían llegado las últimas consecuencias de la crisis del 29.

      â€”Está bien, sigue.

      â€”Busqué trabajo, pero no encontré nada: nadie contrataba, si acaso despedía. Así que, para no ser una carga para mi madre, que se había quedado viuda y trabajaba duramente limpiando tiendas y cocinando y ayudando en casa de extraños, por fin me enrolé voluntario, esperando hacer carrera y convertirme en suboficial: seis años antes me había licenciado del servicio, con buenas notas, con el grado de cabo, que me habían reconocido al volver y, como ya había estado en las cocinas durante el servicio, después del curso de actualización sobre algunos cañones, me llevaron de nuevo delante de las cacerolas, además de realizar ejercicios periódicos de tiro con la artillería, el fusil y la pistola. Y así ha transcurrido toda mi carrera militar, primero como cabo primero, luego como sargento y finalmente como suboficial:15 sargento mayor jefe de la cocina del círculo de oficiales. Después del armisticio y el desembarco de los antiguos enemigos16 en nuestras costas, salí corriendo con mis compañeros, preocupado por no encontrarme ni con angloamericanos ni con alemanes. Me quedé escondido, comiendo frutas y verduras de las huertas y, las pocas veces que me escondía en granjas, también pan, leche y huevos. Pero los campesinos, o al menos los que me he encontrado, son gente interesada y me han pedido siempre algo a cambio, preferentemente dinero y, poco a poco, les he dado todo lo que me quedaba de mi última paga. Después, una vez acabado el dinero, tuve que pagar con mi reloj: era de acero, pero de marca y, como último purucchio17 he entregado mi medalla de San Genaro con cadena, ambas de oro de dieciocho quilates, regalo de mi familia por la primera comunión, a cambio de la camisa y la ropa de trabajo que llevo. Me he vestido de civil y he abandonado la placa militar de identificación y también los documentos, porque nosotros no solo los tenemos de otro color, sino que en ellos está escrito que somos militares y también nuestro grado…

      â€”… Lo sé.

      â€”Ya, también os pasa a vos. He tirado la tarjeta de identidad y la identificación militar, guardando solo la civil y, sin vestir uniforme, he venido a mi Nápoles, he conseguido pasar la línea de frente y, ayer por la tarde, entré la ciudad. Actuando de forma prudente, aunque estuviera vestido de civil y llevara conmigo un documento, he llegado a la Plazuela del Nilo, que no está lejos de la casa de mi madre y mía en el callejón de Santa Luciella. Y, por culpa de mi buen corazón, después de todo lo que ya me había pasado, he tenido además el impulso de ayudar a aquella mujer que gemía y… aquí estoy, justo cuando estaba ya muy cerca de casa.

      â€”¿Por qué tu licencia de conducir no indica tu domicilio en la zona de Paestum?

      â€”Tenía una habitación en el cuartel, junto a otro sargento mayor, también soltero. No tenía una habitación fuera: nunca he considerado los cuarteles como mi casa nunca he querido abandonar la dirección de Nápoles. Solo la cambié en la tarjeta de identidad y el permiso militar de conducir, porque era obligatorio, aparte del hecho de que con la licencia civil habría tenido que cambiarse con frecuencia la dirección de la Motorización,18 dado que me trasladaban cada pocos años y por el contrario, la carta y la licencia militar me la renovaban directamente en el nuevo destino. Y además, sobre todo, volvía a ver СКАЧАТЬ