El Criterio De Leibniz. Maurizio Dagradi
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Название: El Criterio De Leibniz

Автор: Maurizio Dagradi

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Героическая фантастика

Серия:

isbn: 9788873044451

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СКАЧАТЬ y no había forzado la atadura, con lo que no se había dañado la piel.

      —Arrodíllate —ordenó Maoko, apoyando un dedo en cada costado para guiarla.

      La noruega dejó la posición recta que mantenía y apoyó los muslos sobre las pantorrillas. Los brazos estaban relajados a los lados.

      Maoko quitó un cojín que estaba sobre la cama y lo dejó sobre el sofá.

      —Túmbate —añadió. La sujetó por los hombros y la ayudó a tumbarse boca arriba.

      Sujetándola por las muñecas colocó los brazos sobre su cabeza, apoyados en la cama y flexionados de modo que las manos estuvieran a unos veinte centímetros de distancia, con las palmas giradas hacia arriba.

      Le puso el pañuelo en las manos.

      —Mantenlo tenso. Mira al techo —le dijo.

      Ella obedeció y tensó el pañuelo con las manos apoyadas en la cama, después fijó la mirada en el techo, pintado de blanco.

      —Separa —indicó con una voz neutra, apoyando las manos en el interior de sus muslos. Le hizo separarlos hasta que las rodillas estuvieron a una distancia de sesenta centímetros, mientras los pies estaban girados relajadamente hacia el centro de la cama.

      La japonesa volvió al armario y cogió otro par de guantes, después fue a la cocina y cogió unos palillos japoneses de un cajón 24.

      Novak siguió por el rabillo del ojo los movimientos de Maoko, pero cuando esta se dio la vuelta para volver a la cama volvió a mirar el techo rápidamente.

      La japonesa se acostó a la derecha de Novak y la miró con expresión crítica, empezando por los pies y siguiendo por las piernas, el abdomen, el tórax y la cara, hasta las manos, que tensaban el pañuelo diligentemente. El sudor se había secado casi completamente. Verificó de nuevo que estaba mirando el techo y se inclinó sobre su vulva.

      Con el pulgar y el índice de la mano izquierda separó los labios cerca de la unión superior, a la altura del clítoris. El órgano asomó la cabeza por el prepucio clitoriano. Era pequeño, pero bien definido, rosa fuerte, y terso por la excitación. Maoko articuló los palillos en la mano derecha y tocó las puntas una contra la otra dos veces, con un tic tic seco de madera, de la que estaban hechos, y después los acercó a la vulva y, con gran precisión cogió el clítoris por las puntas como si fuera una tierna gamba.

      Apretó un poco, lo mínimo que bastaba para sujetar bien la presa, e inmovilizó su mano. El clítoris era prisionero de los palillos, ligeramente presionado por las puntas que lo sujetaban por los lados. Miró la cara de Novak. Seguía mirando fijamente el techo, pero había abierto los ojos de par en par y tenía la frente perlada de sudor. La boca estaba medio abierta y parecía emitir un «oooh» silencioso.

      Satisfecha por el autocontrol que demostraba la noruega, Maoko movió con atención extrema las puntas de los palillos, describiendo un círculo en el sentido contrario a las agujas del reloj, deformando el clítoris en consecuencia. El movimiento era de pocos milímetros, pero las seis mil terminaciones nerviosas que llegaban al órgano transmitían unas impactantes oleadas de placer al cerebro de la mujer noruega.

      Novak emitió un gemido y contrajo visiblemente los abdominales.

      —¡Contrólate! —siseó Maoko.

      Novak se paralizó, y después relajó el abdomen lentamente, y tendió con fuerza el pañuelo entre las manos, convirtiéndolo en la válvula de escape de la extrema tensión a la que estaba sometida.

