Название: El Criterio De Leibniz
Автор: Maurizio Dagradi
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Героическая фантастика
isbn: 9788873044451
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La lección de historia del Japón medieval es realmente insoportable. ¿Qué más me da lo que pasara en esa época? Yo estoy viviendo ahora. Es ahora cuando no puedo estar contigo, y me duele el corazón de lo mucho que te echo de menos.
Dentro de dos semanas tengo el examen de historia y no consigo retener las nociones. Me saldrá mal, lo sé. Y mis padres se preguntarán por qué, después de una buena carrera universitaria, mi rendimiento ha bajado tan notablemente.
No, no es justo, ni por ellos, que me quieren, a pesar de todo, y esperan que llegue a una buena posición social, ni para mí, porque si no termino los estudios solo podré hacer tareas domésticas, precarias y mal remuneradas. ¿Por qué las mujeres japonesas están tan discriminadas? Es una sociedad marchita, dominada por machos autoritarios que deciden todo y dejan a la mujer mirando ese techo transparente a través del cual ellos gobiernan nuestras vidas.
Pero yo no quiero quedarme en la sombra.
Estudiaré, sí, estudiaré más que nunca, también Historia, sí, y me licenciaré y seré profesora, ganaré lo suficiente y podremos casarnos, y tú saldrás de esa barca y dejarás de ser pobre. Y tú también podrás estudiar, como yo, y serás poeta: tienes el talento, Noboru, y tienes que complementarlo con los estudios».
Midori levantó la pluma de la hoja y se pasó las manos por los ojos, para secar las lágrimas que se deslizaban por su rostro copiosamente. Sufría terriblemente. Pero también era fuerte y racional. Sabía luchar.
Maoko cogió el pañuelo y se secó los ojos. El desgarro de Midori la había conmovido. Ese amor atormentado se escapaba de las páginas del libro y le llegaba al corazón, haciéndola llorar cada vez.
Con un suspiró pasó la página, pero justo en ese momento alguien llamó a la puerta.
Un golpe discreto, casi tímido, habría podido decir.
Perpleja, miró el reloj a la luz de la lámpara: eran las diez de la noche, ¿quién podía ser, a esa hora?
Se levantó de la cama, dejó el libro y se dirigió a la puerta. No había mirilla, así que se acercó con precaución.
—¿Sí? —preguntó sin abrir.
—Novak —fue la simple respuesta.
Maoko levantó los ojos al cielo, suspirando, luego encendió la luz principal, abrió la puerta y dejó entrar a la noruega; volvió a cerrar con llave, anticipando lo que iba a pasar.
Tenía razón.
Jasmine Novak llevaba un abrigo marrón claro con detalles de tartán, de una calidad óptima. Zapatos marrones con tacón bajo y el pelo recogido en una coleta. No llevaba bolso.
Se había parado apenas había entrado. Esperó a que Maoko se pusiera frente a ella, después, con un gesto controlado, se desabrochó el abrigo empezando por arriba, botón a botón, con un ritmo regular. Cuando llegó al final, cogió las aletas del abrigo a la altura del pecho y las abrió lentamente, de manera perfectamente simétrica.
Estaba completamente desnuda.
Maoko sabía que las mujeres escandinavas eran desinhibidas, pero no se esperaba un comportamiento así.
Novak separó las dos partes del abrigo hasta que la prenda comenzó a deslizarse por sus hombros. La dejó resbalar suavemente por sus brazos, detrás de sí, y, cuando iba a caer al suelo, lo sujetó con las manos, lo dobló a media altura y lo colocó ordenadamente en el respaldo de un sillón cercano.
Después fijó su mirada en los ojos de la japonesa y tendió los brazos hacia delante, cruzando las muñecas.
Maoko sostuvo la mirada, de manera aséptica, y después observó las muñecas: solo quedaba una leve irritación donde habían estado las cuerdas la noche anterior. Esto supuso una gran satisfacción para ella, porque confirmaba su maestría del Shibari, el arte japonés de la cuerda. Se dedicaba a ello paralelamente a sus estudios universitarios, por el gran contenido estético que contenía ese arte, y quería llegar a Nawashi, o maestra.
Habría podido realizar una escultura refinada, usando cuerdas artísticamente sobre el cuerpo escultural de Novak, pero no creía que conociese el Shibari y, menos todavía que hubiera ido para ofrecerse como modelo para esa forma de arte.
No, la mujer noruega quería otra cosa, y lo estaba pidiendo con los ojos encendidos, y con el cuerpo desnudo que se ofrecía sin reservas a la mirada de Maoko.
Tenía la piel clara, como correspondía a su procedencia, y el pelo rubio le llegaba hasta los hombros con un corte cuadrado sencillo pero preciso.
El rostro sin maquillaje era delicado, iluminado por ojos de color azul claro correctamente espaciados y decorados por cejas rubias arriba y pecas claras abajo.
La nariz era pequeña y un poco levantada, la boca sutil con labios de color rosa claro.
El mentón regular, con una pequeña cavidad que, junto al corte de los labios, daba una impresión de impertinencia.
Los pómulos se mostraban apenas, y las mejillas eran tersas y suaves. Las orejas eran pequeñas y bien formadas. El cuello largo y sutil estaba en perfecta armonía con la cara.
Los hombros tenían una anchura comedida y proporcional a la altura de la mujer, de un metro setenta, y los músculos bien definidos mostraban una actividad física regular. Las clavículas emergían ostentosamente, tensando la piel y confirmando la mucha tonicidad de ese cuerpo.
El esternón y las costillas también dibujaban la imagen de un esqueleto perfecto, con una caja torácica pequeña y extremadamente femenina que llegaba a una cintura estrecha y sensual.
Los senos eran de dimensión contenida, bien sostenidos por la musculatura de aquella mujer que tendría unos treinta y tres o treinta y cuatro años.
Vientre plano con abdominales evidentes, fruto de entrenamientos de carreras o de bicicleta.
Las piernas eran una maravilla. La longitud del fémur y la de la tibia tenían la proporción ideal, y resaltaban la musculatura de los muslos y la pantorrilla. Los tobillos finos completaban ese cuadro envidiable.
Maoko observó los brazos largos y delgados, tónicos como todo lo demás, y las manos, con dedos finos y elegantes. Con una mano la cogió por las muñecas cruzadas y la condujo lentamente hasta la cama individual.
—Quítate los zapatos —le ordenó con voz tranquila pero firme.
Novak hizo lo que se le pedía, y después Maoko se colocó detrás de ella y la hizo ponerse de rodillas sobre la cama, haciéndola avanzar hasta el centro, y girada sobre el lado más largo. Cogió sus manos y se las puso detrás de la espalda, después cruzó sus muñecas de nuevo y los sujetó con una mano.
—Separa las rodillas —ordenó de nuevo.
La noruega obedeció.
—Más —añadió.
Novak separó un poco más las rodillas, manteniendo los muslos derechos para sujetar el cuerpo.
—Bien. СКАЧАТЬ