Название: El Criterio De Leibniz
Автор: Maurizio Dagradi
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Героическая фантастика
isbn: 9788873044451
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—¿Qué efecto? —Novak era completamente indiferente a los halagos de Drew y seguía siendo tan fría como al principio. Mostraba interés por el efecto, sin embargo, y eso ya era muy buen signo.
—Lo siento, profesora Novak, pero se me ha ordenado mantener todo en secreto y no puedo hablar de ello al teléfono. Se dará toda la información únicamente a los miembros del grupo. Espero vivamente que usted quiera ser parte de él. —Drew lo había hecho lo mejor que podía. Ahora era el turno de Novak.
—¿Quién estará en el grupo?
Drew se esperaba esta pregunta, pero se acongojó igualmente.
—Kamaranda, Schultz y... —dudó— ... Kobayashi —concluyó en un susurro.
—¿Kobayashi? —repitió Novak—. ¿Kobayashi? ¡Ja, ja, ja! —explotó con una potente carcajada—. ¡Qué elección más buena, profesor Drew! ¡Será un placer cantarle las cuarenta a ese incompetente machista y engreído!
Drew estaba aturdido, aunque se esperaba una reacción de ese tipo. La noruega se estaba partiendo de risa solo con la idea de poder discutir con Kobayashi. Qué locura. Aquella mujer debía tener cuentas muy pesadas con los hombres, para comportarse de esa manera. De todas maneras, había aceptado el encargo implícitamente, y esto era un resultado que Drew no pensaba poder conseguir tan fácilmente. Sabía que estaba poniendo al pobre Kobayashi en las garras de Novak, pero también sabía que Maoko actuaría como moderadora y las cosas no serían seguramente difíciles. Al fin y al comandante, se trataba de científicos a punto de estudiar un problema complejo, y la investigación debía ser la prioridad número uno.
—¿Sería posible para usted estar en Manchester pasado mañana? —preguntó Drew fingiendo que ignoraba la hilaridad de su compañera.
Tras un momento de pausa, la noruega respondió casi con simpatía:
—Creo que sí. Delegaré mis tareas a mis compañeros. Tengo curiosidad por ver ese fenómeno del que habla. —Y entonces volvió el hielo del Ártico—: espero que sea verdaderamente algo inédito y no una tontería como otros descubrimientos falsos.
Drew tembló, pero mantuvo el control.
—No se arrepentirá, profesora Novak. Le agradezco enormemente que haya aceptado mi invitación. La espero con ansia. De nuevo gracias y nos vemos dentro de poco.
—Adiós —se despidió ella.
Drew estaba en el séptimo cielo. Había conseguido formar el equipo e iban a empezar a trabajar sobre el fenómeno dentro de unos días.
Llamó a Kobayashi para informarle de la fecha de la reunión. A pesar de tener tan poco tiempo para prepararse, el japonés lo aceptó y confirmó su presencia ese día.
Marlon volvió con las fotocopias y Drew lo puso al corriente del acuerdo con los científicos del recién nacido grupo de investigación.
—Profesor —observó el estudiante—, estaba pensando que cuando mostremos el efecto a los compañeros, la profesora Bryce no podrá estar en su despacho, y nosotros tendremos que recuperar, sin que ella lo sepa, todo el material que hayamos mandado allí; si no, habrá problemas. La escena en el despacho del rector le preocupaba.
—Tienes razón, Marlon —convino Drew—. Tenemos dos alternativas: o, de acuerdo con McKintock, la informamos sobre el experimento y le pedimos que colabore, o hacemos todo cuando ella no esté en el despacho. En este caso, entonces, tendremos que pedir al rector las llaves de ese despacho —reflexionó un momento y concluyó—: Veamos qué dice McKintock. Que decida él.
—¿Es una broma? —saltó McKintock—, Bryce me da ya suficientes problemas como para añadir esto. Tiene que ser parte del grupo, no hay otra alternativa. Además, cuando hagas experimentos con animales será útil tener una bióloga.
Drew no había pensado en ello, pero el rector tenía razón.
—¿Crees que estará disponible para una reunión ahora? —preguntó Drew.
Por toda respuesta, McKintock llamó directamente a su secretaria.
—Señorita Watts, ¿dónde está la profesora Bryce en este momento? —esperó unos segundos, escuchó la respuesta y añadió—: Muy bien. Gracias. ¿Puede pedirle que venga a mi despacho inmediatamente? Perfecto. De nuevo, gracias.
La señorita Watts era un modelo de eficacia. Inteligente, intuitiva y despierta, era el brazo operativo del rector, y él la tenía en su máxima consideración.
—Bryce acababa de tomar una pausa. Debería estar aquí en breves instantes —les informó McKintock.
Drew notó que el rector tenía unas enormes ojeras y una expresión adormecida. Debía haber pasado la noche con su amiga; siempre estaba así al día siguiente. Drew lo envidiaba, pero tenía que admitir que no se había esforzado mucho para estar con una mujer. Evidentemente, McKintock era mejor que él, o había tenido más suerte.
—El grupo de investigación estará aquí dentro de dos días, McKintock. Esperamos empezar a trabajar enseguida —lo informó Drew.
El rector miró a Marlon. Lo estudió bien y luego le dirigió la palabra por la primera vez desde que había comenzado esa historia.
—Así que tú eres el estudiante de Lester —dijo, pensativo—. Este, aquí... —señaló a Drew bromeando—, dice que eres tú quien ha visto el efecto producido por su montaje. ¿Es verdad?
Marlon se sentía embarazado e intimidado frente a la figura más alta de la universidad.
—Ejem..., sí, señor. Así es. Gracias a las características únicas del dispositivo que construyó el profesor Drew, y a una serie de coincidencias afortunadas, he tenido el privilegio de observar la manifestación del fenómeno. Ahora tenemos que estudiarlo a fondo y con el grupo de investigación creado por el profesor...
En ese momento la profesora Bryce abrió la puerta de par en par y entró con paso militar con la taza de té todavía en la mano, y, sin decir nada, cogió una silla y la golpeó con fuerza contra el suelo, al lado del escritorio; se sentó y miró al rector con ojos encendidos.
—¿Entonces? —preguntó con arrogancia.
McKintock estaba acostumbrado a la actitud provocadora de esa mujer y ya no reaccionaba nunca ante ella.
—Estimada profesora Bryce, Megan... —intentó suavizar la situación llamándola por su nombre, pero ella, por toda respuesta, entornó el ojo derecho y curvó las comisuras de la boca hacia abajo; posó la taza sobre la mesa con violencia, salpicando con el té caliente las notas del rector y una pequeña ánfora antigua de adorno, se cruzó de brazos y lo miró aún más letalmente.
—¿Sí, Lachlan? —dijo con voz burlona.
McKintock suspiró.
—Necesitamos СКАЧАТЬ