      La japonesa continuó con el movimiento rotatorio dando tres vueltas en un sentido, después otras tres en el sentido contrario, alternativamente, para equilibrar la tensión sobre el clítoris. Durante el proceso, todo el cuerpo de Novak se recubrió nuevamente de sudor. Tiraba fuerte del pañuelo, para controlarse más, y los bíceps emergían con evidencia, contraídos y bien modelados.

      Tres vueltas hacia un lado, tres vueltas hacia el otro, continuamente, sin descanso. El clítoris estaba ahora de color rojo oscuro, y erecto.

      Después de unos dos minutos Maoko vio que la cara de Novak estaba enrojeciendo también y que su respiración se aceleraba. Los abdominales se estaban contrayendo involuntariamente y, de la garganta de la mujer, salía una especie de gemido que iba aumentando de volumen. Estaba a punto de llegar al orgasmo, y Maoko abrió súbitamente los palillos liberando el clítoris de manera improvisa. Soltó también los labios, que se cerraron.

      —¡Aaah! —se lamentó Novak con un sonido nasal, mientras la excitación era interrumpida de golpe. Estaba decepcionada, ansiosa por concluir y llegar al clímax, pero todo se había parado inesperadamente.

      Levantó la cabeza y miró con rabia a Maoko, pero esta volvió a colocarla como estaba.

      —¡Pórtate bien! ¡Baja la cabeza! —le gritó, apoyando su mano izquierda en su frente y empujándola hacia abajo.

      Novak retornó a su posición, irritada. Resopló a modo de protesta, pero luego se relajó y volvió a mirar al techo y a tirar del pañuelo.

      Su cara estaba volviendo a tener un color normal y el sudor se secaba rápidamente.

      Maoko esperó un poco. Cuando le pareció que se había calmado lo suficiente, apoyó su mano izquierda sobre su abdomen y comenzó a acariciarlo, ligeramente, haciendo círculos, para apreciar la piel lisa y los músculos tónicos que la esculpían. Novak cerró los ojos, sumisa. Respiraba con regularidad, tranquila, inspirando por la nariz y expirando por la boca medio cerrada. En un estado de gran relajación, aflojó el agarre del pañuelo.

      En ese momento Maoko introdujo delicadamente el dedo medio de su mano derecha en la vagina, con la palma de la mano hacia arriba. Pareció que Novak no reaccionase. Añadió el índice y empujó un poco más arriba. Entonces Novak abrió los ojos, con la mirada vacía, parecía ausente. Maoko empujó un poco más, de manera que el anular y el meñique también entraron; su pequeña mano empezó a penetrar la vagina de Novak. La mujer noruega abría los ojos más y más a medida que Maoko entraba dentro de ella. Extrañamente, no empezó a sudar, sino que palideció, desbordada por las sensaciones indescriptibles que estaba experimentando.

      La mano de Maoko continuaba a subir por el canal vaginal lubricado por la excitación, y el dedo pulgar también entró. La entrada a la vagina estaba dilatada y envolvía firmemente el diámetro máximo de la mano, de unos ocho centímetros. Empujando más, Maoko introdujo la mano completamente, y la entrada se cerró, húmeda, alrededor de la muñeca.

      Ahora Novak parecía medio adormentada; tenía los párpados medio cerrados y no mostraba reacciones evidentes. Parecía completamente abandonada a la posesión de la parte más íntima de su cuerpo, y parecía expresar una aceptación total.

      Con enorme coordinación Maoko había seguido acariciándole el abdomen, para que estuviera tranquila. Entonces cerró la mano derecha sobre el centro del vientre y apretó ligeramente. Después movió los dedos índice y medio dentro de su compañera, frotando las yemas contra la pared vaginal anterior. Los movía lentamente de forma circular, explorando, con los nudillos apoyados contra la pared del fondo a causa del pequeño espacio. Continuó explorando minuciosamente hasta que encontró lo que buscaba. Una zona rugosa, no más grande de una moneda, centrada en el eje de simetría de la vagina. Novak tenía el punto G СКАЧАТЬ