Название: Sangre Pirata
Автор: Eugenio Pochini
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Зарубежное фэнтези
isbn: 9788873046837
isbn:
«Déjame ayudarte.» El muchacho se sentó a su lado y empezó a embocarla. El olor de la sopa hizo que su estómago se quejara.
«¿Comiste?» preguntó Anne.
«Claro que si» mintió él. No tocaba comida desde la noche anterior. Peor aún: lo poco que había tragado había terminado en el callejón tras el ron ofrecido por el portugués.
De vez en cuando limpiaba las esquinas de la boca de su mamá con una servilleta. Anne sonreía, tratando de tragar la sopa. Una vez terminado, le ayudó a acostarse.
«No tengo ganas de dormir» protestó la mujer.
«Tienes que descansar.» Johnny la miró de una forma que no admitía replicas.
Ella apoyó tranquilamente la cabeza sobre la almohada. «¿No te parece algo raro? Hasta hoy fui siempre yo a ocuparme de ti.»
«No hables ahora.»
«Es desde hoy en la mañana que ya no tengo tos, ¿sabes?» Anne parecía no escucharlo.
«Te vas a sentir mucho mejor, confía en mis palabras.»
«Ojalá tengas razón.»
Hubo un breve silencio entre ellos, durante el cual Johnny sintió un fuerte sentimiento de culpa. Como si estuviera prisionero en un cuerpo que no le pertenecía, se veía obligado a asistir impotente a la enfermedad de su madre. La observaba a través de un caleidoscopio multicolor, cuyas facetas reflejaban dolor y resignación. Entendió en ese momento que quería huir, correr lo más lejos posible para no verla reducida en ese estado.
«Será mejor que descanses» dijo. Agarró el plato y la cuchara. «Bartolomeu seguramente me va a necesitar. ¿Puedo dejarte sola?» En su corazón tenía miedo que le rogara de quedarse.
Anne lo sorprendió, contestándole con tranquilidad: «Ve y no te preocupes. Nos volveremos a ver cuándo habrás terminado.»
«De acuerdo.»
«Te quiero mucho, John.»
«Yo también» contestó él. Luego se agachó para darle un beso en la frente.
***
Durante la noche Johnny notó que Bartolomeu andaba muy preocupado. Había pronunciado solamente unas pocas palabras, y él se había dado cuenta de eso, sobre todo cuando entendió de que estaba esperando a alguien: seguía lanzando miradas discretas a la puerta y cada vez que esta se abría contenía la respiración, como agotado por la interminable espera. Sin embargo, prefirió no investigar, ocupado como estaba sirviendo a los clientes.
Pudo escuchar algunas de sus conversaciones que inevitablemente atraían su atención. Y volvieron a prender su fantasía. Había quien comentaba de la horrible muerte de Wynne y quien afirmaba que un cierto capitán Rogers se estaba preparando para una misteriosa expedición.
Una vez que el último cliente salió de la posada, Bartolomeu ordenó al muchacho de cerrarse en la cocina y limpiar los platos. Luego empezó a recorrer en el local, apagando una a una las velas. La habitación cayó en un crepúsculo sombreado, aún más obscura a causa de las pocas llamas que habían quedado.
Johnny pasó una hora enjuagando un sin fin de platos y jarras. Debido al inconfundible olor a especias, tenía los ojos hinchados y la nariz tapada. Le daba miedo de desmallarse. Pero una vez acostumbrado, procedió más rápidamente. Estaba limpiando una jarra de barro, cuando la puerta del otro lado de la habitación se abrió con un ruido sordo.
«Llegaste, por fin» oyó decir a Bartolomeu.
«Estuve muy ocupado con algunos asuntos personales.»
Reconoció la voz de Avery. Después del trabajo, le había confiado que no se sentía bien y que prefería irse a dormir temprano. Entonces, ¿por qué estaba allí?
«¿Bart, estamos solos?» preguntó el anciano.
«Tú no te preocupes» contestó el otro. «Mandé el muchacho a la cocina. Seguro tendrá bastante trabajo. Ahora siéntate y explícame porque querías hablar conmigo.»
Hubo un ruido de sillas. Johnny caminó cautelosamente hacia la puerta que separaba la cocina de la habitación principal. La empujó lentamente, dejándola lo suficientemente abierta para escuchar a escondidas.
«¿Cómo está Anne?» preguntó Avery.
«No bien» contestó el portugués. «Son algunos días que parece haber mejorado. Esto me hace esperar. Pero sin la opinión de un médico, no podemos estar seguros.»
«Es una verdadera lástima.»
«Así es.»
Johnny se impresionó. Escucharlos platicar con un tono tan preocupado sobre la condición en la que se encontraba su madre lo animó. Empujó aún más la puerta y siguió mirando. Desde la posición donde estaba era capaz de vislumbrar la espalda de Avery.
El anciano comentó: «Sin embargo no quería platicar de eso, si no de lo que le pasó a Wynne. Fui a su ejecución.»
«¿Lo conocías?» preguntó Bartolomeu.
«Estábamos en el mismo barco.»
Faltó muy poco a que el joven gritara por el asombro. ¿Así que los rumores sobre la vida de Avery eran verdad? ¿Era realmente un pirata? Tenía que encontrar una manera de averiguarlo.
Se deslizó fuera de la cocina, empujando la puerta tan lentamente que se tardó una eternidad. Caminando gatoneando como un bebito llegó al largo mostrador y se detuvo para calmar los latidos de su corazón. Podía sentirlo palpitar hasta dentro de las sienes. En su mano derecha todavía sostenía la jarra de vino: se había olvidado que la tenía con él. La emoción era tan fuerte que ni siquiera notó que estaba apoyado en el estante lleno de botellas. El movimiento las hizo tintinear. Él levantó la vista, asustado. Durante una fracción de segundo, no sucedió nada. Luego oyó algunos pasos que se acercaban. Levantó la mirada. La mano callosa de Bartolomeu apareció por encima de su cabeza. Estaba a unas pocas pulgadas. Incluso podía oír el hedor de su aliento. Pronto le agarraría el pelo, lo sacaría y... al contrario, se inclinó sobre el estante y tomó una botella de ron, volviendo hacia Avery.
«Esto no me explica porque quisiste verme» comentó mientras abría el corcho de la botella.
«Ahora te lo explicó» contestó Avery.
Se escuchó el eco de un segundo ruido de pasos, seguido por las jarras que venían dispuestas una junta de la otra. Johnny se inclinó sobre el borde del mostrador. Vio a los dos servirse de beber.
«Wynne hizo muchas cosas malas en su vida» afirmó el anciano y se tomó su ron. «Pero era solamente un miserable. No merecía terminar su vida así.»
«Mejor él que nosotros» declaró Bartolomeu.
Avery asumió una expresión que era una mezcla entre incredulidad y resignación.
«¿Tienes miedo que te descubran?» le preguntó el portugués.
El no respondió. СКАЧАТЬ