Название: Sangre Pirata
Автор: Eugenio Pochini
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Зарубежное фэнтези
isbn: 9788873046837
isbn:
“Eso era lo de que hablaba Avery” pensó. “Lo quieren ver muerto. Y pronto. Es lo único que le interesa.”
«¿Usted cómo se declara?» le preguntó el soldado a Wynne. Una pregunta que representaba solamente un ritual, respuesta que no tenía ninguna importancia.
El pirata no contestó.
«Que Dios tenga piedad de su alma» concluyó el hombre. Envolvió nuevamente el pergamino y miró al gobernador, que contestó agitando perezosamente su mano.
Sin perder tiempo, Wynne fue obligado a subir. Casi a la mitad de la escala sus piernas perdieron fuerza y casi casi se iba a caer de espalda. Desde la multitud surgieron gritos de protesta. Uno de los soldados lo agarró fuertemente y lo obligó a continuar.
«Su destino ya está decidido» afirmó Johnny, con tristeza. «¿Porque lo odian tanto?»
Esperó a que Avery le contestara algo, dando por sentado su participación. Cuando este no respondió, se volvió para mirarlo.
Se quedó desorientada por lo que vio.
El anciano tenía los ojos tan brillantes que casi podían reflejar la luz del sol. Se estaba conteniendo de llorar sólo porque no quería mostrarse en ese estado.
Mientras tanto, Wynne había llegado al destino y estaba a completa disposición del verdugo. Decenas y decenas de voces gritaron nuevamente su desprecio, seguidas por un ruido de tambores más potentes. Kane colocó el condenado con cuidado sobre la trampilla y apretó el nudo alrededor de su cuello. Todo estaba inmóvil, incluso el aire. Incluso el lejano remolino de las olas se había detenido.
Fue entonces cuando el francés sorprendió a los presentes. Se echó a reír en voz alta, tan alta que cubrió el mismo ruido de los tambores y la multitud abajo. Era como si un cañón estuviera disparando muy cerca de allí.
«¡Así es como me agradecen por haber revelado el lugar donde se oculta el más grande tesoro que este mundo nunca haya visto!» gritó.
Un silencio glacial cayó sobre Fort Charles. De la locura que animaba el cerebro del pirata pareció no quedar ningún rastro. Incluso Henry Morgan quedó sorprendido, con la boca abierta en una expresión idiota.
«Gobernador» le gritó Wynne, «¿dígame donde ocultó el mapa que le dibujé para llegar al Triangulo del Diablo?»
Un grito agitado surgió entre la gente. Como muchos otros, Johnny también se volvió para mirar a Morgan: bajo el blanco pálido del truco, era posible notar un rubor debido a la vergüenza y a la ira. Luego miró nuevamente a Avery. Antes de que sus ojos cruzaran los del viejo, se detuvieron sobre la figura de otra persona, no lejos de donde ellos estaban.
Era el pirata con los dientes de oro.
El chico se tambaleó, como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el estómago. El individuo estaba concentrado escuchando las palabras de Wynne. Durante una fracción de segundo estuvo convencido de verlo sonreír.
«¿Porque vino aquí?» se preguntó. Ese sujeto le daba miedo y lo ponía increíblemente nervioso.
«¿Que dijiste?» le preguntó Avery.
«Allá…» Las palabras murieron en la garganta. El tipo había desaparecido. Lo buscó en todas partes, estudiando con cuidado los muchos rostros que lo rodeaban, pero no lo pudo ver en ningún lugar.
Mientras tanto Wynne seguía gritando: «Si mi destino es de irme al infierno, ¡es mejor que se den prisa!»
Morgan pareció recuperarse de su estado de indolencia. Gritó una serie de órdenes, sin que nadie pudiera hacer mucho. Wynne había concluido una segunda y más poderosa carcajada, al punto que la total confusión que había tomado posesión de la fortaleza estaba continuamente aumentando.
«¡Kane!» gritó. «¡La escotilla! Abre esa maldita escotilla. ¡Estúpido idiota! ¿Qué estás esperando?»
El verdugo agarró la palanca del mecanismo de apertura y la jaló. Siguieron una serie de ruidos en rápida sucesión. Entonces Wynne cayó en el vacío, flotando y colgando en el aire. A pesar de la violenta colisión, el cuello no se había roto. Y no solamente eso. Aunque se estaba ahogando, no dejaba de reír. Su cara empezó a hacerse de color morado y su lengua salió de su boca. Debido a los espasmos se la mordió hasta arrancársela. Un torrente de sangre ensució sus labios y las mejillas, como los pétalos de una flor rosada.
«¡Que alguien lo detenga!» gritó Morgan, delirando como aquello que estaban presenciando a esa escena escalofriante.
Solamente el hombre sentado a su lado eligió actuar.
Subió al andamio y sacó la espada. Cuando llegó a la plataforma se escapó al agarre de Kane, quien, sorprendido de encontrarlo allí, instintivamente había tratado de detenerlo. Dió un corte muy fuerte a la cuerda, y el francés terminó por derrumbarse sobre el pavimento. El impacto generó un ruido desagradable, de huesos rotos. Rodó un par de veces, emitiendo unos versos agonizantes, y después su cuerpo permaneció inerte.
Johnny vio todo esto con el corazón en la garganta. La imagen de Wynne estaba impresa en su retina como una marca de fuego.
Ya no lo podía evitar. Podía distinguir cada detalle; desde la posición falsa del pirata, sus piernas quebradas y el busto doblado, hasta el rostro morado y sucio de la sangre que había vomitado. El desprecio de esa ejecución había sido revelado en todo su horror.
«Ya vámonos, Johnny.» Bennet Avery le estaba hablando. «Escuché lo que quería escuchar. Aparte no me gusta nada toda esta confusión.»
El muchacho asintió, aún más asombrado: el anciano rara vez se había dirigido hacia él llamándolo por su nombre. A parte había percibido algo obscuro en su actitud, una sensación que no le daba tranquilidad. La fantasía lo arrastró con la misma violencia que un río lleno, tanto que pudo disipar su indecisión: Avery sabía más de lo que dejaba entender y había llegado el momento de averiguar de qué se trataba.
CAPÍTULO TRES
LOS MUERTOS NO HABLAN
«¡Rayos!»
Poseído por un ansia incontrolable, Morgan tiró todos los objetos que llenaban su escritorio, incluyendo unas cartas náuticas, un sextante de excelente construcción y la carta de compromiso destinada a Rogers.
«¡Maldito malcriado!» gritó. «¡Merecía sufrir cien veces más!»
Frente a él, el corsario estaba sentado sobre un sofá de terciopelo, y parecía no preocuparse mucho del enojo del gobernador.
«Si me permite…» intentó comentar.
«¡Usted cállese!» lo interrumpió el gobernador.
Siguió un largo y profundo silencio, sólo marcado por la respiración jadeante del hombre. Rogers prefirió no discutir. Habría sido mejor esperar a que él solo se tranquilizara, para lograr perseguir sus propios intereses.
Las revelaciones de Wynne habían contribuido a empeorar la СКАЧАТЬ