El Criterio De Leibniz. Maurizio Dagradi
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Название: El Criterio De Leibniz

Автор: Maurizio Dagradi

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Героическая фантастика

Серия:

isbn: 9788873044451

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СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      —¡Maldición, Bryce! —explotó McKintock, dando un puñetazo sobre la mesa y haciendo que salpicara el té fuera de la taza. Esta saltó en la silla, asustada. Y el rector volvió a hablar, con violencia:

      —Si la he mandado llamar es porque la necesito, si no fuera así habría evitado gustosamente este trance, porque no siento ningún placer teniéndola cerca, ¿está claro?

      La profesora estaba pálida como una vela y lo miraba tensa, sin mover un músculo.

      McKintock retomó la palabra, más calmado.

      —Ya conoce al profesor Drew. Este es su estudiante de física, Joshua Marlon. —Bryce entrecerró los ojos mirando a Marlon y volvió a mirar al rector, atónita. Este continuó.

      —Han descubierto un fenómeno físico revolucionario y van a empezar a estudiarlo con un grupo de investigación con los mejores científicos, elegidos por Drew. Como la investigación incluirá, en un momento dado, formas biológicas, creemos que usted podría ser la persona justa para esta tarea. ¿Va a ser de los nuestros? —concluyó con decisión.

      Bryce permaneció inmóvil durante unos segundos, después se relajó y respiró por primera vez desde que McKintock había golpeado el escritorio con el puño. En ese momento había dejado de respirar.

      —Señores, disculpen mi comportamiento. Rector, ¿uso de formas biológicas, ha dicho? ¿Con qué fin?

      McKintock miró a Drew, que intervino de manera jovial, como si no hubiera pasado nada.

      —Profesora, debo informarle de que esta investigación es secreta. — Bryce entornó los ojos. Drew continuó:

      —Podemos desplazar materia, de manera instantánea, entre dos lugares distantes. Los objetos que encontró el otro día en su silla llegaron desde nuestro laboratorio, en el que Marlon y yo estábamos haciendo unos experimentos sobre el efecto apenas descubierto. Discúlpenos por el disgusto que le hemos causado, pero no podíamos saber a dónde iba a parar la materia. —Bryce abrió los ojos como si fueran a salirse de sus órbitas, y después volvió a escuchar con atención.

      Drew siguió explicando:

      —Con el grupo de científicos que he seleccionado, intentaremos construir una teoría que explique el fenómeno, tras lo cual podríamos intentar desplazar seres vivos, plantas y animales. Su ayuda es fundamental.

      —¿Por qué me lo pedís a mí? Hay muchos biólogos muy buenos por aquí —preguntó la profesora.

      —El instrumento que produce la trasferencia está regulado para que el destino sea la silla de su despacho, pero es una casualidad. No sabemos todavía cómo variar estas coordenadas, así que la primera fase de la experimentación comprenderá también su despacho. ¿Querrá ayudarnos?

      La expresión de Bryce cambió completamente. Ahora estaba alegre, como una estudiante en sus primeros experimentos en el laboratorio. A lo mejor era aquella la verdadera profesora Megan Bryce: una científica que necesitaba tan solo un desafío al que hacer frente, que la alejase de la monotonía de la enseñanza con estudiantes pasotas e irrespetuosos.

      —¡Por supuesto, profesor Drew! —exclamó—, pero esto tendrá un coste...

      Drew la miró con expresión interrogativa, y ella continuó:

      —Ahora sé a quién tengo que mandar la cuenta de la lavandería que limpió mi falda —le guiñó un ojo y salió, sonriente, del despacho.

      Los tres hombres se quedaron en silencio durante unos instantes, y después McKintock concluyó:

      —Es una buena mujer, en el fondo. Debe ser que está muy estresada por la vida que lleva. Hay que comprenderla. Pero creo que este proyecto la motiva mucho, y será bueno para ella y para vuestra investigación.

      —¡Amén! —comentó Drew.

      —Bueno, Lester —dijo el rector— ¿has comprobado si el laboratorio donde tienes el experimento sigue estando cerrado? Ordené que lo cerraran de manera oficial cuando me lo pediste.

      —Era nuestra próxima etapa —respondió Drew levantándose, seguido por Marlon—. Nos veremos en cuanto todos los científicos estén aquí. Adiós, Lachlan.

      —Adiós, rector McKintock —se despidió Marlon con respeto.

      La puerta del laboratorio seguía sellada, y un cartel bien hecho había sustituido al trozo de papel escrito apresuradamente por Drew la noche del descubrimiento.

      El profesor quitó los sellos y los dos volvieron a entrar por primera vez desde entonces. Todo estaba como lo habían dejado. Los numerosos laboratorios de la Universidad de Manchester permitían que el hecho de cerrar uno no supusiera un problema para las actividades curriculares.

      Salieron y Drew volvió a sellar la puerta con adhesivos nuevos que había cogido previamente en la secretaría.

      Volvieron al despacho de Drew y pasaron el resto del día reorganizando los apuntes del experimento, preparando tablas de datos y gráficos y una breve redacción sobre las acciones realizadas y los resultados obtenidos, para poder ofrecer a los miembros del grupo de investigación un cuadro sintético pero definitivo del problema que iban a estudiar. Era un punto de partida discreto, pero Drew intuía que el camino que debían recorrer iba a ser largo y complicado.

      Al día siguiente Drew dio las lecciones que le correspondían, mientras Marlon permaneció en su habitación, estudiando.

      Esa noche llegó Kamaranda a Manchester. Cogió un taxi para ir directamente al alojamiento que se le habían reservado en el campus, y desde allí llamó a Drew para informarle de su llegada. Cenó y se fue a dormir. A la mañana siguiente, mientras esperaban a los demás científicos, que llegarían a lo largo del día, fue a Sackville Park, justo fuera del campus, y se sentó a meditar en el banco a los pies de la estatua de Turing11. Para él era como estar bajo su higuera.

      Kobayashi, Maoko y Schultz llegaron por la tarde. Novak llegó por la noche.

      La primera reunión estaba prevista al día siguiente por la mañana, a las nueve, en el laboratorio del experimento.

      La aventura iba a comenzar.

      Capítulo IX

      Unos sentados en las sillas y otros en los taburetes, los participantes se dispusieron en semicírculo alrededor de la mesa sobre la que el artilugio que Drew había construido parecía un prototipo anónimo para un experimento de electrodinámica. El profesor estaba cercano a las regulaciones micromecánicas, mientras Marlon estaba sentado frente al ordenador.

      Drew empezó a hablar.

      —Parece ser que el montaje que tenéis frente a vosotros es capaz de intercambiar dos porciones de espacio distantes. Es decir, lo que está en el punto A se intercambia instantáneamente con lo que está en el punto B.

      Al oír este anuncio, a Schultz casi se le salieron los ojos de sus órbitas, quizá previendo la relación con lo que sus estudios sobre la relatividad ya habían insinuado.

      Kamaranda СКАЧАТЬ