Sangre Pirata. Eugenio Pochini
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Название: Sangre Pirata

Автор: Eugenio Pochini

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Зарубежное фэнтези

Серия:

isbn: 9788873046837

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СКАЧАТЬ la noticia sobre el tesoro sin duda ya se conocía en toda Port Royal. No iba a tardar mucho en llegar hasta orejas indiscretas.

      “Cuando el Rey Jorge sepa que financias expediciones piratas por tu mero interés personal, estarás en problemas amigo mío” pensó Rogers. Su continua indiferencia no se debe equivocar con falta de interés. La situación era muy problemática, pero de todo eso seguramente él podía sacar unas ventajas.

      «¿Cómo logra estar tan tranquilo?» le preguntó Morgan cerrando los puños hasta poner blancos los nodillos de las manos.

      Él se puso de pie sin responder. Tenía la intención de considerar muy bien las palabras que iba a pronunciar para evitar que se enfureciera aún más, y al mismo tiempo, hacerle comprender que con personajes de ese tipo se debía tratar con la justa firmeza. Empezó a caminar adelante y hacia atrás por toda la habitación.

      «Si me permite» repitió, «creo que reaccionar de esta manera no le servirá de nada. Wynne ya reveló a todo mundo sus negocios secretos.»

      «¿Y le parece algo de poca importancia?»

      «Claro que no.»

      «¡Se burló abiertamente de todos nosotros!» ladró Morgan.

      «No es verdad» Rogers exhibió una teatral cuanto evidentemente falsa sonrisa. «Sólo se divirtió a burlarse de usted, excelencia. Así que gritar en contra de un hombre muerto no resolverá el problema. ¿Usted pensaba de tener la situación bajo control? ¡Bueno, siento decirle que estaba equivocado!»

      El gobernador se puso rojo, su boca se redujo a una línea muy sutil. El maquillaje derretido lo hacía parecer más grotesco de lo normal. Sus ojos parecían querer brincar fuera de las órbitas.

      Viéndolo en ese estado, Rogers tuvo que aguantar una sonrisa llena de satisfacción.

      «Siempre y cuando usted no esté listo a hacer una elección» sugirió. «Lo que quiero decir…» y deliberadamente cortó la frase. Fingió estar pensando, presionando el índice sobre sus labios. De alguna manera quería que su gesto pareciera como algo que pudiera ayudarlo a reflexionar. Y de hecho se puso a pensar: “Perdiste el control de la situación, Henry. Acéptalo. Ese pirata te jugó una buena broma. A lo mejor estaba loco de verdad. O a lo mejor no. ¿Quién puede decirlo?”

      «¡Entonces!» le preguntó Morgan, desesperado. Empezó a masajearse las sienes.

      «Puedo anticipar mi salida de un par de días» comentó Rogers. «Puede ayudarnos a ganar un poco de tiempo, aunque eso nos obligaría a modificar nuestros acuerdos. Casi seguramente la tripulación no estará nada contenta de esta decisión.»

      «Si el problema es el dinero…» comentó el gobernador.

      «El problema es el tesoro.» El corsario recogió del piso la carta de compromiso y la movió adelante de sus ojos, antes de ponérsela otra vez en la bolsa del pantalón.

      «¡Todo lo que usted quiera!» Morgan golpeó con ambas manos el escritorio. «Tenemos que llegar antes de los demás. Actuar rápidamente nos pudiera salvar de la humillación y evitar problemas con Su Majestad.»

      «No lo sabrá. Aunque la noticia llegue hasta él, no hay pruebas concretas. Aparte el Triángulo del Diablo siempre ha sido considerado como una leyenda.»

      «Si tiene toda la razón.»

      «E incluso si se esparciera el rumor de que usted pagó una tripulación de piratas, ¿qué culpa tendría usted para tal participación? El último miembro de la tripulación de Bellamy murió hace unas horas.»

      «¿Entonces?»

      «El precio que acordamos es justo.» La declaración de Rogers quería tener la doble función de calmar a su interlocutor y centrar su atención sobre lo que iba a decir. «Pero si quiere garantizada mi fidelidad y la de mis hombres pretendo ocho partes de cien.»

      «¡Usted está loco!» gritó Morgan, que parecía estar muy cerca de desmallarse.

      «Nunca me sentí mejor en mi vida.»

      «¡Este es un robo!»

      «Puede aceptar o no, usted elige.»

      «Cuatro partes de cien» contestó el gobernador.

      «Usted es un hombre muy avaro, su excelencia.» El corsario se encogió de hombros. «Usted hiere mi orgullo si cree que solamente valgo cuatro partes de cien. Recuerde: si la expedición será exitosa, ni siquiera se verá obligado a dividir el botín con el Rey.»

      «Cinco partes, capitán. Ya no quiero hablar de ese tema.»

      «Con sólo cinco partes no puedo garantizar que alguien no vaya contando esta historia por donde sea.»

      «Como ve seis, entonces.»

      «¡Siete!»

      Morgan permaneció inexpresivo, con los codos apoyados en la mesa y los dedos entretejidos delante de él.

      «Está bien» aceptó finalmente. «Siete.»

      «Usted es una persona muy sabía.» Rogers extendió el brazo y esperó a que el otro, aunque evasivo, respondiera al saludo. Cuando lo hizo, agarró su mano juntándola con la suya. «Con su permiso quisiera pedir algo más.»

      «¿Más?»

      «Después de todos los años dedicados a servir a la Corona, creo merecer algo más que una simple carta de compromiso. Así que quisiera ser recompensado con la asignación de algunas posesiones y de un título nobiliario reconocido por la soberanía del Rey.»

      «¿Un ascenso político, entonces?»

      «¡Exactamente!»

      «¿Independientemente si su expedición tendrá éxito?»

      Rogers asintió.

      «Como usted desea» aceptó Morgan, visiblemente cansado. «Veremos de interceder por usted en la Corte.»

      «Se lo agradezco.» El corsario dejó las manos del gobernador y se alejó de la mesa rápidamente. Antes de salir se detuvo un momento cerca de la puerta. «Cada promesa es como una deuda. Que nunca se le olvide, excelencia.»

      Después de haber dicho eso, se salió.

      ***

      Anne estaba sentada en la cama, la espalda apoyada contra la pared, mirando hacia la ventana. En sus manos tenía un plato de sopa. Sus cabellos ondulaban en la brisa que precedía a la puesta del sol, despeinados alrededor de su cabeza. Ya no parecía un calamar en putrefacción. Parecía más bien una gavilla de trigo arrastrada por el viento. Su rostro, aunque pálido, estaba recuperando un ligero enrojecimiento. Al menos por ahora la sombra de la enfermedad había desaparecido.

      «¿Cómo te sientes?» le preguntó Johnny que acababa de regresar. Todo el día había estado ansioso, excepto durante el ahorcamiento de Wynne. Asistir a su muerte lo había inundado de un horror que había alejado temporalmente sus preocupaciones sobre la salud de su madre.

      «Cansada» СКАЧАТЬ