El Criterio De Leibniz. Maurizio Dagradi
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Название: El Criterio De Leibniz

Автор: Maurizio Dagradi

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Героическая фантастика

Серия:

isbn: 9788873044451

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СКАЧАТЬ abrió mucho los ojos. Nueve mil millones de kilómetros. Las distancias a las que él estaba acostumbrado eran las que él podía recorrer con el coche. Diez kilómetros, cien, doscientos kilómetros, y no mucho más.

      Nueve billones de kilómetros. No podía imaginar una distancia similar.

      —Bien —continuó Drew, observando, divertido, la perplejidad del rector—, por lo que sabemos el universo tiene un tamaño de noventa y tres mil millones de veces esos nueve billones de kilómetros, o sea, unos ochocientos mil trillones de kilómetros.

      McKintock miraba a Drew con ojos perdidos.

      —No te preocupes, McKintock. Yo tampoco puedo imaginarme esta distancia. Nadie puede. No está hecha a medida del hombre. Lo importante, sin embargo, es que a nivel matemático eso es un número como cualquier otro, y por lo tanto se puede trabajar con él. Y todavía más importante es que con nuestra máquina podremos explorar cualquier región del universo que queramos. Esto es importante. Piensa al progreso de la ciencia. Todos los tesoros de conocimiento que nos esperan. Es increíble que nos haya pasado a nosotros, pero ha sucedido, y soy inmensamente feliz de vivir en esta nueva era que está comenzando.

      McKintock permaneció en silencio durante un tiempo. Tenía que digerir todo lo que acababa de oír. Se sentía oprimido por la inmensidad de aquellas distancias, de esos conocimientos de los que había hablado Drew. Estaba como aplastado bajo aquella masa inconmensurable que imaginaba que estaba sobre ellos.

      —Pero... ¿y alguna aplicación más..., digamos, cotidiana? —preguntó, inseguro.

      —Ah, claro. Se me olvidaba —respondió Drew—. Podemos construir máquinas pequeñas, estructuradas convenientemente, que permitirían trabajar en el campo médico. Podrán eliminar masas tumorales del cuerpo, sin intrusión. Las biopsias se convertirán en una simple consulta en absoluto traumática. Piensa lo que esto conllevará. Bastará regular la máquina sobre la posición, la forma y la dimensión de lo que se quiere extraer, activarla, y, en menos de lo que canta un gallo, esa masa estará fuera del cuerpo. El espacio que ocupaba podrá ser ocupado, por ejemplo, por solución fisiológica, o productos similares. No soy médico, así que no puedo adentrarme en los detalles. Ya lo pensarán los especialistas.

      Omitió deliberadamente citar la posibilidad de desplazar seres vivos, esperando que al rector no se le ocurriera.

      Iluso.

      —Dime una cosa, Drew —comenzó McKintock con aire indagador—, ¿qué tamaño pueden tener las cosas que podrían transportarse?

      «¡Ay!», pensó Drew, anticipando lo que venía.

      —Bien —respondió de forma evasiva—, todavía no lo sabemos bien —lo cual era verdad—. Tenemos que construir una máquina más grande y ver qué puede hacer —y esto también era verdad. Apretó los puños que tenía sobre sus piernas, escondidos por el escritorio. No le gustaba mentir, y se sentía mal.

      —Uhm, entiendo —respondió el rector asintiendo lentamente, serio. Era un gran conocedor de la gente y veía cuando su interlocutor le estaba escondiendo algo.

      —Por casualidad —retomó con aire de poco interés—, ¿habéis experimentado con alguna forma viva?

      «Vale», capituló Drew en su fuero interno. Pero aún hizo un último intento desesperado.

      —¿Por qué me lo preguntas? —probó.

      —Así, por pura curiosidad —respondió McKintock, esta vez con sorna—. He visto pasar a Bryce por la ventana, con algunas cajas, y me preguntaba si a lo mejor contenían cobayas para tu laboratorio. Sabes, he tenido la impresión de que dentro de esos contenedores se agitase algo nervioso. ¿Qué puedes contarme?

      —Muy bien. No se te puede esconder nada, McKintock —se rindió Drew—. Efectivamente, hemos experimentado el intercambio con plantas y animales, y todo ha funcionado bien, al menos por lo que hemos podido ver hasta ahora —dijo, y dio un profundo respiro—. No quería escondértelo, solo quería tener tiempo para experimentar más para poder confirmarlo.

      —Entiendo —y esta vez el rector aceptó con comprensión, apreciando la corrección de Drew—. Pero, en teoría, en teoría, digo bien, ¿sería en principio posible desplazar personas? —preguntó, mirando fijamente al físico a los ojos.

      Drew no tenía escapatoria, así que no alargó más la cosa.

      —Sí. En teoría, sí. Cuando tengamos la máquina apropiada y hayamos experimentado todo lo que haga falta con ella, y si legalmente se puede hacer, sí, podremos desplazar a gente —concluyó, diciendo todo de una vez.

      McKintock estaba radiante de alegría. El cansancio del día se había disipado como con un golpe de viento que lo hubiera llevado lejos. Se levantó y pasó por detrás del escritorio. Le dio la mano a Drew, apretándola calurosamente.

      —Fantástico, amigo mío. Increíble y fantástico —le felicitó con sinceridad.

      —Gracias, McKintock. Ahora, me voy a casa. Estoy realmente cansado. Hasta mañana.

      —Adiós, Drew. Hasta mañana —se despidió el rector, y lo vio salir encorvado de su despacho.

      Drew llegó a casa y lo primero que hizo fue darse una ducha.

      La extrema tensión del día fluyó junto con el agua sucia y él se dio cuenta de que tenía muchísima hambre. Su hermana había preparado la cena, como correspondía a una persona perfecta y estricta como era ella, y comieron juntos charlando de todo y de nada.

      —¿Cómo está tu amiga de Leeds? —preguntó Drew dentro de esa dinámica—. Ahora vas a verla todos los fines de semana. ¡Tenéis que tener muchos intereses en común! Por cierto, ¿cómo se llama?

      Timorina levantó la ceja derecha, sorprendida por ese interés inesperado por sus cuestiones personales. Drew le preguntaba raramente sobre asuntos que la concernían personalmente, inmerso como estaba en su trabajo y sus estudios.

      Además de sorprenderse se dio cuenta de que su hermano estaba muy animado.

      —Estás contento esta noche, Lester —le respondió, observándolo—. ¿A qué se debe?

      —Resultados excelentes en una investigación. No sucede a menudo —explicó vagamente, ya que no podía entrar en detalles—. ¿Y tu amiga, entonces?

      Timorina comprendió que Drew solo tenía ganas de conversar y que el entusiasmo que le mostraba se debía a la felicidad que sentía por el éxito de la investigación de la que había hablado.

      —Jenny es una señora estupenda —comenzó, sonriendo—. La conocí en una exposición de pintura hace unos meses. Hemos descubierto que tenemos casi los mismos pintores preferidos, y por eso he decidido frecuentarla. Tiene varios cuadros valiosos y una buena colección de libros sobre pintura. Cuando nos vemos siempre encontramos detalles estimulantes sobre los que hablar. Te aseguro que para los apasionados de pintura un cuadro ofrece muchos matices, detalles que quizá no has notado antes y que ahora saltan a la vista inesperadamente. Empezamos a analizar la obra y nos gusta confrontar nuestras respectivas valoraciones sobre ella: pueden ser la técnica, el objetivo del cuadro, la condición mental del autor. Es un placer discutir con ella. Es СКАЧАТЬ